Los Chicos de la Banda

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Conforme la ciencia va avanzando en el conocimiento del cerebro, cada vez queda más claro que el cerebro funciona como un ecosistema, en que distintas alianzas de neuronas pelean entre sí, continuamente, para conseguir la victoria sobre el resto. La victoria consiste en apropiarse de la conducta finalmente realizada por el individuo. También queda cada vez más claro que la existencia de una personalidad dentro de cada individuo es un espejismo, aunque nos es útil creer en ello porque simplifica la vida en común. Parece, más bien, que los seres humanos habitualmente se pliegan a las presiones del entorno social más que poseer un carácter que predice su conducta.

Judith Rich Harris en su libro “No hay dos Iguales”, propone la existencia de un cerebro compuesto de varios módulos y niveles. Hay dos módulos realmente contradictorios. El Módulo de la socialización, que es el responsable de que todos deseemos ser igual que los demás y que funciona de manera implícita (no somos conscientes del mismo). Este módulo es el responsable, por ejemplo, de que los niños aprendan el lenguaje sin esfuerzo. Su opuesto es el Módulo del estatus, que es el responsable de que queramos ser únicos, distintos y mejores que los demás. Este módulo se encuentra dentro del cerebro consciente y es el responsable de la construcción de personalidades tan únicas como las de Isaac Newton o Federico García Lorca.

La biología de los seres vivos busca la diversidad de forma compulsiva. Entre los seres humanos, además de las mutaciones y de la reproducción sexual (producidas por los genes), el módulo del estatus (producido por el cerebro) sería el gran responsable de esta búsqueda aleatoria e inexorable de lo diferente. A la biología le importa un bledo el bienestar de los individuos, porque tiene sus propias finalidades. Por eso, a menudo inserta en los individuos deseos e impulsos personales desconcertantes, que no saben gestionar y que les ponen en peligro frente a sus correligionarios. En estos casos, el Módulo del estatus tiene que hacer autenticas proezas y sobreesfuerzos para sobrevivir, que a veces dan como resultado individuos con logros excepcionales en el mundo de las artes y ciencias, que son la esencia del progreso cultural, como Alan Turing o Nicolás Maquiavelo.

Desde hace 60.000 años que el Homo Sapiens existe con su enorme cerebro el Módulo del estatus probablemente sea el responsable de llegar a donde hemos llegado, con un coste de sufrimiento inconmensurable para aquellos individuos y grupos (muy pocos) que en cada generación han soportado sobre sus espaldas la carga de ser diferentes. El modelo cultural occidental, el más evolucionado de la Tierra, permite un desarrollo más amplio y profundo del Módulo del estatus, mientras que las sociedades tradicionales predomina el Módulo de socialización y en consecuencia son más valorados la sumisión y el conformismo.

En el mundo occidental actual la aceptación idiosincrática del Módulo de status está llegando a ser muy permisiva. Un paradigma de lo anterior son las declaraciones a la revista TIME en diciembre de 2015 de la cantante Adele sobre la sexualidad de su hijo. Bien distinta ha sido la suerte de Mahmud Esthewi, un prominente jefe militar de Hamas en Gaza que fue salvajemente torturado y asesinado en febrero de 2015 a manos de sus correligionarios tras descubrirse su homosexualidad. Las comunidades musulmanas no son un buen ecosistema para que los genes ensayen y exploren nuevos caminos para la humanidad.

Como dice Steven Pinker, la existencia de un cerebro compuesto de muchas partes que interactúan explica que las personas alimenten fantasías de venganza que nunca llevaran a la práctica o que puedan cometer adulterio solo con el pensamiento. Nuestro descomunal cerebro modular también es el responsable de que habitualmente, cuando se hace sexo, se fantasee con una persona distinta de la que tenemos delante, sin que el Corán o la Biblia hayan podido hacer nada al respecto.

A Omar Mateen, el asesino del club Pulse de Orlando, sin duda no le pasó desapercibida la brutal ejecución de Mahmud Esthewi en Gaza, como tampoco las inhumanas ejecuciones de homosexuales en Siria e Iraq a manos del ISIS. Ninguna de las máscaras sociales, comunes entre los varones musulmanes, como machismo, maltrato a sus mujeres, antiamericanismo, antisemitismo, falta de individualidad, tener hijos y acudir a la mezquita fue capaz de ahogar las expresión de los genes homosexuales que Omar heredó de su padre y/o de su madre.

La biología del Homo Sapiens no favorece a aquellos genes como los de Omar Mateen y los de Fátima Afif (y todas aquellas mujeres musulmanas que en occidente vuelven a ponerse el velo islámico) por la sencilla razón de que los genes que priman el interés del grupo al interés del individuo no tiene cabida en la teoría de la evolución de Charles Darwin. El suicidio de Omar Mateen (disfrazado de matanza) y el de todos los terroristas suicidas no deja de ser para la teoría de la evolución una forma acelerada de eliminación de genes defectuosos no queridos.

Lo que persigue la evolución de la vida cuando permite (y promueve) la existencia de genes como el homosexual es otra cosa. Lo que la evolución propicia en los individuos con la diferenciación es que abandonen su tribu, que traicionen a sus familias, que abjuren de su religión y sobre todo que inicien caminos inexplorados. Y esto en general suele ser un drama para el individuo. Pero es que a la evolución le importa un bledo el sufrimiento personal del individuo porque tiene sus propios intereses. Mala suerte para Omar Mateen y los Chicos de la Banda.

La búsqueda compulsiva de la diversidad por parte de los genes ha producido, tal vez, por mediación de nuestro enorme cerebro (producto de los genes también) la evolución cultural, que algún día nos librará de la tiranía de los replicadores eternos, los genes. El Módulo del estatus de Judith Rich Harris, es el principal candidato a encabezar esta lucha de liberación. No en vano es la maquinaria cerebral donde se asientan el “logro aplazado” y las “comportamientos compensadores” que son costosos mecanismos individuales para sobreponerse al grupo, y en último término para cambiar al grupo.

La biología es cruel. La evolución humana es maquiavélica. Los genes inmortales, cuyas maquinas de supervivencia somos nosotros, los seres humanos, han ideado métodos de pesadilla para que, a través de unos pocos de nosotros, los seres humanos sigamos siendo los reyes del planeta Tierra. Uno de los métodos preferidos de los genes es colocar a los individuos ante deseos imposibles de gestionar por ellos mismos y por su comunidad. En el caso de Alan Touring o Isaac Newton el experimento fue un éxito, en el de Omar Mateen y Mahmud Esthewi (y tantos otros sin nombre) el experimento falló. En todos los casos, descansen en paz de sus sufrimientos.

(*) Fernando Álvarez Barón es sociólogo

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