Lo que traerá la paz, si llega

Keynes escribió un libro que, si hubiera sido novela, podría haberse titulado “no acosen al asesino”. Pero como era un libro de economía se tituló “Las consecuencias económicas de la paz”. Keynes advertía sobre las onerosas condiciones de rendición impuestas a Alemania tras la primera guerra mundial. No se precipiten, soy partidario de duras sanciones a Rusia.

Tardaron veinte años en darle la razón, cosa que a Maynard no le importó mucho: usó esos veinte años para ser la estrella de Cambridge; reunir a una serie de notables economistas (desde Joan Robinson a Piero Sraffa), crear un grupo de intelectuales afamados y hacerse rico comerciando con arte, cosa razonable estando, según él mismo, en el “lado educado de la burguesía”, lo que le llevó a militar entre los socialdemócratas una temporadita.

Si yo fuera afamado y brillante como Keynes podría profetizar si las sanciones a Moscú son sanciones a nosotros mismos y su alcance futuro. Siendo solo un cronista, más que averiguar puedo, además de advertir como aquí se hizo que las alternativas a las sanciones son peores, imaginar el mundo que nos traerá la paz.

Las sanciones harán daño a Rusia, su pueblo por muy resiliente que sea se ha levantado un tercio más pobre que ayer y al borde del corralito. De paso, algunos satrapillas venezolanos o panameños, por un poner se han quedado sin acceso a los fondos depositados en las cuentas de los oligarcas.

En algún momento de la pandemia creí que, como siempre ocurrió en el pasado, tras cada peste llegaría un renacimiento. Hubo quien, más optimista, esperaba una repetición de los felices años veinte del siglo pasado. Era posible, también, que el futuro nos ofreciera la peor versión de nosotros mismos.

Sospecho que las cosas van por la línea más pesimista.

No todo serán sombras. Desde luego, tendremos más Europa, en términos políticos, porque en ampliaciones seremos más prudentes. Albania, Macedonia, Serbia, Montenegro llevan décadas pidiendo paso. Bosnia y Montenegro lo desean. Lo de Turquía parece archivado. Con los sustos de Eslovaquia, Hungría y algún otro, no parece que estemos para muchas ampliaciones. También se ha hecho trizas para siempre el secreto bancario, cosa que no es mala.

Por otro lado, la tolerancia hacia el terciopelo con las autocracias nacionalistas y los populismos, que ha deteriorado a las culturas políticas que construyeron la Europa que añoramos, es un riesgo para la propia reconstrucción europea.

El futuro, sospecho, será más militarizado. La frontera del este europeo se llenará de tropas y armamento. En cinco días ya se ha resuelto el debate histórico sobre la seguridad y el ejército europeo, el gasto militar comprometido, no solo por Alemania, presionará de nuevo los presupuestos. De dividendos de la paz pasaremos a las obligaciones de la disuasión.

El valor de la neutralidad ha desaparecido y las alianzas del viejo mundo de los bloques parecen renacer. El que habló del “Fin de la historia” no tuvo el mismo acierto que Keynes.

En el mundo global, al menos durante muchos años, la huida de la dependencia energética de Rusia o de las materias primas chinas, retrasará, seguramente, la transición energética para abonar, de nuevo, las tesis de las centrales nucleares.

La desconfianza entre los actores globales tardará mucho en ser restaurada. Desde luego con Rusia y, también, con China que no sabe si va o viene en esta invasión de Ucrania. Un mundo a cuatro, sí, pero con una desconfianza que restaurará una forma de atlantismo que creíamos olvidada. Un mundo a cuatro donde más de un continente (África o Hispanoamérica) pueden quedar al margen.

Cuando creíamos que la capacidad europea para afrontar la duradera crisis de la pandemia restaba espacio a toda clase de populismos, parece que los días de enardecidas defensas de la soberanía y la militarización nos devuelven días donde los populismos ganan energías.

Lo mismo que ocurrirá, a corto plazo, con situaciones económicas y de precios que se esperaba se corrigieran a corto plazo y que, desde luego, han puesto fin a las agendas políticas pospandemia en la Unión Europea.

Son tendencias no difíciles de adivinar. La salida de la pandemia no será, con toda probabilidad, ni tan justa ni tan alegre como se preveía. El fracaso de la disuasión y del multilateralismo, gracias a las tontadicas de Trump, y algunos otros populismos, nos ha traído hasta aquí.

La ausencia de contrapesos democráticos, oposición o medios de comunicación, en Rusia es una lección que debe aprenderse.

Es probable que estas tendencias sean excesivamente pesimistas; comprenderán que me alegraré de que no tengan que darme la razón en unos años. Pero eso sólo será posible sin un notable cambio cultural y político.

Ni el desprecio a los expertos y a la ciencia, ni el desprecio a las democracias, ni la vida virtual en redes manipulables, ni las llamadas a salvadores de las respectivas patrias serán muy útiles para torcer estas tendencias negativas.

Todas las guerras se acaban, también acabará ésta dejando un pasmoso reguero de dolor, muerte y asco. No sólo Ucrania, que tardará en ser europea si lo consigue, todos seremos distintos. Lo que traerá la paz es una incógnita, pero hoy no pinta especialmente bien.

 

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