El encargo

Ustedes me perdonen, pero entre el estrés posvacacional, el Rubiales y los mercenarios, se me había pasado comentarles lo del encargo.

Es, a hora funcionaria, cuando Feijóo se ve con Sánchez, sin otro objeto que salir de la reunión para seguir insultándose, como corresponde, y seguir citándose con otros u otras por si acaso le sobrevienen unos diputados o diputadas.

El Rey le regaló a Feijóo el reconocimiento del más votado, que sus cuentas son mejores que las de Sánchez, por ahora, y le encargó lo de hacer un Gobierno. Armengol, presidenta del Congreso cuyos méritos, al parecer, son caerle bien a los nacionalistas, le regaló un mes de gestiones.

O sea, que, de entrada, Feijóo podrá presumir de ser más votado, de sus derechos a ser gobernante y, por una vez, tendrá más tiempo que Sánchez en un debate.

El PNV ya se ha separado de cualquier convenio, y no parece que de Junts pueda esperarse nada que no sea un enredo. O sea, que tendremos una versión del “no es no”.

Asunto que irá acompañado de algún inconveniente para que los senadores y senadoras vascos, catalanes de Junts o de Sumar tengan grupo en el Senado, o sea que se reduzcan las prestaciones económicas, que es como si a Rubiales sus colegas le quiten el sueldo, el móvil y la tablet.

Naturalmente, cuentan los afectados con el Tribunal Constitucional, para hacer grupito, que, al parecer son amiguetes. Para cumplir con su compromiso, los socialistas deberán ceder más de la mitad de sus escaños para trajinar el habitual cambalache, porque siempre ocurre, aunque en menor dimensión.

El asunto, por lo tanto, es que Feijóo ha recibido un encargo en el que casi nadie confía. La cosa es que tampoco hay mucha confianza en que Sánchez lo consiga.

Las dos Españas siguen bloqueándose, mientras Puigdemont, insiste en una amnistía, lo que ahora se llama “desjudicialización” y que consiste, básicamente, en que olvidemos los delitos cometidos por el personaje y una pandilla de acólitos en el asunto no sólo de su referéndum sino de su fuga.

Feijóo se verá con los catalanes de Junts, no con Puigdemont, que no piensa pasarse por aquí a hablar del asunto, sino con sus diputados, de los que no se espera otra cosa que más enredos.

El caso es que las elecciones previstas, tanto en el País Vasco como en Cataluña, dificultan el entendimiento de las fuerzas nacionalistas entre ellos.

Otegui es el que lo tiene claro: quiere gobernar con los socialistas en el País Vasco y cambiarse gobierno con Sánchez, naturalmente progresista, concluyendo con la hegemonía centenaria del nacionalismo que representa el PNV que, naturalmente, también es un partido progresista (“Dios y leyes viejas”), de cariz carlista, que es de lo más progre que uno pueda encontrarse.

Cómo ya les he escrito aquí, los nacionalistas no han sido votados para influir más, sino, al contrario, para influir menos.

También, que lo más inquietante del nuevo progresismo es la insaciable sed de quienes se han embebido de patria y hoy van de amnistías a referéndum, de quitas de deuda a troceo de la seguridad social, de la guillotina a la Renfe a nuevos sistemas de financiación territorial.

Los costes de un nuevo Gobierno serán elevados en términos políticos y no parece que el PP esté en condiciones de frenarlo. Solo una fuerte oposición será posible y es lo que seguramente Feijóo quiere preparar soñando con una legislatura corta.

También he de decirles que a todos los firmantes del nuevo progresismo les interesa de forma bastante notable que se alargue la duración del gobierno progresista, no sea cosa que, voto útil va, voto útil viene, se acabe el chollo antes de tiempo.

Feijóo tiene un mes para peregrinar por cuatro escaños. No parece probable, pero ver a Sánchez insultarle a partir de mañana va a tener su gracia.

 

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