Sin noticias (7): Mediterráneo, qué sinsabor

Vamos a ver, estimado y estimada oyente, puede usted no creer en el cambio climático. Es usted muy libre. Otra cosa es que mi brigada de nietos exploradores se acerque a recordarle, de modos incómodos, para usted, que no aprecian el planeta que usted está dejando a su futuro. Ya le aviso que el jefe del comando será el “domador de dinosaurios” (cinco años), que tiene poco aprecio a los negacionistas, ha visto el documental “Océanos”, ha torcido el morro y sostiene que le molesta mucho lo que hacen “esos hombres” con el mar. Ha puesto un tonito que da un poco de miedo; avisado queda.

Puede tener dudas sobre la gestión ambiental de las muy loables instituciones, puede, incluso, practicar cualquier clase de terraplanismo climático y todo lo que quiera, es usted muy libre. Allá usted. Pero debería, al menos, preocuparle la creciente desaparición de los sabores de la cocina de su abuela de usted.

Ya se ha visto sumergido en los vinos sin alcohol, en tomates sin carne, en paellas enviadas por Glovo, prefabricadas, en tortillas de patata sin huevo, en tabernas que parecen casitas de té, en sitios donde solo venden cócteles sin alcohol y así sucesivamente.

Pero hay más. Si, por acaso, su señora le manda al súper, por milagro, entiende usted el plano que la señora le hizo y se acerca a la pescadería, encontrará almejas del Japón, pota del Pacífico y peces de todo el mar conocido, del uno al otro confín, con la excepción del notable pescado patrio.

Son 7.500 kilómetros de costa y diez comunidades autónomas con mar y no hay bichos nacionales y, si los hay, le costará un sueldo mensual. Pero no crea que esto es lo peor. Lo peor es que aquellos sabores de nuestra infancia desaparecen.

Paso mi parada biológica como saben, en el Mediterráneo (Denia). No sé cuánto tardará, pero esto pinta a Mar Muerto.

En esta costa, la temperatura media anual del agua del mar se ha incrementado. El Mediterráneo se calienta un 20% más rápido que el promedio global de mares y océanos, con un aumento de 0.4 grados por década desde 1980.

El aumento de la temperatura provoca la pérdida de especies autóctonas y la proliferación de especies invasoras, alterando la biodiversidad marina. Y aquí es donde yo quería llegar a parar.

Cuando uno se desplaza a su parada biológica y es un cronista debe hacer dos cosas: anotar lo que ve y fijarse en lo que falta. Es evidente que en el Mediterráneo de este año no hay rusos, no hay chinos, cosa que sería lo de menos. Por cierto, sepan que si hay mucho alemán en todas partes es porque ya han conseguido echar a buena parte de ellos de Mallorca. Un éxito de la turismofobia que prefiere a los ricos que se encierran en sus calas, antes que a los alemanes normales que consumen en las tabernas.

Pero uno también ve lo que hay. Prácticamente, han desaparecido las sardinas, y los taberneros de calidad advierten que no traerán más tellinas (lo que ustedes conocen como coquinas).

En el caso de las sardinas, están migrando a mares más fríos; en el caso de las tellinas, más de una tercera parte se pescan muertas: haciendo inviable sus precios y su calidad. El agua caliente mata a estos minúsculos bivalvos.

Pescados tradicionales en el tapeo de chiringuito, mariscos viejunos como las navajas, alguna cañadillas o cosas por el estilo parecen estar faltando. Tenemos cazón del atlántico, que aquí llaman mussola para que no se sepa de donde viene, pulpo de vaya usted a saber dónde, porque “galego non es” y sepia que no sabemos de qué mar llega, tampoco.

Que los peces y mariscos desaparezcan, porque se han ido a sitios donde el agua esté más fría que el caldo mediterráneo es explicable, como también lo es que los rusos no aparezcan o los chinos, aunque ZP ha dicho que un día de estos los trae, aunque no sé dónde los va a meter. No son apreciados y los hoteleros no los necesitan para cubrir sus cuentas ni los cruceros para llenar las ciudades de plástico.

No es tan entendible que los chiringuitos mediterráneos tengan precios de estrella Michelin, que un verdejo no lo encuentres por debajo de cuatro euros y medio la copita, que encontrar un mejillón decente en una carta sea una experiencia mística o que las paellas se hayan llenado de productos congelados, a precio de gamba hervida con agua de mar. “(Opcional) suplemento de 14 euros”, que esa se la tengo que contar otro día.

Las gambas se pescan en profundidad, todavía aguantan, pero el gobierno se ha sentido en la obligación de intervenir, se han puesto entre 190 y 200 euros el kilo. Son dos los factores: la reducción del volumen pescado, debido a las cuotas impuestas, que en Denia han llegado a suponer un 20% y, para qué negarlo, la codicia de restaurantes y casas de comidas.

Un mundo sin mariscos y pescados es más dramático que un mundo sin rusos y chinos.

Sálvese el que pueda. ¿Un verano sin olor a sardinas? ¿Una playa sin la tapa de tellinas, que se comen como pipas? ¿Un tapeo sin sabor a plancha y aceite? A dónde iremos a parar: a Huelva, bueno, mejor no vayan, ya voy yo por ustedes, que luego me lo llenan todo.

No hay sardinas, no hay tellinas, escaseará la gamba, pero hay abundantes incompetentes gestionando las agendas ambientales. Esto es un sinsabor.

Pero, como ustedes saben, he decidido vivir sin noticias, o casi.

Seguro que imaginan que el cronista deberá aprovechar el fin de los tiempos, el apocalipsis marítimo: conozco una taberna que tiene sardinas y tellinas, iré a probarlas y me escanciarán un vino. Se me va a llevar el tabernero un pedazo de monedero de narices, pero al menos, los guiris no conocen el sitio y yo podré contar que comí las últimas tellinas, antes de que el ángel de la muerte corriera el séptimo sello.

No se inquieten, en una semana vuelvo de mi parada biológica: qué lástima que tengamos que ser los cronistas los que arreglemos esto. Pasen un buen agosto, yo les tendré en mi mente.

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