De mal en peor

Hay una ley de la naturaleza -éstas no las cambia ningún parlamento ni hombre por mucho que se arme- que sentencia: toda acción tiene su reacción. Newton fue el primero en describirla como tal. El aserto está tan demostrado que ya es de Perogrullo, pero nuestra clase política no se lo cree.

Si tuviera que fijar una fecha en la que todo empezó a desmoronarse, elegiría las últimas legislaturas de Felipe González. La corrupción rampante de aquella época, los Gal y su vergonzante sumisión al negociar la entrada en Europa, desmantelando todo nuestro tejido industrial y agrario, dio lugar a nuestro debilitamiento político y económico y a la agonía política del sujeto en cuestión, cuyas dos últimas legislaturas, hasta ahora las más cortas de este periodo constitucional, se sustentaron gracias al pulmón artificial del nacionalismo y las concesiones a éste.

Todo ese cúmulo de circunstancias nos trajo a un Aznar crecido, que para reconstruir la maltrecha economía del país vendió su alma: primero al nacionalismo, él fue quien abrió la caja de las transferencias suicidas y el uso desproporcionado y fatal del artículo 148-2º de la Constitución, vendiendo el Estado a su peor enemigo, el separatismo, hablando catalán en petit comité; después a los mercados, y por último al diablo del neoliberalismo más exacerbado, a la cultura del pelotazo, y a la segunda parte de los episodios de corrupción, véase Gürtel.

Como consecuencia de su torpeza y fanfarronería nos llegó Zapatero; un hombre que a día de hoy sigue negando la existencia de España, para él solo fue una Entelequia de Franco, creencia que le llevó a poner a Cataluña por encima del Estado con un Estatuto que no solo era anticonstitucional, es que era una Constitución en la que se preveía al Estado español como un acólito del auténtico, el catalán. Para ello se inventaron una historia paralela, robada a España; borraron de los libros de texto los siglos y siglos en los que España ya era España antes de la creación del Condado de Barcelona y hasta le permitieron un Tribunal Supremo exclusivo para ellos. Tan atareado estaba el innombrable en crear un Estado artificial que no vio la destrucción económica del que realmente tenía que haber gobernado.

Tanta ineptitud la pagamos después con Rajoy y su sumisión absoluta a los deseos de Europa y, por consiguiente, a la presión de la bota de la austeridad en el cuello de los españoles y de los catalanes, cuyos próceres supieron vender perfectamente la idea de que todo aquello era un robo de España. Y así, estimados sufridores, llegó el populismo de la mano de la extrema izquierda, Podemos, y el sí pero no, de Ciudadanos.

La irrupción de estos nuevos partidos por ambos extremos del PSOE y su tirón del granero de votos produjo el consiguiente estiramiento de éste y la fractura por su parte más débil, el populismo socialista, o sea Sánchez, quien con una buena cucharada de Gürtel en el momento más propicio y otra de demagogia, aupado por lo peor del panorama político español: el populismo de Podemos cuyo líder se atraganta cuando tiene que pronunciar la palabra España; el separatismo moderado que se rebeló contra la Constitución y el exacerbado que cerraba su trayectoria asesina con mil muertos sobre la mesa, se unían contra la debilidad de Rajoy abriendo la caja de Pandora.

El narcisismo histriónico del actual presidente y la sinrazón que lo aferra al poder: pactos ocultos con el nacionalismo que sobrepasan con creces los acuerdos puntuales que tan buenos réditos dieran en el pasado a PP y PSOE; la negación del Estado Nación más antiguo de Europa, exaltando como contravalor la plurinacionalidad, cuando en realidad lo único que diferencia unas regiones de otras son leves aspectos culturales, nos abofetean ahora con VOX, cuyo único mérito es que pronuncia con orgullo la palabra España y defiende sus tradiciones, su cultura y su historia. Todo aquello que el PSOE, Podemos y el nacionalismo nos quieren robar. A cambio quieren que nos traguemos el machismo encolerizado y patético, el racismo selectivo, el catolicismo reaccionario, la demagogia en dosis de tres cucharadas soperas al día y dos padrenuestros, uno por la mañana y otro por la noche.

Nada de eso es posible ya, y donde algunos españoles veían un atisbo de claridad se revela el pasado más oscuro de nuestra historia reciente: el hisopo, el aislamiento político, la supremacía masculina o la unidad peor entendida.

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