Hay algo peor que un autócrata: un autócrata loco. Hay algo peor que un autócrata loco: un autócrata loco que se cree un mago. Hay algo peor que un autócrata loco que se cree un mago: un autócrata loco que se cree un mago y es un presunto asesino.
Les confieso que he pensado titular esta crónica “Asesinato para autócratas principiantes”, en honor a la novela juvenil de Holly Jackson; también me valía “Asesinatos con magia”, novela de John Vernon en la que, mediante hipnosis, un mago asesina a sus víctimas.
Pero la realidad se permite licencias que la literatura no toleraría: así que he recurrido a un chamán indonesio que envenenaba a sus víctimas, convirtiéndose en un asesino en serie notable. Lo del envenenamiento me ha convencido.
Trump se ha dirigido a las Naciones Unidas. Me tiene sin cuidado que Melania o él no sepan, a su edad, subir escaleras. “Nadie habrá dejado de observar que con frecuencia el suelo se pliega de manera tal que una parte sube en ángulo recto con el plano del suelo…” (pueden aprenderlo de Julio Cortázar en “Instrucciones para subir una escalera”). No nos sorprende que haya dinamitado las Naciones Unidas o convertido a Europa en su enemigo; gracias Macron, por decirle algo.
Lo insultante ha sido el día previo; tras canonizar –también quiere ser papa de una nueva religión- al joven indecentemente asesinado por un terrorista, votante republicano y amante de las armas, se convirtió, a instancias de Kennedy –las estirpes se deterioran, es evidente- en un chamán que, a cambio de que un amiguete gane dinero, pone en peligro a la gente con recomendaciones sobre medicamentos que ni sabe pronunciar.
En breve: las mujeres embarazadas no deben tomar Tylenol, que se vende sin receta en Estados Unidos. Su principio activo, el acetaminofén (Trump no supo pronunciarlo) nosotros lo conocemos como paracetamol. La razón, con el objeto de crear alarma social, es que puede producir trastornos del espectro autista en los recién nacidos.
¿Por qué el chamán recupera un absurdo papel del siglo pasado, contestado por la comunidad científica hace décadas? Sencillo: el medicamento alternativo recomendado (leucovorina) lo fabrica una empresa propiedad del doctor Mehmet Oz, amigo de Trump, a cargo de los Centros de Servicios de Medicare y Medicaid –los seguros públicos-, que lo impondrá en los hospitales, expulsando a la empresa Kenvue, propiedad de Johnson & Johnson. ¿Corrupción? Sí.
Dijo, además, que los niños no deberían vacunarse de hepatitis B. cuando los expertos aseveran que está dando gran resultado. También dijo que el tabaco no tiene que ver con el cáncer de pulmón. Y así sucesivamente.
Ése es el momento en que el autócrata, rey de las cremas solares, agente naranja y aspirante a papa, pasa de ser mago a posible asesino. Interventor mundial, como Mustafá Mond en “Un mundo feliz”. Es lo que tiene el puñetero populismo, adocenante terraplanismo de toda naturaleza. Liderazgo irresponsable para convencer a quienes confían que el gobierno de su país, sea quien sea, no les hará daño.
De mis asertos sobre las consecuencias de la pandemia, escritos aquí y en libro en el que modestamente acompaño a algunos colegas (VV.AA. Calvo Poyato, J y Revuelta, F. Cood. Aprender y no olvidar. Tecnos, 2022), constaté inmediatamente dos fracasos predictivos, apenas unos días de encierro transcurridos.
Creía, ahora entiendo de forma bastante ingenua, que entre otros efectos que sí atiné, se debilitaría el desprecio a lo público y el desprecio a la ciencia. Sobre lo primero he hablado con frecuencia; sobre lo segundo nunca. Hasta oír al chamán posiblemente asesino de Trump, creí que el terraplanismo mental populista no alcanzaría niveles de tal naturaleza.
Las vacunas, el tratamiento a las mujeres embarazadas, la inmunización de poblaciones enteras ha salvado la vida de millones de personas a lo largo de su uso, continentes enteros que Trump desprecia. Convocar el desprecio a la ciencia médica, para obtener beneficios y para desmantelar la salud, con el efecto de desproteger a poblaciones enteras, es un asesinato que, por el volumen de sus efectos y por la planificación de sus beneficios, constituye algo parecido a un genocidio.
No es casual que Europa haya sido uno de los objetivos de Trump. La Unión Europea tiene graves y serios problemas, entre otros el demográfico, y la necesidad de trabajadores foráneos. Pero, a pesar de ello, es la única que puede combatir la imbecilidad política, autocrática y sectaria del rey de las cremas solares.
Nunca nadie quiso odiar ni matarnos como él. Trump no ha inventado el odio, pero lo alimenta de la manera más grosera que los europeos ya hemos sufrido hace tiempo. Me perdonarán, pero el futuro de mi nieterío depende de poner pie en pared ante tamaños despropósitos.
De la tierra de los avances científicos y tecnológicos, de la reflexión de la nueva economía, de quien nos salvó del nazismo, de ahí nos llega, ahora, un chamán posiblemente asesino.
Es eso y nada más: un puñetero cuervo anaranjado y amenazante.