De la resistencia a la larga marcha

La ciudadanía no tiene tiempo de comprar unas palomitas y sentarse en la televisión a ver el espectáculo. Detenidos, imputados, procesados, acosadores, registros, rumores, periodistas que insultaron a quienes denunciaron, periodistas populistas convirtiendo las televisiones públicas en trincheras. Demasiado. De hecho, el cronista no sabe si cuando ustedes lean esto hay más porquería en la cloaca, nuevos nombres que añadir a la nómina de la infamia.

Sánchez tampoco lo sabe: de hecho, Pedro ha dicho, veremos si cumple, que no va al homenaje a Rubalcaba que es mucho no ir. Algo pasa. Cabe suponer que al populismo sanchista y a la izquierda de verdad verdadera no les sorprenderá que pidamos la palabra.

La ciudadanía no tiene tiempo para sentarse ante la televisión estableciendo vinculaciones que conducen al mismo sitio siempre: la colusión entre el poder político y la venalidad económica. Unas elecciones de nada nos salen más baratas que los contratos de empresas corruptoras (la SEPI, pública, entre ellas), los sobrecostes del túnel de Belate o un tren chino. Eso fue todo, amigos. Da igual la fecha, el día o la hora: Sánchez ha acabado su ciclo. Eso dirá la historia.

Es evidente que la realidad se permite licencias que la literatura no toleraría. La realidad ha triturado a la neolengua, al relato y a las falacias cognitivas típicas de los finales de ciclo, del tipo: yo no sabía nada, no lo conozco, es una cuestión personal… Y todas esas cosas que los cabezas de huevo han puesto en boca de “Los contundentes” y portavoces habituales.

Los que conocemos la historia, no por listos, sino porque lo vivimos, podemos recordar aquellos días entre el 93 y el 96 que cerraron el ciclo de González. Fueron tres años de continuos sobresaltos, de resistencia apoyada por Pujol, el gran estadista y estadístico (el 3% era la cifra mágica).

González, empero, evitó algunas cosas: ni su entorno ni su partido sufrieron de forma tan notable como ahora. Eso le permitió añadir una adenda de tres años a su ciclo. Ésa es la diferencia que priva definitivamente a Sánchez de cualquier legitimidad, una vez perdida ya la legitimidad de la investidura.

Digan lo que digan los socios, las líneas rojas han sido traspasadas, el partido ha sucumbido, la contratación pública ha sido malversada, los rescates blanqueados, el nepotismo asentado, los lobistas recibidos y las braguetas abiertas. Ya no vale esperar a que escampe. Esa maniobra de resistencia ya no sirve, solo hace crecer la porquería.

Todo lo que oiremos estos días nos prepara para la traca final, el epítome de la resistencia. No les quepa duda: ustedes serán los culpables de “dar paso a la extrema derecha” o de “destrozar la vida de los compañeros”. Entre tanto, sabremos cosas que nos harán ver que todo es peor de cuanto habíamos imaginado.

Ignoro cuantos días aguantará el ruido el resistente, si fuera por Él, hasta el final. Como no importamos mucho será lo que Él y la agenda judicial quieran. Imagino que alguien en su partido querrá poner pie en pared. Aunque no confío mucho, dado el tipo de estructura que los procesados construyeron para más gloria del líder y engorde de su patrimonio. “bwana, yo rico”, trato y truco a la vez.

Lo que sé es que todo ha terminado del modo que siempre terminan los populismos: con un estruendoso estallido que lo contamina todo, daña a la democracia y perjudica a quienes decía proteger. Y destroza una cultura política nacida para distribuir recursos, no para apropiárselos.

No sé, eso sí, quién querrá la ciudadanía que nos gobierne en el futuro. Ni siquiera sé si el partido “sanchista” querrá suicidarse, siguiendo “sanchista” y presentando al mismo candidato. También sé que quién se encargue, o nos libera del ruido y el muro o las costuras de la democracia estallarán y dramáticamente.

La situación de la izquierda española no es de retoques. Necesita, con seguridad, una completa regeneración, una reinvención, una nueva política, una nueva economía. Aquí se lleva años diciéndolo. Pero ya saben, aquí éramos de la fachosfera. Qué barbaridad que haya tenido que ocurrir toda esta porquería para reivindicar el pensamiento y la palabra libre en la izquierda.

Hay una cierta metáfora histórica. Mao Zedong, Mao para los amigos, cerró su librería, despidió a seis trabajadores y empezó una “larga marcha” que tardaría 15 años en llevarle al poder. Cerradas las secretarías de organización y de igualdad, despedido el personal disidente, desaparecidos los feministas por ser socialistas, siendo amplia la lista de quienes lo sabían, la “larga marcha” es inevitable.

Quince años tardó Mao. ¿Será la izquierda española capaz de reducir los plazos? La europea no ha podido, pero en el PSOE creen que ellos podrán hasta pasar de ésta, la ensoñación es notoria: creen, como diría un “Z”, que mientras haya un boomer hay esperanza. En todo caso, no serán estos socialistas ni estas políticas las que salgan de la “larga regeneración”.

En ese empedrado camino de regeneración nos quedan tres víctimas: el feminismo, hundido por el borrado de las mujeres populista y por los abusadores, la ética política y la supuesta superioridad moral de la izquierda y, de forma muy notable, el sistema de comunicación español: demasiados periodistas han repetido como voceros oficiales el relato de la Moncloa, demasiados periodistas han insultado a los y las colegas que estaban contando lo que pasaba, demasiadas editoriales han recibido subvenciones y contratos públicos a dedo.

No hay hoy legado del que presumir. Todo quedará empañado y todos y todas deberemos pensar, ante las televisiones y con las palomitas, cual es el voto más útil para empujar la necesaria regeneración. Eso es todo, amigos. Es lo que hay.

 

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