De Nevada a Alemania, pasando por París: el cabreo agrario

El progresismo global tiene una respuesta: la “fachosfera”. La utilización populista de las movilizaciones agrarias, en un año de elecciones mundiales, atemoriza a los gestores públicos tradicionales, poco acostumbrados a mirar a esos sitios que no importan,

Los populistas pueden estar aprovechándose de la crisis, pero ésta tiene orígenes objetivos que se reproducen de una parte a otra del mundo central.

Nada hay más fácil de entender que la sensación de amenaza que sienten los agricultores, ya que las normas medioambientales se han aplicado, generalmente, tarde y mal. Y muchas sin reflexión sobre sus efectos inmediatos en costes y precios.

Hoy mismo la Comisión Europea ha decidido retrasar su norma sobre el barbecho (tierra sin cultivar para proteger la biodiversidad) un par de años. El barbecho, como saben los agricultores españoles y de cualquier parte se ha practicado siempre, sin necesidad de normas burocráticas: nadie quiere que la tierra se agote.

En algunos casos, los intentos en toda Europa para hacer que la agricultura sea más ecológica, reduciendo la liberación de nitrógeno, recortando los subsidios al diésel, limitando la extracción de agua y prohibiendo algunos pesticidas, se han introducido con torpeza y se han desarrollado peor.

El motivo de descontento de los agricultores movilizados se encuentra en el llamado Pacto Verde Europeo, la hoja de ruta medioambiental de la UE, cuyo componente agrícola provocará una caída de la producción y una pérdida de competitividad europea (singularmente francesa y alemana, antaño beneficiarias de la PAC, a costa de otros países como España, Italia o Grecia).

Mientras, el objetivo de la soberanía alimentaria sigue siendo reafirmado y alentando las importaciones de terceros. Todo a la vez, Bruselas es Bruselas.

Probablemente, los agricultores no conocen sus contenidos exactos y la necesidad imperiosa de alguno de ellos, pero sí han entendido algo esencial: los pactos con terceros países (las citas a España o Italia de los franceses carecen de sentido) lesionan a la Unión.

Los alimentos se importan, sin las exigencias a la producción que ahora se quieren imponer a los agricultores comunitarios, así como temas relacionados con inversiones en tecnología, la limitación del uso de fertilizantes o un mayor bienestar animal, con los sobrecostes que ello conlleva (incluso el riesgo de la desaparición de algunos productos -en España se alerta sobre el pollo y los conejos-), abre los mercados a producciones externas que limitarán las producciones europeas.

El patético discurso del ministro español de consumo acusando a los ganaderos españoles de enviar carne podrida a los ingleses o sus burdos intentos para la cancelación de la producción de carne roja, podría basarse en algún elemento real, aunque nunca lo demostró científicamente, no tenía tiempo de leer, dadas sus múltiples obligaciones. Desde luego, permitía una modulación.

Lo más grave es que cerraba una alternativa poco glamurosa para fijar población en el medio rural, porque su política era la contemplación del campo y el abrazamiento de los árboles y, si acaso no molestaba a la vista, algún molino de viento.

No es fácil de comprender, en el medio urbano, y menos en las alfombras de amaranto del poder, que la vida es dura para muchos agricultores, como empieza a serlo para muchos sectores de las economías tradicionales y la situación económica hace inviable muchos proyectos de producción.

Como todos nosotros, tienen derecho a protestar. Y otras personas, como en todos los casos, tienen derecho a escudriñar sus protestas.

Lo que resulta sospechoso es que la investigación sobre las causas de la movilización concluyan siempre en el mismo lugar: los movimientos campesinos en varias naciones europeas están siendo influenciados por fuerzas políticas en formas que tienen precedentes históricos escalofriantes.

Alternative für Deutschland en Alemania, Rassemblement National en Francia, los Demócratas Suecos, Fidesz en Hungría, los Hermanos de Italia, la extrema derecha holandesa y grupos similares en todo el continente están utilizando, se dice, la difícil situación y las protestas de los agricultores como medio para conseguir apoyo.

El populismo ha encontrado un fácil discurso, ciertamente; es como cantar Edelweis en una película de chicos y chicas muy rubios: los agricultores encarnan el alma de la nación, pero están siendo desarraigados por fuerzas “globalistas”, que buscan reemplazarlos con inmigrantes. Para los analistas urbanos es sencillo: ha nacido el populismo agrario.

En Estados Unidos pueden encontrar a Los Oath Keepers y los Three Percenters, dos de las milicias que lideraron el ataque al edificio del Capitolio de Estados Unidos en enero de 2021, se consolidaron en una revuelta agraria, porque se ordenó a un ganadero que trasladara el ganado que había criado ilegalmente en prados públicos en Nevada, dañando el frágil ecosistema del desierto.

No crean que estos grupos se alinean contra el neoliberalismo y los ricos. No; se agrupan con gente tipo Elon Musk.

Los analistas urbanos recuerdan, sin faltar a la verdad, que fue en el campo donde tanto Mussolini como Hitler ganaron sus primeros votos. Olvidan que no todo el movimiento agrario fue de derechas: Rusia, Estados Unidos, Francia o España e Italia formaron en su agro corrientes progresistas.

Las transiciones nunca han sido en la historia ni tan violentas ni tan rápidas como ahora. Los responsables de hacer políticas de cambio habrían de entretenerse en analizar los ritmos y, muy especialmente, de no decir una cosa y su contraria.

El Gobierno español, a golpe de gasto público y endeudamiento había logrado entretener a las organizaciones agrarias españolas. Sospecho que el tiempo se acaba.

 

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