El viajero es un coleccionista; el turista es un soldado. El viajero reúne momentos, experiencias y multas de tráfico. El turista debe combatir: encontrar hueco en la primera línea de playa, sitio en las terrazas, lograr una reserva antes que un guiri, y así sucesivamente. Un sufrimiento.
Aquí estamos. Ya les dije, lugar de aterrizaje, Denia. “temperatura, 32º, humedad relativa, entre 50 y 95 por ciento, sensación térmica 35º- 38%, brisa, de qué brisa me hablan, estado de la mar, plana y más despejada que la mesa de la ministra de infancia”. Aire acondicionado en la vivienda: sí; se dispone. La autoridad competente sea loada.
La primera obligación del turista es el reconocimiento del espacio y las gentes que le acogerán durante la estancia. Afortunadamente, dispongo en mi tripulación de dos experimentados exploradores (10 y 5 años, las exploradoras se han ido al norte), no tenemos balandro, como mi contertulio de los martes, Don Luis Blanco, pero tripulamos lo que haga falta. Los exploradores me ayudarán en la tarea. Un buen soldado, dicen mis exploradores, debe camuflarse correctamente.
En consecuencia, recurrimos al “Catálogo Astral Terrestre de formas asimiladas (CATIFA)”. El mayor adopta la forma de “Vini JR”. El pequeño, de domador de dinosaurios. Yo adopto la correspondiente figura de jubilado: sombrero Panamá, bermudas negras y unas deportivas (eso sí, renuncio al calcetín ejecutivo), bolsito en bandolera que deja adivinar una botellita de agua y un abanico.
Nos lanzamos a la calle. Primera impresión: esto parece la Taberna del Buda o, quizá, la cantina de Mos Esly, donde la princesa Laia conoce a Hans Solo; “la gente es variopinta y bastaría su sola contemplación para saber que Denia es puerto de mar”.
Están, primero, “los de aquí” que te miran con cara de por qué no pagas, pero te marchas. Al parecer, según una primera impresión de los exploradores, que deberá ser confirmada, “los de aquí” tienen esclavos, ya que en sus negocios, especialmente tabernas, casas de comidas y fondas, trabaja gente que parece proceder de otro planeta, cuya piel refleja todas las clases del negro, como las camisas de José María Triper, otro de mis contertulios de martes. Se les identifica no por el color de su piel, sino porque en cuanto te ven te llaman “henmano” (ellos) y “cariño” (ellas), aunque nunca hayas desayunado con ellos o ellas.
La más abundante, empero, es una raza de unos seres grandes, generalmente rubios, obesos y de piel rosa que, al parecer, proceden del norte y sus mares. El grado de rosa depende del tiempo que lleven en el lugar. Se les conoce porque comen en terrazas a 40% a la sombra y solo beben cerveza.
La topografía del lugar es plana. Parece haber un castillo, pero no sube mucha gente, prefieren permanecer en una eterna fila de terrazas, casas de comidas y fondas, carísimas, y casi todas sin climatización. El aire es algo que solo piden los pijos de Madrid. Si los que más pagan usan terrazas, a los nacionales que les den.
Sea cual sea el planeta, parecen alimentarse de las mismas viandas: una variante china (arroz guisado de mil maneras en un gigantesco plato de hierro, algo ancestral). También, unos bichos carísimos de la muerte, que parecen “una especie de teléfono con patas” y otras cosas que proceden del mar y que le hacen mucha gracia a Juan Ignacio Ocaña, experto en océanos.
Su forma de vida es extremadamente compleja: viven en el seno de “importantes retenciones”. Sospechan mis exploradores que nunca logran salir del municipio hasta el invierno. Esto no preocupa “a los de aquí” que hacen, literalmente su agosto.
Parece haber cierta incomodidad que solo preocupa a los pijos de Madrid, expertos en terraceo: una ciudad de 50 mil habitantes recibe en periodo estival 250 mil, con inevitables consecuencias.
El mar es cálido, o sea caldo, tan caldo que la tellina huye, y empieza a haber duda sobre la gamba. Ha sido, al parecer alquilado por una instalación llamada chiringuito, que hemos decidido explorar otro día: parece “prometedora” dice Vini JR.
Tras el análisis los exploradores han dado el visto bueno: nos quedamos. El mayor ya sabe dónde se tomará el batido de chocolate nocturno; el domador de dinosaurios ha descubierto que ese pequeño bicho al que llaman “tellina” (coquina) le “encanta”.
El jubileta solo pregunta: ¿y si volvemos al aire acondicionado? Va a ser que no: el turista es un soldado, sostienen los exploradores.