Campaña (4): El gran desconcierto

“¿Por qué empieza de pronto este desconcierto y confusión? (¡Qué graves se han vuelto los rostros!)… Porque se hizo de noche y los bárbaros no llegaron”. Sostenía Cavafis (Esperando a los Bárbaros, 1904) que los bárbaros eran una solución para las decadencias. Eso pensaba, seguramente, Sánchez al enfrentarse a Feijóo.

El conductor del imperio citaba a los bárbaros, anunciando tenebrosos futuros, mientras el señor de Ourense declamaba su verso y lanzaba trampas, al igual que el Presidente. El debate iba de mentiras eficaces y ahí Pedro, Pedro, que venía de profesional la fastidió.

El resultado del debate ha producido un gran desconcierto en las filas de sus conmilitones. No esperaban a Sánchez sorprendentemente trasmutado en agresivo dóberman cuando Ése, se suponía, era el papel de los bárbaros.

Tanto es así que esa soberbia, uno de los reproches que se le hacen al “sanchismo”, ocultó sobradamente los trucos que Feijóo iba poniendo encima de la mesa del debate.

El resultado es que la remontada es ahora más difícil y que según los bonitos “tracking” hoy publicados han colocado más lejos a los socialistas del PP.

La cuestión es que, probablemente, la sociología confunde a los asesores de La Moncloa como alguna vez les he dicho aquí. No solo es que el asunto del antes llamado” trifachito”, ahora devenido en pareja, haya sido socialmente descontado y necesite de otro argumentario.

Hay otro déficit racional. El viejo PSOE podía aspirar a ser mayoría social de centro, al mismo tiempo que ser casa común de la izquierda. Ese panorama, no sÓlo con Sumar compitiendo, sino con los voceros de Podemos presionando y Bildu y ERC radicalizándose, ha desaparecido.

El objetivo eran los moderados y la radicalidad de Sánchez le dio una vuelta a una campaña, que se sostenía en una aburrida economía, que es el punto fuerte de la izquierda, pero que no es un argumento sólido para la mayoría social.

Sánchez no ha analizado bien el origen del cansancio social y sigue aferrado al mantra de la derecha perversa, sus mentiras y el uso de artimañas reaccionarias, animado, eso sí, por los poseedores de la verdad verdadera tipo San Juan, como Angels Barceló riñendo a Alsina y al resto.

La respuesta al gran desconcierto ha sido repetir lo mismo, decir he ganado y acordar en un Consejo de ministros plazas de empleo público y retirada de medallas a fascistas. Ambas cosas están bien, pero dudo que sean propias de un Gobierno en funciones, habiendo tenido tiempo de organizar el asunto previamente.

Hay día que las cosas no salen, aunque se sea el más guapo de la clase y tan listo como para casarse con un príncipe o un dentista. Y, en ese caso, conviene tener plan B. Sánchez, demasiado embebido, no lo tenía. Puede haber pequeñas derrotas, esos cinco puntos de distancia con Feijóo tampoco son para morirse, que convivan con grandes éxitos.

Y el mayor éxito que se le regaló a Feijóo, a más de un crecimiento en conocimiento y valoración, una sensación de sí se puede, en la derecha, es que quien puede lanzarse al voto útil ahora es el presidente del PP.

Ahora que nos hemos quedado sin barbaros que asusten, al mismo tiempo que sin derechita cobarde: mérito de los asesores del señor de Ourense, Feijóo puede lanzarse a por el voto de VOX.

Hasta 20 circunscripciones eligen menos de cuatro diputados. Todas ellas de índole rural donde VOX mantenía posiciones que ahora están algo debilitadas por el empuje de Feijóo.

Ahora, quizá, lo que a VOX le parecía una gracieta, y a los demás un desastre social (igualdad, violencia machista, cambio climático, antieuropeismo de salón) o una artimaña sabia (voto en Murcia) se convierta en un arma peligrosa en manos de un crecido PP.

Sumar se ha ido alejando de la tercera posición lo que tranquilizaba a Abascal, que ahora se teme un viento de bipartidismo, que con un PSOE más debilitado, puede generarle una veintena de escaños al PP.

No es imprevisible que veamos radicalizarse tanto a Vox como a los socios de Sánchez: el cambio en el tablero pone en riesgo a los extremos.

Queda tiempo, pero la pregunta es si la izquierda está en condiciones de cambiar el argumentario en este gran desconcierto.

 

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