Con el estallido del caso Bankia se conocieron por la opinión pública algunos datos de la consumación de un proceso, el de la liquidación de las cajas de ahorro, instituciones con finalidad social y benéfica con más de de cien años de historia en algunos casos, con gran solvencia y patrimonio acrecentados por legados privados y públicos y con gran prestigio y credibilidad, en particular entre las llamadas clases populares, léase pequeños empresarios, agricultores, ganaderos, y millones de pequeños ahorradores. Se culminaron así las aspiraciones de los banqueros españoles, acompañados en su discurso por el liberalismo depredador de los Chicago-boys del PP, cuya hada madrina es Esperanza Aguirre.
Todo esto después de años de fusiones para enjugar pérdidas de cajas regionales, llevadas a la ruina por sinvergüenzas de distintos colores: populares, socialistas y clérigos, acompañados por la complicidad de representantes de otras siglas de la izquierda o nacionalistas varios, además de sindicalistas amortizados
En esto, como en todo, ha habido honrosas excepciones. Larga es la historia de los latrocinios que se han llevado a cabo en estas entidades, además de operaciones financieras de todos conocidas, como la inversión en ruinosas promociones inmobiliarias, aeropuertos sin aviones, compra de paquetes de acciones en sectores de riesgo, y un largo etcétera.
También da para mucho el listado de aprovechados que han ocupado cargos en las cajas de ahorro en los últimos veinte años y que se han ido haciendo mutis por el foro, de rositas, sin que se investigue su actuación; los clientelismos que han montado; los créditos ventajosos dados a los amigos, y, sobre todo, los multimillonarios salarios que se han otorgado, pensiones vitalicias cuantiosas, y patrimonios sobrevenidos de nuevos ricos, cuando lo cierto es que llegaron con lo puesto, o, en el mejor de los casos, con un sueldecito de profesor o de empleado en una sucursal bancaria de barrio. No hay precedentes en nuestro entorno de un saqueo semejante.
Caja Madrid: historia de una liquidación
En la historia más inmediata, de Caja Madrid quiero decir, la entidad emblemática y con más solvencia del grupo, hay que consignar algunos datos para la historia, o la memoria, como quiera el lector. Para no aburrir demasiado me remontaré solo a 1995, año en el que aún teníamos a Felipe González de inquilino del Palacio de la Moncloa, a Alfredo Pérez Rubalcaba como ministro de la Presidencia y a Pedro Solbes al frente de Economía y Hacienda.
La presidencia de la entidad a la que me refiero era desempeñada por Jaime Terceiro, cercano al PSOE pero con un discurso por entonces más próximo al PP, como suele ocurrirle a este partido con sus «representantes» en el mundo financiero y que al final se decantan hacía posiciones neo-liberales, como también fue el caso del Gobernador del Banco de España nombrado por el Gobierno de Zapatero, Miguel Ángel Fernández Ordóñez.
Tampoco les voy a reproducir el listado de miembros del Consejo de Administración de Caja Madrid en aquellos tiempos, sólo destacar un nombre: Rodolfo Martín Villa, y que fue quien llevó a cabo los primeros golpes de piqueta para liquidar la Obra Social del antiguo Monte de Piedad: lo hizo con la misma destreza con la que había desmontado organismos del viejo régimen como el Somatén o las delegaciones del Movimiento, eso sí, después de ordenar la quema de ficheros y archivos.
Una de las primeras «reformas» fue reducir al 26% la cifra que, procedente de los beneficios, se destinaba a los fines sociales, por otra parte fundacionales. Para dar el dato exacto diremos que hasta entonces la distribución de los beneficios se hacía en proporción de 50% para la propia Caja, donde se contemplaban mejoras salariales de los empleados, y el otro 50% era para la Obra Social. Otro paso en la misma dirección fue «externalizar» la acción social y cultural, que pasó a realizarse por medio de la Fundación Caja Madrid y a través de subcontratas con empresas ajenas, eso sí, de amigos y parientes.
Para quienes no conocen bien la labor social de esta longeva entidad diremos que en Madrid son muy celebres las Escuelas Padre Piquer, las escuelas de formación profesional, las bibliotecas en todos los barrios de Madrid capital, así como en todos los pueblos de la comunidad, salas de exposiciones para ayudar a artistas modestos, círculos de jubilados, residencias de ancianos, el Instituto Ponce de León para sordomudos, así como publicaciones, la Casa Encendida, becas para realización de proyectos universitarios de todo tipo, revistas culturales y un largo etcétera. Además de lo anterior estaban los castizos y populares préstamos a bajo interés, a cambio del empeño de joyas y otros bienes familiares.
Atraco o liquidación del fondo de acción social
Otra marrullería de aquel mismo año [1995] fue la liquidación de un fondo de quince mil millones de pesetas, con la argucia de que no se podía tener inactiva esa suma y que la acción social tenía que financiarse cada año, según objetivos y otras lindezas para oídos entregados a la causa de la competitividad en el sector bancario.
El discurso era que la Caja no podía perder «sinergias« con esas antiguallas de la obra social, y que debía caminar hacía la construcción de un gran banco. De la noche a la mañana se otorgaron subvenciones a todo tipo de empresas de familiares y amigos y cuantiosas sumas regaladas a comunidades religiosas del sector de la educación, o de las que gestionan residencias de ancianos. Entre los beneficiados hubo algún que otro ayuntamiento popular.
En paralelo a la labor de liquidación y desvirtuación de los fines fundacionales del Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Madrid, imitada por cajas de todas las comunidades autónomas, se inició una andadura, ya sin lastres, hacia la construcción de un «banco sistémico», salpicada, eso sí, de cruentas luchas de poder, a veces entre clanes del mismo partido.
A partir de entonces las cajas despreciaron el papel de los pequeños ahorradores, a quienes en muchos casos estafaron vendiéndoles «productos» que resultaron ser «tóxicos», como las preferentes, además de préstamos y pólizas de seguros que no necesitaban. A los responsables de sucursal se les pedía resultados mes a mes; es decir, que incrementasen la red de deudores de todo tipo, pues eso significaba dinamización de activos de futuro y otras zarandajas.
Toda aquella aventura fue protagonizada por gestores, en muchos casos sin experiencia bancaria y que no se jugaban nada en el negocio, al contrario que los banqueros tradicionales, que aunque a algunos nos resulten personajes siniestros, lo cierto es que, suelen arriesgar su patrimonio en la empresa que dirigen.
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