Suspiros de España

Me pongo hoy ante el teclado con el corazón herido. La historia de España no da respiro a quien la amamos y deseamos su grandeza. Sé que con solo leer estas palabras habrá quien ni siga leyendo, y sé que otros se aferrarán con fruición al papel.

En 1812 los españoles nos dimos una Constitución democrática en la que, al uso británico, combinábamos democracia y Monarquía. Tristemente “el deseado” resultó ser un patán que no supo aprovechar la oportunidad histórica. Al infame le siguió su hija —cuando Dios aprieta, ahoga— y las guerras carlistas.

Tras su escandalosa huida llegó la Primera República. Una nueva oportunidad de ser grandes y abandonar la lacra de los reyes absolutistas, pero llegó el cantonalismo, una rémora de las guerras carlistas que evolucionó hacia el nacionalismo separatista que tantos quebraderos de cabeza y muertos nos ha dado, y los que aún nos dará. Federal en sus inicios, antes de que las Cortes Constituyentes elaboraran y aprobaran la nueva Constitución, Alcoy, Cartagena, Murcia, Valencia y otros tantos descerebrados se erigieron en cantones independientes y algunos de ellos, como Jumilla, se apresuraron a declarar su independencia y la guerra a los cantones vecinos.

Los generales tienen mala fama, sobre todo entre quienes no leen y se dejan influir por lo que les dice el primer petimetre que se sube a una tribuna o a un púlpito. La cuestión es que aquel despropósito acabó con la intervención del general Pavía —que por cierto, nunca entró a caballo en el Congreso— pero sí espada en mano, poniendo fin a aquella primera fase y abriendo la segunda; una República unitaria más parecida a la francesa. Convocó a todos los partidos políticos, excepto cantonalistas y carlistas (separatistas en definitiva), y formó un gobierno republicano de concentración a cuyo frente puso al general Serrano.

Lo pueden llamar dictadura, pero mantuvo el poder de las Cortes y los partidos políticos. Demasiado bonito para ser real. La intransigente derecha, Cánovas al frente, inició maniobras políticas para acabar con la república y restaurar la monarquía, pero apenas diez meses después, otro general, Martínez Campos, se le adelantó y por medio del golpe de Estado nos impuso a Alfonso XII, hijo de Isabelita de Borbón y nieto del impresentable Fernando.

Resumir la España de la Restauración en un párrafo es difícil, pero no imposible, la describe un solo término: turnismo. Las Cortes promulgaron una Constitución en la que se daba forma a una monarquía Constitucional, a estas alturas ya superada por muchos de nuestros vecinos, que se mantuvo cincuenta años gracias a que se les dio la oportunidad de robar a unos y a otros de forma alterna. ¿Cómo? Pues con una nueva figura, la del cacique; una serie de reyezuelos erigidos en cada pueblo y aldea, dueños de las tierras, del trabajo y por ende de las voluntades, que decidían el resultado de las elecciones sin necesidad de tongos.

Fue precisamente esta circunstancia la que nos trajo la II República tras la dictablanda de Primo de Rivera, a la que el PSOE nunca puso reparos, algo que las izquierdas nunca olvidarían. La cuestión es que el 12 de abril de 1931 se celebraron las primeras elecciones tras la dictadura, eran municipales, y no las ganaron las izquierdas, pero aduciendo que el resultado fue decidido por los caciques, éstas se lanzaron a la calle; el rey se asustó, puso tierra de por medio y en un suspiro y sin esperárnoslo llegó la II República.

No fue un método democrático, pero España volvió a tener una oportunidad hasta que llegó el 33 y ganó la derecha. La izquierda que como ahora se creía con el patrimonio de la democracia no pudo tolerarlo. Azaña se exilió voluntariamente, los catalanes declararon unilateralmente la independencia, los mineros asturianos proclamaron la revolución comunista y el gobierno hubo de imponer el Estado.

En febrero del 36 y ante la presunción de volver a perder las elecciones, antes incluso de celebrar la segunda vuelta, sin Cortes legalmente constituidas, Azaña usurpó el gobierno, liberó a los independentistas presos desde el 34 y los restituyó en sus cargos sin mediar elecciones. Así llegó julio del 36, el 78 y el 2017. Sin atisbo de inteligencia, incapaces para conjugar el mundo liberal que nos rodea con políticas sociales viables; la izquierda se aferra al separatismo y la derecha no se apea de los altares y los crucifijos.

Dedicado a Don Miguel de Unamuno que, como yo, nunca comprendió a ninguna de las dos Españas.

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