Casi al cabo de un año de la Dana y a solo pocos meses del “apagón” que nos hizo entender (suponemos) las entropías, no ya de la Naturaleza, sino de la imprescindible y paradójica seguridad de las nuevas tecnologías y de una supuesta inteligencia cibertelemática que, cuanto más inteligente pretende ser, parece hacerse más tonta, resulta que nos topamos con acontecimientos que, como es habitual en nuestros pagos, manifiestan junto a una cierta miseria política, una contumaz sabiduría en darse de bruces en las piedras de siempre (una de nuestras peculiares habilidades como “sapiens” que, parece nos diferencian de los otros animales, separados por escasos porcentajes en nuestro ADN).
No obstante y en honor a la verdad, da la impresión de que por lo menos, algo se va corrigiendo aunque parece también que algún o sobre todo alguna, sigue erre que erre, por eso de que cuando “el camino termina…”.
Pues bien, estos últimos acontecimientos catastróficos protagonizados por el fuego que, hermanado con el agua, y siendo ambos imprescindibles elementos nutricios en nuestros recorridos evolutivos como especie, resultan a su vez, plagas para la vida. Enfrentarse a los llamados, pero sobre todo sentidos, vividos y sufridos por las gentes como acontecimientos catastróficos, supone en principio una mirada en perspectiva, de todo lo que ha podido ser su desde qué, algo probablemente que nos dé menores sombras que las mortecinas de los racionales recursos explicativos de los “por qué” de nuestro habitual canon mental-occidental.
En ocasiones, para alguien que sea y esté continuamente avisado puede que exista un buen trecho entre “el desde y el por”. Mientras que el “por” remite a situaciones, causalidades y sucesos que se mueven en perspectivas lineales, el “desde” y, aunque solamente sea por su significación genealógica de cosa construida, remite constantemente a una mirada más comprensiva que explicativa, a una mirada estructural en la que convergen infinitos ¿por qués?
Empecemos por lo más distante y, posiblemente para algunos, innecesaria y gratuita reflexión: La tierra, su suelo primario, el de la vida, anterior al de la ciudad, se va haciendo, construyendo desde el tiempo (el Neolítico) desde que los humanos sapiens van saliendo de la caverna; precisamente un espacio sin tierra. Y ese nuevo suelo cargado de vida y muerte comienza a ser, junto a otros (y solo algunos animales no sapiens), domesticado; comienza a ser tabulado, manejado y, a veces, maltratado por el hombre, aunque siempre de manera relativa y desigual.
De cualquier manera, si hay un suelo realmente domesticado o intentado domesticar por el hombre será el suelo nutricio de bosques, montes, praderas, ríos y lagos. Y esa domesticación ha sido continuamente algo relacionable con las diferentes modulaciones culturales, sociales y políticas que, precisamente, se realizan desde los suelos del poder, desde el suelo de la ciudad, el lugar que, siendo no nutricio, se irá alimentando hasta la aparición de “la máquina”, de toda la tierra que pueda. Y, precisamente para no irnos más lejos, será la sociedad romana, la que madruga en una especial y productiva manera de manejar/controlar los suelos nutricios de la Tierra y los suelos de sus viviendas en el medio rural… y, yendo a lo nuestro, sin mayores digresiones, el modelo romano de entender y protegerse de los peligros y enemigos de ese gran suelo apropiado, tanto urbano como nutricio.
