2023: la miseria de la política exterior internacional

Cuando empezamos 2023, más o menos 80 guerras estaban en marcha: estados fallidos en manos de mafias, señores de la guerra secuestrando o violando niñas, formando niños soldados que asesinaban a sus propios padres, piratas como antaño, materias primas ensangrentadas, paracaidistas excolonialistas librando batallas con terroristas. Células terroristas por doquier. Pero eso era África, “waka, waka”.

No pasaba nada; el mundo y sus grandes potencias tenían reglas e instituciones globales, nos decíamos con una tranquilidad injustificada. Hasta que ocurrió lo que debía ocurrir: el airado populismo, traducido a nivel internacional en suma volatilidad en las relaciones internacionales, nos ha regalado un año de pasmo.

El “orden mundial basado en reglas” no era más que un mito: creíamos que era un éxito de la paz sobre la guerra. La promesa de “nunca más”, nacida tras la II Guerra Mundial, ha sido la razón de ser de instituciones globales como las Naciones Unidas y la Corte Penal Internacional.

Se entendió que el aumento de la libertad y la prosperidad era el subproducto más deseable de estas reglas y de ellas nació la globalización, hoy contestada por los populismos de diversa naturaleza.

Sin embargo, un número cada vez mayor de personas en todo el mundo ya no cree en esa historia.

Si había dudas, la promesa de la paz interminable se rompió con la invasión de Ucrania por Rusia que nos devolvió a la realidad de la violencia y la inestabilidad en todo el mundo. Estábamos siendo testigos de los horrores que este sistema supuestamente habría eliminado hace mucho tiempo.

Y percibimos que la crisis económica de la inestabilidad rompía el compromiso de la globalización con el desarrollo.

Las instituciones internacionales globales parecen ahora, en el mejor de los casos, impotentes para hacer frente a los desafíos más graves de nuestro tiempo. En el peor de los casos, son cómplices de permitirlas.

Estábamos preguntándonos cómo salvar el sistema de reglas globales cuando un atentado terrorista de Hamas, uno de esos grupos que llenan el mundo de pavor en nombre de no se sabe qué creencias, desencadenó, en nombre del incontestable derecho a la defensa de Israel, un auténtico genocidio en Gaza.

La guerra de agresión de Rusia contra Ucrania y la respuesta israelita a Hamas y otras guerrillas ha explotado la degradación de normas y valores que hasta ahora creíamos seguros. Si esto continúa, eventualmente todos perderemos interés en salvar el sistema.

Buena parte de esas reglas se basaban en una convención relativamente falsa: las grandes potencias (USA, Rusia, China o la diletante Unión Europea) impedirían, por su propio interés, el caos. Ahora resulta que, precisamente ése es su interés.

Podemos poner fin para siempre a la política de las grandes potencias garantizando que se amplíe la libertad de contribuir a la toma de decisiones internacionales.

Actualmente, los individuos, las comunidades e incluso naciones y regiones enteras simplemente no tienen voz y voto en las decisiones que les afectan.

Estamos en un momento crucial en la historia mundial. En 1941, casi toda Europa había caído en manos de las potencias totalitarias. Si bien la victoria de los aliados estaba lejos de ser segura, los representantes de las naciones ocupadas y aliadas se reunieron en el Londres bombardeado para impulsar lo que, en el futuro, serían las Naciones Unidas.

¿Podría intentarse ahora? Parece difícil. Nadie se considera aliado de nadie.

Véase el caso de España. Abandonamos a su suerte a los saharauis, ponemos peros a las ayudas a Ucrania, al tiempo que la mitad del Gobierno tiene una posición prorrusa. Recibimos el aplauso de los terroristas de Hamás y hasta los hutíes nos declaran amor eterno.

Construimos política exterior también por necesidad electoral, al parecer, abandonando los compromisos europeos. Dar la vuelta por África, en lugar de cruzar el canal de Suez encarecerá los costes económicos de las materias primas, pero mandar tropas enfadaría a los iraníes. España parece tener sus propias reglas, cosas de las coaliciones, al parecer.

 

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