El bostezo de Estado: el sueño de la regeneración democrática produce monstruos

La liturgia de fin de año en el Palacio de la Moncloa tiene siempre algo de misa solemne y algo de publirreportaje de alta gama. Así ha sido desde los tiempos de Adolfo Suárez, pero ahora los cabezas de huevo de la Moncloa lo han bordado con Pedro Sánchez. El presidente, impecable en el porte y magnético -eso cree Él– en el verbo, compareció ante la prensa para decirnos lo que ya sabíamos que iba a decir: que España no va como una moto sino como un cohete, que la economía vuela y que la fachosfera -es decir, todos los que le critican, ya sean de izquierdas o de derechas- sigue intentando poner palos en unas ruedas que Él maneja con la destreza de un piloto de Fórmula 1 -eso también es lo que cree Él-.

Sin embargo, el titular de la jornada no llegó en forma de cifra macroeconómica ni de promesa legislativa; tampoco con el anuncio casi burlesco de bonobús para todos, todas y todes por 60 euros -30, si eres joven-, incluyendo a los que viajan en Falcon. El momento cumbre ocurrió cuando el aire de la sala se volvió pesado, la pregunta sobre la corrupción interna en el PSOE aterrizó sobre el atril, y el presidente de Gobierno respondió con el gesto más honesto que ha hecho en toda su legislatura: un soberano bostezo.

Pero el de Sánchez no fue un bostezo cualquiera. No fue el bostezo de quien ha dormido mal por el ruido de las obras en la calle, o por hacer números porque no llega ni a mediados de mes en la España profunda en la que nos ha sumido el sanchismo; el suyo fue el bostezo de quien está profundamente hastiado de que la cruda realidad de un PSOE sanchista corrupto le interrumpa el monólogo en su séptimo año triunfal como gran timonel.

Mientras los periodistas inquirían sobre tramas, nombres propios y cortafuegos éticos, Sánchez nos regaló una apertura de mandíbula que resumía perfectamente su estrategia política actual: la fatiga del escándalo. El mensaje implícito fue demoledor: Me aburren vuestras sospechas porque ya he decidido que no me importan lo más mínimo. Lo suyo es hacer un balance entre el “España va bien” y el “No me cuentes tu vida” y no exponerse a la prosa venenosa de quien le busca las cosquillas al gato.

En la parte triunfal del balance, Pedro saca pecho con datos irreconocibles por lo retocados de los mismos: crecimiento del PIB, por encima de la media europea; empleo, cifras récord de afiliación; paz social, una gestión de la crispación que, paradójicamente, se alimenta de ella misma.

Pero en la parte cómico-satírica, la rueda de prensa fue un ejercicio de escapismo profesional a lo Houdine venido a menos. Sánchez ha perfeccionado el arte de convertir cualquier pregunta incómoda en un ataque a la democracia, como hacía Jordi Pujol cuando, tras procesarle por la quiebra y el robo en Banca Catalana acusaba al Estado español de atacar a Cataluña. A Sánchez, si le preguntas por la corrupción eres parte del “fango”; si le señalas una contradicción, eres un nostálgico del pasado, y si insistes demasiado, pues eso… te bosteza en la cara como un escupitajo.

En este punto, una nota de estilo: hay que reconocerle al presidente del desgobierno que bosteza con elegancia, no se tapa la boca con la mano como un mortal cualquiera; lo hace con esa distancia aristocrática del que sabe que, al final del día, los votos siguen ahí y la oposición sigue perdida en su propio laberinto. Conclusión: al igual que el sueño de la razón en Goya, el suyo de la regeneración en el sanchismo produce monstruos.

En cualquier caso, el balance del año 2025 escenificado por su sanchidad nos deja una España bipolar. Por un lado, una gestión económica que resiste los envites de la incertidumbre global; por otro, una degradación estética donde el control de daños ya ni siquiera se molesta en disimular el aburrimiento.

Pedro Sánchez terminó la rueda de prensa como empezó: convencido de su invulnerabilidad. Su bostezo no fue un error de protocolo, fue una declaración de intenciones. Al fin y al cabo, en la política del siglo XXI, si no puedes convencer a la gente de que eres limpio, al menos convéncelos de que tus escándalos son una pérdida de tiempo.

 

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