Probablemente haya sido la sociedad romana la que, junto a la ciudad, haya sido acompañada por el cultivo de la tierra en la concentración y materialización del poder. En la ciudad, que nosotros sepamos, la institucionalidad de la prevención y manejo del fuego fue cosa de Roma, al igual que la carretera, la higiene del agua, el Derecho o la guerra. Para prevenir y controlar el fuego en las ciudades y villas romanas y sobre todo en Roma, la ciudad de ciudades del Imperio, crearon una unidad de vigilantes integrada por esclavos, los triunviros nocturnos o tresviri capitales (siglo III a. C.) seguidos por los profesionalizados vigiles a modo de unidad paramilitar (en el tiempo de Augusto, siglo I), creadores de la arquitectura premoderna de la praxis de lucha contra el fuego formada por cuatro operativas:
- Vigilar, mirar Vigiles
- Apagar —- Cadena de cubos (aguaricis) —- Manejo de bombas y sifones (siphonari) —- Mantas empapadas de vinagre (sectores)
En cuanto al suelo de la tierra, el suelo agrícola, de algún modo el gran suelo (el feudus del poder en la sociedad romana), tuvieron una particular manera de organizar cartografías radiales que protegían el “Domus” como “pars domestica” y espacio de la gran familia propietaria con una especie de “cortafuegos” defensivo por medio de la “pars rustica”, el espacio dedicado a viviendas de los trabajadores, y la “pars frumentaria”, que contemplaba el espacio logístico del feudo (almacenes y lugares para la elaboración de productos agrícolas, molinos, prensas …etc.). Por último, estaba el gran espacio del feudo, tierras de labranza, viñas frutales, aguas, montes y árboles.
Para que los enemigos y el fuego pudiesen llegar al Domus, el espacio del amo y su familia biológica, vecinal o sociopolítica de hombres y mujeres libres, necesitaban saltar por tres cortafuegos; primero el del campo productivo y los otros segundo y tercer contrafuego, los espacios de trabajo y vida de los esclavos… y desde aquí y ahí, más que si se es verano o invierno, es desde donde hay que empezar a pensar. Desde los usos de la tierra, desde una mirada sociológica de las maneras del uso, de la economía de la tierra en nuestra sociedad de la modernidad tardía y en la sociedad de las plusvalías sobre la tierra el suelo y la Naturaleza, las verdaderas plusvalías que van sustituyendo las plusvalías de la fábrica e, incluso, las productividades de la tierra. Curiosamente, incluso rebasando las plusvalías de la apropiación como propiedad y uso del ladrillo de la ciudad, para convirtiendo la casa, la vivienda en mercancía se destruye y se deshabita la ciudad, aunque haya devenido un lugar demográficamente superado.
En nuestro tiempo y en nuestros espacios/mercancía puede que haya pasado algo parecido cuando hemos hecho del suelo nutricio de tierras, bosques, montes y aguas espacios deshabitados, descarnados y olvidados de las productividades y plusvalías más cómodas y rentables del nuevo capital financiero especulativo de la tardomodernidad…
Nuevo modelo de productividad del campo
Como a menudo se trata no de mirar sino de ver, tenemos un ejemplo de nuevo modelo de productividad del campo, de la tierra y la vida en la agricultura y ganadería intensiva y en la inventiva de “la casita rural”, una beatífica casita que, posiblemente acompañada del “apartamento turístico”, estarían descarnando, deshabitando los espacios de la ciudad y la tierra… y no digamos más, si añadimos el turismo mercancía de nuestros días que, aún no colmados por su desuso de la ciudad, están consiguiendo apropiarse desde hace algún tiempo de la naturaleza.
Aunque todas estas digresiones puedan parecer ensoñaciones o pérdidas del “orate” en un viejo sociólogo que, posiblemente sepa algo del asunto porque no solamente sea viejo, sino porque ha sido antes cocinero que fraile, podemos continuar planteando que este asunto de los incendios -que repetimos si no lo hemos dicho antes: no es más ni menos que puñetero sufrimiento real y descarnado de las gentes que lo sufren- puede admitir apaños a lo menos y a lo mucho, que aminoren sus devastaciones físicas y emocionales pues, en nuestra jánica sociedad de sabidurías tecnológicas y recursos públicos y hasta privados que, en ocasiones, se pueden y deben hacer públicos, todo es posible, por lo menos a corto plazo y, con respecto al mantra del Cambio Climático, después de no haberle querido mirar ni ver, ahora se acuerdan de él para justificar la inocencia de la mano del hombre, haciendo del mismo una especie de recuperación de la teología del “designio” y de que al final, este negociado de incendios, sunamis y catástrofes son tan inescrutables como los caminos del Señor.
