Sin noticias (12): economía de taberna

Veamos algunas paradojas. Este país está a punto de abolir la prostitución, pero sus servicios contabilizan en el PIB; no nos gusta –excepto si se paga con obras públicas, en cuyo caso, siguiendo ejemplaridad ministerial, habremos de poner la mano en el fuego-. En Estados Unidos, uno de los “cabeza de huevo” de Trump afirma que el gasto público no debe entrar en el PIB, no es productivo. Se empieza quitándolo de las cuentas y se acaba suprimiéndolo, eso sí, mientras, el jefe acomete el mayor déficit público de la historia.

Historias de taberna. Pero, a ver, si Illa, que maravilla, hace economía fiscal de barra de bar. ¿por qué yo no puedo hacer economía de taberna? Pues sí. No solo les he explicado que la playa es un mercado salvaje y la contribución de los hosteleros al PIB, incluso la imposibilidad del “dumping fiscal”. Y todo ello, como consta en testimonios gráficos, sin salir de una taberna.

Pues eso, hoy les toca lección tabernaria de economía. Si quieren economía seria, esperen a que vuelva (sí; ya les castigaré con lo de la financiación autonómica. Spoiler: Catalunya nos roba) o, mejor aún, lean los blogs que no cierran en verano o a Don José María Triper.

Por si acaso, a ver si algún amigo de Feijóo, que no esté de vacaciones, se pasa por aquí, no porque uno no entienda el chiste del prócer, sino para que me pague un albariño, que está carísimo. Media cinco euros.

La economía de taberna es de “goliardos”, personajes que recorrían las tascuchas en la Edad Media, escanciando y bebiendo vino, impartiendo chismes de trovador y cosas de esas. A pesar de la antigüedad del término, le va bien al turista para analizar el fin del mundo económico. Al fin y al cabo, los que escribimos de economía hemos acertado 9 crisis de las últimas cinco (no es un error, es un chiste de economía).

Por ejemplo, hablemos de tabernas, por un poner. ¿Todas contribuyen por igual al PIB? Aun vendiendo las mismas viandas y líquidos hidratantes, aun no disponiendo de productos diferenciados, el valor añadido –o sea, el beneficio del empresario, en realidad, porque los demás costes son similares- es distinto.

Guardo tiques que atestiguan mi aserto: Hay una zona noble, asediada por guiris –en la playa o en la calle de las tabernas (aquí Loreto)-, hay una zona de paseo y otros negocios, está el chiringuito y, por supuesto, están los de la estrella Michelin, fuera de mercado.

Es decir, esto se parece a los aranceles: no es una cuestión de eficacia, productividad o cosas de esas: se trata o de matonismo (Trump) o de tener tienda en el sitio adecuado. Esto es lo que se llama “renta de posición”. Lo eficaz sería disponer de productos diferenciados y usar la ventaja comparativa, pero para qué, si hay un universo de compradores irracionales que lo hacen innecesario.

Para que se hagan una idea, en zona noble el alioli se cobra un 27% más caro. Las Tellinas, si las hay, un 40% más. Un menú puede salirle a unos 50 – 60 euros cabeza en zona noble, a 36 en las otras y entre 86 y 116 en el Michelin, según busque usted esencia o degustación. El chiringuito, donde escasea la hidratación, le cobra el verdejo a 4,50, 90 céntimos más que la zona noble, claro que lo venden a cinco euros en un par de tabernas para guiris, primera línea de playa.

Ustedes se preguntarán: ¿Con esos precios, por qué el personal hace cola y no se desplaza hacia las zonas más baratas? Por la irracionalidad y porque cuando veraneamos no buscamos bienes necesarios, sino “experiencias” (no he conseguido nadie que me vendiera una ración de experiencias a la plancha, pero aún me quedan dos días).

Lo inasible forma parte de la satisfacción del consumidor que tiene tiempo para ofrecerlo y para pagar su coste de oportunidad. Al turista le regalan tiempo con su billete, salvo que contraten guía.

Se hace cola porque, no habiendo cartillas de racionamiento, es la única técnica conocida para afrontar la escasez o el exceso de demanda.

El franquismo utilizaba la cartilla, los soviéticos la cola y, en ambos casos, florecía el mercado negro. ¿No hay mercado negro en las playas? ¡Ah, queridas y queridos míos: adopta formas sutiles! Por ejemplo, ¿en qué familia no hay un abuelo o un primo que pasaba por allí, que no se vaya de “okupa” a una mesa dos horas antes de la lifara, desbaratando la cola o el racionamiento?

Lo que nos conduce a una reflexión sobre la relación entre economía y suelo. Esta es la gran paradoja: hay suelo para hacer casas, pero no las hacemos. No hay suelo para poner tabernas, pero las ponemos.

La plaza, el ágora, ha desaparecido. Se suspenden en vacaciones las conversaciones, se habla, se juega, se pasea, en la playa, si la hay o, si no, se ponen ustedes con el móvil. Si usted quiere escribir un relato enloquecido se va a una taberna. La mesa es para los de la cola y las viandas.

Al parecer, las piscinas en las urbanizaciones producen, según dicen algunos, desclasamiento social. Ayuso vence gracias a las piscinas (hay que reconocer que estos son más creativos que Illa, qué maravilla) ¿Cuál es el efecto social de la desaparición de las plazas?: la añoranza de la aldea y el recelo al extraño.

 

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