Sin noticias (9): el moreno, reaccionario o revolucionario

Una muchacha grita: ¡Son más de tres! Y un montón de chicas vacían raudo el chiringuito. ¿Es una manada acosadora? ¿Acaso el precio de la botellita de agua que llevan una hora consumiendo? Un chaval, que lleva largo rato tratando de ligar con una joven rubia (y gastándose la paga dominical en agasajarla –éste no trabaja-) pregunta inocente: ¿qué pasa? Son los UVA, tío, es la piel, le responde un experto.

“Es una aplicación en el móvil”, me susurra el más avispado tecnológicamente de mis exploradores (10 años), estudia robótica y el presumido nos lo recuerda. Al parecer, las jóvenes no usan la tal aplicación para protegerse, sino para acudir a la llamada del rayo solar. En la escala, por encima de 3 ya te pones oscurillo.

Y allá va la muchachada a invertir en cáncer de piel. Habrán de saber que una especie de terraplanismo dermatológico se ha extendido, especialmente después de la pandemia. Los antivacunas han ampliado su rechazo a las grasas y contenidos de los protectores solares.

Es más, igual que Trump combatía el virus con un trago de lejía, el secretario de Salud norteamericano, un antivacunas de la familia Kennedy, hay mucho escrito sobre el deterioro de las estirpes, no solo ha propuesto bajar los impuestos a los negocios de rayos UVA, él los usa: Montoro tiene muchos seguidores. Le debe molestar el blanco irlandés de su padre y su tío.

El afamado secretario de Salud permite que se sostenga, por voceros on line y con su silencio, que el sol acaba con las células cancerígenas, en un notable acto de prevaricación: la lista de carcinógenos por él elaborada incluye al sol, tras el tabaco.

El color de la piel siempre fue cuestión de clase, es bien sabido. El moreno era de campesinos y obreros y el blanco de ociosos aristócratas (la sangre azul). Todo empezó a cambiar cuando los ricos se pusieron a hacer deporte y, después, a disponer de balandros.

Los sindicatos, siempre atentos a la igualdad y a impedir las privatizaciones, en este caso del sol, lograron el equilibrio: las vacaciones pagadas consiguieron que nuestros desnudos bronceados nos igualaran a todas, primero, y a todos después.

Por tiempo, el bronceado fue un componente aspiracional de nuestra identidad convocada al progreso y el postmaterialismo. Ahora ya no. Ahora es nuevo motivo de división. La frontera es pura ideología.

A ver si me entienden: la OMS es una organización corrupta; los médicos forman parte de la élite; las farmacéuticas nos roban, los estudios los hacen universidades “woke” y los gobiernos quieren envenenarnos con cremas cuyo origen se ignora. Ennegrecerse es revolucionario.

Un completo argumentario de realidad alternativa que, no obstante, debe cerrarse con un aserto ideológico de mesa camilla: “el ser humano fue hecho para el sol”. O sea, para trabajar con el sudor de su frente, para ser un currito o currita quemado, mientras recoge al algodón, supongo que pensarán Kennedy o Trump.

Una aplicación telefónica y un par de “tiktokeros” amigos y todo hecho. Frente a tal aserto se levanta la otra falange salvadora. No tenemos tiempo de recurrir a la educación, ni a poner en los colegios un aula de salud, mejor que estudien ciudadanía o lo que sea eso.

Frente a los que sostienen que estar moreno es revolucionario, ataca al statu quo, la falange “woke defiende, en realidad lo mismo: que no hay cultura neutral y afirma que reivindicar el moreno no es cuestión de salud, de estética mal entendida, ni revolucionario, sino que es reaccionario. Así nos evitamos explicaciones complejas. Que la gente, que es tonta, no entiende.

Subyace, aquí, un argumento muy apreciado por las haciendas públicas: si no hay enfermos, no necesitamos médicos, así podemos gastarlos en más asesores a dedo inútiles. La salud, otra trinchera.

¡Ya está en 4, se grita! Y otra muchachada abandona el chiringuito, lo que aprovechamos los demás para ocupar espacios a la sombra. Nos solidarizamos con el muchacho que espera, ansioso, que la aplicación marque un 2 y vuelva la rubia, que el hombre lleva el fin de semana y no logra ningún éxito.

Nada tan natural como quemarse, ya se lo decían a Mari Pili los de “ejecutivos agresivos”. Los de los mares del norte que viven por aquí deben ser de la misma opinión.

Los que conocí en plan gamba hace una semana hoy carecen de piel. Sorprendentemente bajo la dermis parecen disponer de otra capa rosada. Debemos estudiar el asunto, les digo a mis exploradores, que han observado extrañados el fenómeno. Inquieren si la cosa de la cremita de mamá les impide a ellos la misma habilidad.

El muchacho del ligue fallido se pregunta si hay alguna rubia “woke” en el grupo, pero no; está protegiéndose del sol en una universidad de verano de Sumar. En venganza, llama por teléfono a la falange “woke” local para que vacíe la playa por daño medioambiental o algo por el estilo.

Ya ven, sol o sombra, no es el tendido de Las Ventas que usted eligió en San Isidro. Es acabar con el statu quo o plegarse a los excesos populistas. Yo, como soy un antiguo, les ordeno a mis exploradores un factor de protección 50, que se queme la piel el tal Kennedy.

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