El día que Feijóo supo que el socialdemócrata era él

Ha salido el candidato del PP de su reunión con el candidato del PSOE opinando que Sánchez es más partidario de Puigdemont que de él. Una sorpresa, mire usted. Dicho así, de golpe, el nuevo progresismo es el estado confederal, que Urkullu pretende incluir en la Constitución mediante una lectura novedosa. Tan novedosa que no se la cree nadie: es como un Plan Ibarretxe, pero en blando. Si el nuevo progresismo es eso, viene a resultar que los socialdemócratas vienen a ser los de centroderecha.

No es cosa nueva; Desde algún ministro de Rajoy, modelo Montoro, hasta parte del centro derecha europeo han pasado a compartir el llamado estado del bienestar y sus prestaciones contributivas.

La derecha tradicional que se oponía a “experimentos peligrosos” en la revolución industrial y después, acepta el estado del bienestar y, cuando se pone radical, propone algunos cambios, en general menores.

La izquierda, otro día podemos hablarlo en detalle, se ha pasado del estado del bienestar al estado asistencial. Es decir, desvinculamos el derecho a la protección a la contribución relacionada con el empleo: esto ha cambiado la base social de los partidos socialistas y sus votantes, radicalizándolos hasta ser sustituidos (modelo Francia o Italia) o convirtiendo a los viejos partidos socialdemócratas en formaciones populistas.

Un dato sociológico que alguna vez hemos comentado aquí y que tiene como consecuencia la conversión del principio de subsidiariedad, la llamada administración multinivel, en una demanda más próxima a los viejos romanticismos que al pensamiento ilustrado y algunos de sus jacobinos intereses de estado.

El indulto ya gestionado, la renuncia a las malversaciones, la meditada en secreto amnistía, ahora llamada “desjudicialización”, lo que viene a hacer es retroceder a toques de antiguo régimen más que a las modernas sociedades de la igualdad.

Se suele atribuir a la derecha que desean destrozar los sistemas de protección público, especialmente la sanidad y la educación. Nadie en la derecha ha apretado, aunque a los más extremos no les falten ganas, el botón nuclear de la desaparición de la sanidad o la enseñanza universal.

Recuerdo una vez que, en una reunión con políticos catalanes, en la que el cronista participaba, Nicolás Sartorius afirmó, sin muchos matices, que él era “un poco jacobino”. Uno de los contertulios, Pere Portabella, afirmó: “lo que me preocupa es que Nicolás sabe lo que eso significa”.

Cómo ese jacobinismo, compatible con la autonomía política, pero vinculado a la igualdad, se ha ido deformando es algo que, desde la izquierda tiene poca o ninguna explicación.

Ante el riesgo de que los votantes desconfíen de los logros del estado del bienestar y de las necesarias reformas del capitalismo, empeñado en dañarse a sí mismo, por parte de la izquierda se buscan minorías, nuevos votantes y nuevas identidades que sustituyan el viejo terreno de la izquierda social, aquel mundo del trabajo, capaz de articular mayorías sociales en torno a las demandas de igualdad.

Que en este campo Urkullu formule propuestas para reinterpretar la Constitución, con más finura que los catalanes que reclaman ya amnistía y autodeterminación. Cosa que el señor Bolaños recibe positivamente porque es constructivo.

El día que Feijóo supo que el socialdemócrata era él, llegó a la política moderna y nos libró, al menos a corto plazo, de fascistones a los que les viene progre hasta el ultraliberalismo tipo Espinosa de los Monteros.

Los socialistas se han lanzado a las calles a gritar que, en realidad, todo es una pantomima. Pues, a lo mejor, pero así, entre usted y yo, los costes de cuatro diputados para el gobierno y el ideario de la izquierda y el progresismo supera, con creces, lo que antes llamábamos puro clientelismo económico.

Como no hay mal que por bien no venga, que la derecha sea socialdemócrata más que ultraliberal, quizá mantenga en niveles razonables el abundante poder territorial e institucional que ha conquistado, mientras el nuevo progresismo nos hace confederales o cosas por el estilo, que es muy progre, como se sabe.

 

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