Cuando no nos odiábamos

Cuando no nos odiábamos, no podíamos imaginar que la política de la rabia nos alcanzaría. Regresé a Madrid en 1987 para ocuparme de la comunicación del PCE, recién fundada Izquierda Unida. Fue en 1988 cuando se me invitó, por primera vez, a la entrega de las Antenas de Oro. Fui tratado no sólo con respeto, sino con el afecto cómplice que aquellos días se llevaba.

No importaba desde que lado de la barrera ejercíamos la elaboración del mensaje. Ni el mundo ideológico al que pertenecíamos. En aquellos tiempos, el régimen era el oscuro pasado que habíamos dejado atrás y compartíamos la complicidad de quienes creían que podrían construir otro tipo de relaciones culturales, sociales o políticas. Otro país, al fin y al cabo. Y cabe decir que, durante un tiempo, parecía que lo habíamos conseguido.

Nos unía una idea leve, pero eficaz: una democracia que funcione se basa en las interacciones sociales entre las personas que no están de acuerdo, lo que incluye escuchar los puntos de vista de los demás, tener discusiones políticas y encontrar un compromiso.

En qué momento perdimos esa idea podemos debatirlo. Quizá las costuras rotas de una sociedad que rindió sus instituciones a la avaricia desmesurada o a unas instituciones que no supieron verlo. Jóvenes generaciones cuyos padres les habían prometido notables futuros abrazaron la ira populista y, rápidamente, nos contagiaron a los demás.

Todo hay que decirlo: eso se produce en un ecosistema de medios en los que, sí, se había producido el efecto disruptivo de las redes sociales y su tendencia a la ira, el anonimato, el ruido y las “fake news”. O sea, que la política se redujo a un insulto y doscientos caracteres. Pero, también, con empresas periodísticas que empezaron a sustituir la experiencia por el ruido. La noticia por la ira.

Los hechos son incontrovertibles, pero las opiniones eran libres. Este era, más o menos, un mantra que fue rápidamente sustituido por la barricada. La política de la ira nos invadió por una razón sencilla: políticos enfadados generan votantes enfadados (y movilizados). Los nuestros y las nuestras son, ya, más importantes que los hechos.

La política de la rabia y el ruido ofrece islas de resistencia. Algunas pudimos conocerlas en la última entrega de las Antenas de Oro, pero créanme: había una notable nostalgia de aquellos días cuando no nos odiábamos.

https://peregrinomundo1.webnode.es/l/cuando-no-nos-odiabamos/

 

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