¡Ahí va la despedida… de la radiocrónica, hasta dentro de unas semanas!

Llega el fin de la temporada. Sí; la semana ha sido densa, aunque últimamente todo es denso. Qué les voy a decir, por un poner, quién no se iría a Salamanca a tomar unas birritas antes del verano si, además, paga el jefe copa y prima. Ya deberían aprender algunos de Sánchez, no sé porque los CEO de la radio no caen en la cuenta.

Esto daría para sesudo análisis, pero hoy es viernes. Y como llevan ustedes con el cronista más viernes que con el regalador de fianzas catalán, sabrán que el jefe de la Clicktertulia, Don Juan Ignacio Ocaña, nos tiene mandado que, en viernes, de cosas sesudas nada.

Así que no queda más remedio que despedirme de la radiocrónica. De la escrita ya se la leen ustedes aquí.

Mis queridos y queridas oyentes, y también lectores y lectoras, casi siempre enmascarados, como dice la jota: allá va la despedida. No se inquieten, es de ésas de las que se van por las noches y por las mañanas vuelven.

Podría escribirles un epigrama sobre la ausencia o una oda triste sobre nuestro desencuentro, pero en realidad lo que va a pasar es que, no teniendo cita con ustedes, madrugaremos menos, pero llegaremos al chiringuito antes. Es como el ministro de Consumo, levantarse antes para estar más tiempo sin hacer nada.

Porque en la playa, señores y señoras míos, es más importante llegar que permanecer.

En la arena vive el más salvaje de los capitalismos: no solo la sombra está privatizada, y se cobra a precio de monopolio, sino que el propietario del concesionario único, que llamamos chiringuito, administra la libertad de movimientos con la misma sutileza que el ministro de Interior.

Qué hermosa la playa. Quién no ha deseado pasar unos días en compañía de sus hijos y nietecillos. Qué placer perder las lumbares, enseñando a los churumbeles cómo se saltan las olas o como se hacen correctamente los castillitos de arena, mientras sus padres, eso sí, tras concederte disfrutar de los pequeños salvajes han ocupado el único sitio libre en el chiringuito.

Qué decir de esas paradisiacas noches, cuando el sol del ocaso se refleja en las aguas azules, perfilando pequeñas barquichuelas, mientras suena una música casi celestial y usted bebe un vino cultivado junto al mar.

¿Qué decir? Pues que no existe. Edificada la playa hasta la orilla, el reflejo que usted ve es el de las farolas. Señor y señora mía, las barquichuelas de las que usted me habla fueron vendidas por los marineros para pagar las licencias del chiringuito, el vino marítimo que usted bebe ya viene de Nueva Zelanda y la música, la música, no quiero desengañarle, es reguetón.

No obstante, dirá usted, llega ese momento en que puede coger ese libro recomendado por el tipo enloquecido de clickradio y cuando está acariciando la tapa, en la terracita, a la hora de la brisa, al lado de ese cubata que con mimo se ha preparado en secreto, llega la voz del interior: ¿Qué pasa, hoy no se juega la partida? Ah la baraja, tan inevitable en vacaciones como las ruedas de prensa de Sánchez.

No; no será el siete y medio, “ese juego vil que o te pasas, o no llegas”, en plan Casado. “El no llegar da dolor pues indica que mal tasas -como Gabilondo– y eres del otro deudor: mas ¡ay! de ti si te pasas, si te pasas es peor”, y si no que se lo pregunten a Iglesias.

Las vacaciones han inventado juegos infinitamente más largos, el subastado, por un poner. Un juego eterno. Cuando usted acabe, el cubata estará caliente, mirará al libro con pena y le dirá: mañana, quizá.

Pero qué grandes son las vacaciones. Una conquista arrebatada con noble energía a los patrones por la clase obrera.

El patrón respondió como debía: inventó negocios: parques temáticos, “take aways”, paella en línea de playa, tiendas de lujo en paseos marítimos… y, más aún, inventó máquinas que hicieron posible que su suegra compartiera la alegría de vacar en familia. Que es como un viaje a Ceuta con Abascal.

Así que cuando usted vuelve al trabajo, siente como el patrón pone cara de “haberte hecho japonés”, que esos no tienen vacaciones.

Así pues, como dice la jota, antes de la despedida plantaré en su puerta un pino y en su ventana un cerezo. Así, a la vuelta, por cada piña nos daremos un abrazo y por cada cereza un beso.

Disfruten, como nosotros y nosotras, del merecido descanso, enmascárense lo necesario, sean prudentes y vigilen la ola. Pásenlo bien si no quieren enojar al cronista. Tengan un gran verano.

 

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