Seremos ratones delgados

Ha sido semana corta, pero de enjundia. Cosas han pasado, especialmente la despedida de la era Merkel.

Pero hoy es viernes y como llevan ustedes casi tantos viernes con el cronista como con la señora Merkel sabrán que los viernes el jefe de la Clicktertulia, Don Juan Ignacio Ocaña, nos prohíbe las cosas sesudas. Los CEO de la radio no solo ofrecen prima sino que nos han anunciado copa de navidad (a ver si rebajando…).

No obstante, es inevitable hablar de ciencia.

Han descubierto unas llamadas nanopartículas; o sea, partículas pequeñitas, que convierten al ratón gordo en ratón flaco (y que podrían hacer lo mismo con los humanos).

Leído así no sé muy bien si nos quieren convertir en ratones delgados o aplicarnos unas nanoparticulas para que no estemos gordos ni gordas.

El nuevo camino ha sido encontrado por investigadores españoles a quienes no gusta que estemos gorditos, vaya por Dios. Pretenden aplicarnos nanopartículas, cargadas con genes modificados, que logran llegar al hipotálamo y afectan a los mecanismos que regulan la masa corporal.

Con las cosas que hay que estudiar y se ponen con nuestro hipotálamo. Las ciencias adelantan que es una barbaridad, como escribiera Don Tomas Bretón.

Hemos pasado por toda clase de dietas. Sobrevivimos a la dieta Duncan, a la de la alcachofa, a la de la piña y a la disociativa. A una que se llamaba Prokal.

Sufrimos la amenaza de la dieta del arroz, resistimos a la dieta del Pomelo y a una que se llamaba de los astronautas.

También hay quien se ha pasado por la dieta paleolítica, para morir como buenos trogloditas, o por cualquiera de las abundantes ofertas en el mercado culinario que crecen a medida que los “hípster” se adueñan de la cultura de la comida.

Ustedes, modernos que son, agotan la levadura fresca y un llamado pan para adelgazar, cosa que se desconoce qué es exactamente, mientras el pueblo llano compra pan de chicle en los chinos.

Se comen cosas sanísimas y muy de proximidad como la quinoa, el aguacate, el trigo sarraceno y, cómo no, el “agua cruda”, venida de algún glaciar antiguo y que, probablemente, matará con sus antiguas bacterias.

Hemos pasado por el “jogging” y el “running”, ese de las ropitas chillonas y marcando cuerpo. Hemos aprendido a estirar músculos, cual atletas apoyándonos aparatosamente en los bancos de los parques.

Pero habíamos resistido; nos habíamos guardado del estrépito del culto al cuerpo. Estamos a punto de ser derrotados; la obsesión por la delgadez avanza inexorablemente, alcanzando los niveles de la mala educación: ya nadie se atreve a decir a un comensal que aproveche, por si es una improcedente invitación al engorde.

Antes, en la época que salíamos del hambre, se nos educaba en el valor nutritivo de los alimentos. Ahora no; ahora se nos cuentan calorías y el reclamo publicitario es que todo es sanísimo y adelgaza.

Hemos resistido a la dieta, a las publicidades, a ministros de consumo y a los modernos cánones. Pero, amigas y amigos, llega la derrota: seremos ratones delgados, llegarán a nuestro hipotálamo y a donde haga falta.

Yo no dejaré de recomendarles que coman sano y equilibrado, que se cuiden, pero tengo la sospecha de que avanza entre nosotros, bajo el pretexto del conocimiento, la tiranía de la mollera, el canon de lo correctísimo. Hablando de la alimentación, tenemos más saber, pero menos sabor.

No es por molestar, pero si se empieza haciendo ratones delgados, igual, como daño colateral, acabamos con los gatos. Ustedes me entenderán la metáfora.

Yo soy más de Don Benito Pérez Galdós que escribió en Misericordia: “El bien más grande de nuestro cuerpo es el hambre santísima”.

En fin, estimados y estimadas, mientras asaltan su hipotálamo, les propongo que siempre enmascarados y protegidos, no abandonen el gusto por la traidora tapa.

Qué les aproveche.

 

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