Cuaderno del chiringuito: (1) el viaje

Todos los discursos han concluido. Los desastres del otoño han sido anunciados. EL bicho sigue aquí, pero a nadie parece importarle.

Ya sabemos que crecerá El Prat – un tres por ciento, más o menos-. Sabemos que Tebas ha comprado su puesto por cuarenta años y, de paso, a la Federación de fútbol. Sabemos, en fin, que el fútbol de los pobres se financia del mismo modo que el de los ricos.

Los MIR -los médicos- ya no hablarán el mismo idioma de Algeciras a Figueres: Aragonés le ha comprado a barato precio los suyos a Sánchez. Las pelas europeas se repartirán según peloteo correspondiente. Quién no apoya, no recibe.

PP y Vox están a la greña lo que dure el verano, que dura lo que tarda en llegar el invierno. Los de Podemos siguen enfadados con el gobierno, hoy es El Prat, ayer, el SMI, y así iremos yendo.

“Hay inacción en el Senado”, decía el poeta que también avisaba que “nadie legisla”. El gran Cónsul, Pedro, visitó Mallorca, fuese, y se desvistió de su toga roja.

El jugador despreciado por expertos deportivos nos ha dado, vaya por Dios, una medalla. Algunos y algunas no sabían que había gallegas negras y árabes que nacen en Mula, en Murcia, por cierto, que enarbolan bandera española, qué cosas.

El bicho sigue aquí, pero así las cosas, para qué quedarse en casa: el cronista se va de viaje y vacaciones, apenas unos días, no se crean.

Y ustedes se preguntan: ¿y a mí que me importa? Pregunta equivocada: si el cronista se va es que en el telediario no habrá cosas que contar. Son ustedes tan jóvenes que no recuerdan aquello de las “serpientes de verano”.

Estimados y estimadas, la noticia se va al mar o a la montaña, pero abandona la urbe y los cenáculos. En consecuencia, este observador se sube al AVE y se va a Catalunya. No se inquieten catalanes y catalanas: todo el mundo sabe que el Ave pierde la E al pasar la Llitera -lo de la Franxa de Ponent solo lo usan los que roban el románico aragonés-. A ver si creéis que los demás olvidamos.

El viajero solitario, y enmascarado, sube a su “Plata”, caballo de hierro. El silencio anega las caras tapadas: es la nueva forma de viajar. Toro, el nativo acompañante del Llanero Solitario que se va a otras tierras, no puede acercarse a más de dos metros. Es lo que hay.

El tiempo le ganó a la distancia y el veloz caballo de hierro cruza, enseguida, el Ebro y deposita al viajero en la república que no existe. Sale a la calle y observa lo mismo que en cualquier lugar: tristes ausencias.

La tórrida tarde que se llenó de granizo de agosto apenas molestó a una pequeña fracción de los que antaño hubieran sido dañados.

La Ciudad de los Prodigios late triste. No llegaron aún los ríos de leche y miel que regarían calles o ciudades. De hecho, hasta que le pongamos un impuesto a los madrileños, no llegarán. La ciudad espera el prohibido botellón, al fin y al cabo, esa gente podría ser una solución.

El viajero se va a la costa, llega a la Ciudad del Pecado, y ve pocos pecadores y pecadoras. Excelente, se dice, no hay problema de aforo ni de viandas.

Tanto tiempo renegando del turismo, de sus barcos y su invasión, y ahora que no lo tenemos resulta que perdemos todos. Llenemos, pues, el sitio que otros han dejado.

Queremos viajar, salir, movernos, porque eso es lo que nos hace únicos entre los seres vivos. No: no son los que sueñan en encerrarnos en barrios de quince minutos los que tienen razón. Son los que nos piden que viajemos con sentido común.

Podría decir Borges que las cosas son “de una fealdad capaz de hacer recular a las estrellas”. Pero, humanos y humanas, seguimos buscando una rosa roja y una copa de vino en algún lugar recóndito.

EL viajero, la viajera, no busca el itinerario. Busca eso que siempre alimentó la esperanza. En Ítaca, al parecer, había cosas hermosas, quizá porque, al no viajar en tren, las entradas a las ciudades no eran feas.

No lo duden: un día, más temprano que tarde, los viajeros y las viajeras retornarán al camino con algunas cosas aprendidas: por ejemplo, que el sobresueldo de leyendas que elaboran los gobiernos, sus cónsules y senadores, nos hace merecedores a los bárbaros de unas vacaciones.

Tengan optimismo, confíen en el descanso. Como ha sugerido en su poema Antonio Daganzo: en el inicio del otoño podremos vislumbrar la grandeza de las esperanzas.

 

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