Aquí lo único inescrutable son los caminos del capital, el gran capital financiero y el pequeño capital biogenético que al igual que la excelencia, la fraternidad y la maldad tenemos claveteado en nuestro ADN y que nos hace, para bien o para mal, lo que realmente somos y desde donde partimos como humanos.
Y, yendo del relato a la práctica política, lo primero es pensar antes que hacer o, en algún momento y aunque parezca excesivo, hacer antes que pensar, por eso que decía de haber sido cocinero antes que fraile. Y el pensar lleva en el lote planear, desarrollar estrategias de Estado y no solamente protocolos administrativos municipales y autonómicos, falsos esqueletos operativos que cuando pasan del escrito o dicho al hecho y se intentan rellenar de tejido operativo se derrumban, quedan reducidos a brasas de papel. Incluso beneméritos dispositivos pensados desde hace casi veinte años.
Protocolos viejos y obsoletos
Y ahora entramos de verdad en la cuestión. Probablemente el meollo de la cuestión resida en el tiempo… una demoniaca variable en la que algunos sociólogos estamos entrando y que nos puede dar alguna luz sobre el asunto. En román paladino, los protocolos, planificaciones y estrategias preventivas, en el caso de que existan (eso creemos), se quedan viejas y obsoletas en un suspiro, los devora y sobrepasa la velocidad, flexibilidad y transformación de los hechos: la velocidad de la Naturaleza, la vida y la muerte, es superior a la previsión humana. O, más en cristiano, la velocidad sistémica del cambio climático, la población, los recursos tecnológicos y el añadido de las estrategias de dominio y canibalización se mueven a la velocidad de las liebres; nosotros, nuestras estrategias de socialización, los cortafuegos heredados de las dinámicas domésticas o foráneas de 1789, 1812, 1848, 1968, 1871, 1917, 1931 y 1945, se ha perdido en la historia, en la memoria a la velocidad aparentemente segura de los borricos.
Y me atrevo a que me “saquen cantares” si escribo que una institución tan eficaz, y sufrida agencia contra incendios y catástrofes, la UME, empieza a funcionar como un mágico bálsamo cura todo, una especie de mantra religioso que va siendo más una plegaria, de modo que cuando se verbaliza el “qué viene la UME” desaparece el diablo, al igual que cuando en la batalla de Clavijo se aparece el Señor Santiago con espada desenvainada y caballo blanco.
Pues bien, un esforzado, resolutivo, profesionalizado y sacrificado colectivo de soldados que, en principio, están preparados para hacer la guerra están haciendo la paz, se han quedado si no viejos, en parte ganados por la realidad de los hechos y acontecimientos y, lo que nos parece peor en la última ratio, de las administraciones para tapar sus obligadas tareas preventivas. Al final, un placebo que, gracias a la profesionalidad y esfuerzo de un puñado de hombres y mujeres, están durante todo el año movidos de aquí para allá… pero evitando continuamente males mayores, sirviendo a modo de apaño para rotos y descosidos y adecentar, camuflar, el gran agujero institucional de la prevención. Una prevención que se suele despistar en las discusiones si las competencias son de tiros o troyanos.
La UME, batallón de choque puntual
La UME, en cuya institucionalización algo, quizá muy poco, pero quiero fantasear con la presunción que indirectamente lo pudo tener a lo menos, desde su formulación/respaldo sociológico a partir de un estudio-investigación de campo que realizamos un equipo de sociólogos, encargado por la Dirección General de Protección Civil allá por el año 2007, cuando de alguna manera la UME (creada sobre el papel en 2005) estaba dando sus primeros pasos. En principio, la UME fue la salida de urgencia del gobierno Zapatero después de la tragedia de Guadalajara. En segundo lugar, se concibió como una unidad, un batallón de choque puntual especializado y concreto contra el incendio forestal en que, junto a las deficiencias preventivas de siempre, el mortal incendio de Guadalajara con sus 11 bomberos forestales y guarda bosques fallecidos, daba pistas sobre los niveles de profesionalización y recursos dedicados a la extinción de incendios. Esta operación llevada a cabo por y desde el gobierno de la Nación fue sin duda inteligente, eficaz y rápida, sirviendo además de catalizador de una ejemplar cultura contraincendios forestales, de las mejores de nuestro entorno europeo.
