Peloteo de Estado

Después de una noche de Champions, nada tan tenso e interesante como una rueda de prensa en la que esté Trump, después de haber sido peloteado a gran escala, un desconocido peloteo de Estado. Nada mejor sobre lo que reflexionar en los viernes, que es el día frívolo de los cronistas.

La visita se producía en un momento delicado para Starmer: cese del embajador por amistad con el pedófilo, crisis fiscal, amenaza de la extrema derecha, problemas migratorios, caída de la inversión, crisis de precios. Había que hacer negocio y no salir trasquilado, cosa que con Trump nunca está garantizado.

No obstante, los ingleses tenían un argumento capaz de persuadir a cualquier bicho anaranjado de posarse en una paella: una monarquía que ha mostrado durante siglos su excelencia para manejar los egos, el salseo y el tratamiento en modo Disney que tanto gusta a Trump. Ya que tenemos un rey, le pondremos a pelotear, en lugar de que vea la FOX; incluso tenemos una princesa elegante. Y, desde luego, una ciudad en que se puede ocultar al visitante de la gente enfadada.

En ese contexto, no había más remedio. Este cronista, tomó su pluma y papel, acompañados de palomitas, y sintonizó la BBC y se lo pasó pipa, para qué voy a engañarles.

El miércoles había sido el momento del peloteo total. Carroza dorada, granaderos, beefeters, soldados reales quiero decir, y mucho peloteo —“Eres genial, eres el mejor, el mundo se detendría sin ti. Nunca hemos hecho algo así por nadie más”—, le decían, mientras el rey de las cremas solares piropeaba a la Princesa de Gales, delante de Melania, él es un caballero galante con su esposa, naturalmente. Ella, Melania, parece que estaba allí, bajo pamelas imposibles. El rey de las cremas solares se apoderó de la carroza.

El jueves fue el punto final, el día peligroso. Y el único momento de verdadero peligro para el presidente estadounidense y el presidente del gobierno inglés. El Rey no hace ruedas de prensa. Se había reído bastante, enseñándole el juego de las espadas a Trump. Los marines quedaron asustados, y han contratado ya a un par de ellos.

Rueda de prensa, entran en una horrible sala inglesa de paneles de madera y retratos oscuros. La prensa estadounidense se puso de pie y aplaudió. ¿En serio, la prensa aplaudiendo, se pueden ustedes preguntar? No sé de qué se extrañan, aquí algunos lo hacen en la tele pública. La prensa británica permaneció sentada, con cara de no entender el espectáculo.

Keir lanzó una mirada ansiosa hacia el ejército de periodistas. “Por favor, no me arruinen esto, chicos”. Donald parecía perdido en su propio mundo. Su propio show de Truman. El centro del universo. Todos los demás eran meros satélites de su ego. Incluso Keir era otro macho beta.

Starmer afirmó que todo fue fantástico. La mejor visita de Estado de su vida y nadie podía decirle lo contrario. Gran Bretaña y Estados Unidos siempre se habían amado y siempre lo harían. Nunca más que ahora. Y todo gracias al presidente estadounidense. Keir no se había molestado en comprobar que Donald Trump no es tan popular a este lado del Atlántico y que había protestas, incluso entre sus votantes, en las calles. Los votantes de la extrema derecha no se enfadaron, esperan su cheque electoral.

Pero volvamos a Trump. Era el mejor. El promotor de acuerdos comerciales, tecnológicos. El arquitecto de la paz mundial. Mejor incluso que Bono, ese cantante irlandés (U2) tan poco creativo al que los europeos pretenden darle el Nobel que le corresponde solo a él. Mientras tanto, Donald parecía aburrido.

Llegó el turno del Agente Naranja. Aburrido, se trataba de un momento sin ostentación ni gloria, al menos el miércoles tenía a Kate a su lado. Los ingleses las pillan todas a la primera, a Melania se la… vamos, que le da igual. Agradece y casi no humilla a Starmer. Agradece los honores que le correspondían. El rey, “una persona fantástica”, jamás habría hecho esto por Joe Biden. Biden era un perdedor. El peor.

Él, el Gran Donald, había resuelto personalmente siete de las guerras más insolubles del mundo. ¿Cuáles? Ni idea. Llegó en son de paz. Es una pena que no haya podido avanzar en Ucrania o Gaza.

Luego vinieron las preguntas. La primera, de la BBC, sobre Palestina e Israel. Starmer aseguró que habían hablado mucho sobre esto, pero nada más. Al fin y al cabo, no lo parece, pero con la señora de Dinamarca, que tampoco lo parece, son los líderes de la izquierda europea.

Eso sí, supimos que el gran pacificador tenía un consejo experto sobre la inmigración ilegal. Que rompieran algunos cráneos. Eso era lo que había hecho y había funcionado de maravilla. Keir parecía nervioso. Eso sí, durante la noche había devuelto un indio a Francia. Es un comienzo.

El pacificador declaró que había puesto fin a uno de los peores conflictos del mundo: entre Albania y Azerbaiyán. Una guerra que el mundo ni siquiera sabía que estaba ocurriendo, por la sencilla razón de que no lo estaba. Tiene tantos países a los que poner aranceles que confundir Albania con Armenia es normal, además las dos están en la A y Albania va antes. Él no lee mucho, hay mucho izquierdista escribiendo.

Starmer respiró aliviado. Había sobrevivido a la experiencia sin que nadie le hiciera la pregunta clave. Animado, invitó a un par de preguntas más. Craso error. Naturalmente, una señora hizo la pregunta clave sobre el embajador de Inglaterra y Epstein el pedófilo, amigo también de Trump. Starmer puso cara de ¿en serio? ¿Tenías que preguntar eso?

Starmer se desplomó. Donald intervino. Nunca había oído hablar del embajador. Nunca lo había conocido. Era una mentira de proporciones épicas. Trump había amado al embajador. El embajador estaba casi siempre presente en la Casa Blanca. Una leve sonrisa cruzó el rostro de Starmer. Quizás debería probar ese truco. La prensa estadounidense se puso de pie, de nuevo, para aplaudir.

Que risa, señores, que inmensa risa. Me tomaré mi vinito de viernes a su salud y la de Sir Keir. Le van a montar una entre los de su partido y los de extrema derecha, financiados por Trump, que no se hacen una idea. Pásenlo bien y atiendan a la BBC. Los ingleses odian con mucho más estilo que la Televisión Española.

 

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