2023: el año del miedo, el cambio de opinión y las necesitadas virtudes

El año tranquilo no empezó, usted recordara, precisamente muy tranquilo. Desde la traición a los saharauis, aún no sabemos por qué, a las rebajas en los delitos de malversación, de los indultos al “solo sí es sí”, de los debates sobre si éramos proucranianos o prorrusos a una inacabable reforma laboral.

Una tras otra, las medidas y discusiones del Gobierno iban calentando el ánimo social que, a partir de marzo, se reforzaría con un notable proceso inflacionario. Un coctel suficiente como para que las autonómicas y municipales concedieran al PP un notable poder territorial.

Justo entonces el prócer socialista decidió salir de su deshumanización y del plasma a tierra firme. Sólo un arma tenía a mano y la usó: el miedo a la extrema derecha. El arma que no había funcionado en otras elecciones funcionó en éta.

Habrá que decir que VOX y la ausencia de estrategia del PP en su relación con la extrema derecha nos dieron inenarrables días de desbarajuste y discursos reaccionarios de los extremistas que acabarían siendo irrelevantes a nivel estatal, pero dejando al PP sin espacio político.

En una palabra, el PP era el partido más votado, pero no podría gobernar. Así que llegó el momento de hacer de la necesidad virtud. Concluida la socialdemocracia como proyecto político, se definió un progresismo vacuo que va desde la izquierda más radical al soberanismo supremacista y los tradicionalistas conservadores.

Por supuesto nada de lo que ya se sospechaba iba a producirse, según la voz del líder. La amnistía era inconstitucional e imposible, nunca se pactaría Pamplona con Bildu dijo la socialista navarra, la caja única era intocable, la unilateralidad financiera no está en la Ley y todas esas cosas que ahora sabemos que sí eran posibles.

No; no es que nos hubieran mentido es que el prócer, a confesión de parte no es necesaria la prueba, y los suyos han cambiado de opinión. Un aserto político que ha devaluado hasta el extremo la transparencia política y alargado el conflicto social más allá del nivel al que estamos acostumbrados.

La polarización social fue oficializada en modo de “muro” por el presidente del Gobierno y amenaza con seguir contaminando el cuadro institucional desde la propia Constitución al desprecio a la monarquía.

La expresión del discurso de Felipe VI, “Constitución y España”, ha sido rechazada por todos los asociados al Gobierno a quienes se les presenta, como Puigdemont, Aragonés y Otegui han declarado, una oportunidad única de presionar al Estado.

Todo el asunto ha ido acompañado de algunas humillaciones como el asunto de los mediadores, las pretensiones y filtraciones de Puigdemont, (hasta para arreglar lo de los jueces hemos pedido ser intervenidos por la Comisión Europea).

También podemos añadir a las lista los reconocimientos de Hamas o de los hutíes, con algún que otro medio desprecio a los norteamericanos en el asunto de la defensa del Canal de Suez.

Sí; venció el miedo, cambiamos de opinión y convertimos la necesidad de unos cuantos escaños en virtud.

Ése es un escenario de notable desconfianza social y, también, de inestabilidad política. El equilibrio de las concesiones es lo suficientemente endeble y los costes del embrollo lo suficientemente altos en lo político, lo territorial y lo económico que puede romper los acuerdos, si no definitivamente, sí en momentos políticos concretos: decretos leyes relevantes, leyes o presupuestos.

Por otra parte, los procesos electorales autonómicos pendientes (Galicia, País Vasco y Catalunya) enervan las relaciones entre buena parte de los aliados cuyo único vínculo, en realidad, es su compromiso con Sánchez.

El progresismo realmente existente es tan plural como insaciable. La propia izquierda de verdad verdadera que Yolanda Díaz ha reunido en su coalición expresa su molestia por aparecer atrapados por Sánchez, mientras Podemos ha organizado su propia estrategia.

Ha sido el año del miedo, el cambio de opinión y las necesitadas virtudes, pero no hay razón para creer que el año que viene será mejor. El cronista sólo espera que a ustedes les vaya bien. Al fin y al cabo, la política nos hace daño, pero siempre nos da oportunidad de cambiarla.

 

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