Pero, ¿qué ocurre, qué está ocurriendo? Que, aunque aparezca una boutade, una ocurrencia, los incendios, su control, extinción y manejo no residen en las mangueras, los EPIs, ni la profesionalidad de los bomberos, sean de la UME y las otras paraumes o UMES menores de Diputaciones, Municipios o Comunidades y, como abundamiento, teniendo claro que UME no es tan siquiera una Brigada ni mucho menos una División sino una “coronela”, un Regimiento reforzado aunque a su mando esté un Teniente General, es decir un General de Divisiones, a modo de Cuerpo de Ejército y, por lo tanto, puede que necesite después de la experiencia con la UME de un replanteamiento no muy alejado (a pesar de su fondo oportunista) del realizado en estos días por el señor Feijóo.
La polémica y sobre todo la reflexión desde una mirada de Estado, sobre si las FAR entren o salgan en este asunto que trata de los incendios, vida y memoria de las gentes, comenzaría a estar servida… pues las claves “comprensibles” son el resultado de entender el manejo de los incendios forestales desde una perspectiva sistémica en la que se muevan mangueras, formación profesional, condiciones de trabajo, operativas preventivas y de alerta, leyes y domesticación posible/imposible de la rapiña y oportunismo de los dineros como respuesta estructural ante sucesos y acontecimientos que, a su vez, son también sistémicos… Por lo tanto, no se trata de si la respuesta es en verano o en invierno; de lo que se trataría es de entender que los desde dónde y porqués se organizan desde estrategias sistémicas y estructurales, sencillamente porque los fuegos son también sistémicos y estructurales y nunca exclusivamente puntuales.
La Guardia Civil, reconversión de esta herramienta del Estado
Pero, sin embargo, me permito, además, otro escenario paralelo o central de reflexión, que gira en el entorno de la Guardia Civil de la qué, probablemente hayan copiado o recibido un especial talante de sacrificio, probidad y eficacia los otros soldados de la UME. Pues bien, esta paradójica institución de seguridad que ha servido tanto desde sus pros y contras a las diversas y diferentes Coronas borbonas, a la República, a la Dictadura y, hoy, a una Democracia verdadera y decente semi/república coronada, ejemplo de esfuerzo y eficacia en el servicio público, quizá pueda replantarse su acomodo a esta España en ocasiones irreconocible, y otras desgraciadamente ya, conocida, de nuestros tiempos.
Quizá debería dar un salto, haciendo el traspaso sosegado de un Instituto dedicado fundamentalmente a la seguridad, al continuo trabajo de protección de las gentes de tal manera que, como le comentaba hace unos días a un joven General de la Institución al que me unen memoria y recuerdos inolvidables de los años de plomo, se reconvierta en una herramienta integral del Estado en la doble y articulable cohabitalidad entre la security y la safety y, si hay que buscar una justificación aparte de que esté siempre sobre el suelo, sobre el terreno de una España no tan deshabitada como se pretende… Una España habitada en realidad, aunque sea por un puñado de algunos millones de ciudadanos y ciudadanas que viven, sufren, trabajan y tienen derecho a su memoria. La Guardia Civil tiene un gran conocimiento de ese espacio de lugares masticados, conocidos, mirados y sobre todo vistos que conforman la base de cualquier y toda estrategia preventiva. No quiero abundar ahora en un asunto que corresponde a los políticos y a la propia Guardia Civil, tan solo un apunte a trabajar por quien corresponda. Al fin, las estrategias amparadas en la UME han sido tan solo una acertada operación táctica, el salto desde la táctica a la estrategia está aún sin hacer… Posiblemente sea ésta la tarea de la gobernanza de las catástrofes en un futuro ya masticable.
- [*] Rafael de Francisco es sociólogo, diplomado en Gestión de Riesgos y Emergencias por el Centro de Altos Estudios de la Defensa. Fue Director General de Política Interior del Ministerio del Interior y está en posesión de la Gran Cruz al Mérito Militar y la Cruz de plata de la Orden del Mérito de la Guardia Civil.