El “ferragosto” de los hosteleros y los huevos de oro

El “ferragosto” es como los romanos llaman al puente de agosto. “Feriae Augusto” es su origen (Las vacaciones de Augusto). Como el asunto era rematadamente pagano, el catolicismo decidió una fiesta alternativa: la Asunción de la Virgen a los cielos. Es ésa que, con distintos nombres, usted celebra en su pueblo.

Para el caso, es lo mismo: con Augusto o con la Virgen de la Paloma, el calor extremo, de antes del cambio climático, vaciaba y vacía Roma, costumbre que heredó todo el imperio, así ustedes y los romanos, la ciudadanía y quienes la gobiernan los primeros, dando ejemplo, desde el Gobierno al Papa, huyen a mejores ambientes.

Es cosa que hacemos nosotros, es mayestático, yo ya no voy, cuando nos vamos el puente a la playa y a los pueblos (en España, todo el mundo tiene un pueblo, aunque haya nacido en la ciudad: lo de los pueblos se hereda). Cosa que ocurre para solaz de los disfrutantes y alegría de los hosteleros. Luego, se han sumado los extranjeros, que dejan la notable pasta.

Este año no ha sido la excepción. El cronista, desde un rincón campesino, pasando calor como corresponde, donde solo se oyen las cigarras y mis nietecillos con sus amigos, ha concluido que, efectivamente, hay dos Españas: la que se quema y la que se baña; la que va a hoteles y la que va a pisos ilegales; la que gasta un fascal y la que cobra un fascal más IVA; la que volverá al fijo discontinuo y la que irán a contar divisas.

Me detengo, un poco, en la España incendiada, que corresponde “sorprendentemente” (entiendan la ironía) con la España despoblada. Hemos descubierto, vaya por Dios, que había gente. Gente a la que la norma proteccionista de libro ha dejado indefensa ante el ataque inverosímil del calor, la sequedad y la llama. Además del Estado que no está –todos son Estado-, una vez más.

Alberto Barciela, periodista y miembro de la Mesa del Turismo, ha escrito varios textos notables sobre los incendios que asolan España. En uno de ellos alertaba sobre “la herida profunda en la marca de un país” que producen los incendios. Léanlo: hay poco que añadir. Me atrevo a complementar que estos incendios se han producido en zonas que habían crecido en atractivo turístico, reputación y eran alternativa a la masificación y los precios desorbitados.

Es evidente, todo el mundo ha huido, como corresponde, a playas y pueblos. Los hosteleros han hecho el “ferragosto”. Una vez que los turistas extranjeros han cubierto sus umbrales de rentabilidad durante el mes, tocaba amasar beneficios de forma desaforada: precios de transportes inauditos, habitaciones de hotel a pecio de suite, vianda a precios de gourmet en cualquier taberna. Todo por el PIB y la economía del cohete.

Los extranjeros evaden los costes gastando por persona más, pero reduciendo su estancia. Los nacionales sospecho -las estadísticas nos lo dirán- que también reducen su estancia, pero además gastan menos en ocio y más en residencia.

Hay dos preguntas notables y varias inquietantes. La primera de las notables es: ¿Cómo es posible que los turistas extranjeros tengan tantos amigos y familiares en España?

Sí, debemos alegrarnos de nuestra población cosmopolita: sostiene el INE que 5,2 millones de extranjeros se han alojado en casas de “amigos y familiares” (un 12% de quienes nos han visitado en el primer semestre). ¿No nos estarán engañando, y serán pisos ilegales, más que amigos y familiares, es que uno tiende a desconfiar de tanta amistad?

Una segunda pregunta es necesario hacerse, para entender el verano: ¿cómo calcula el precio un hotelero? ¿Hacen subasta diaria, a tanto alzado sobre la tarifa, según la evolución del dólar, la libra o el euro?

No; una habitación vale lo que el último cliente esté dispuesto a pagar, este precio marginal, el que se paga por la última habitación, no figura en la tarifa y usted no puede preverlo ni calcularlo. Es un arcano, un secreto que solo el hostelero conoce. Él sabe que es “ferragosto” y usted lo pagará.

Entre ambas preguntas notables, figuran otras inquietantes: ¿estamos matando a la gallina de los huevos de oro? ¿Se percibe una caída en la reputación del sector? ¿Ya no podemos huir del calor?

Los datos del primer semestre de turismo extranjero indican casi 44,4 millones de turistas nos han visitado. Su crecimiento, empero, es un 4,7%, inferior al 13% del primer semestre del año pasado, lo que es un indicador de saturación, pero también de insatisfacción.

El desplome se produce en todas las Comunidades. En Catalunya y Madrid, la caída del crecimiento es muy notable (se reduce siete veces), en Valencia (tres veces y media), en Canarias y Baleares (2 veces y media). Resisten mejor Andalucía (la reducción es de una vez y media) y las otras zonas de turismo más interior. Hablo de tasas de crecimiento como indicativo de la estrategia de futuro.

Las variables que lo explican son varias. Existe sin duda una percepción de incomodidad en las zonas tradicionales del levante, la “turismofobia” ha hecho mella, pero la variable más indicativa es el precio. El gasto turístico ha aumentado en un 5,5%, que se ha compensado con una reducción de la duración del viaje (2,8%).

Llegaremos a rozar los cien millones de turismo exterior (fueron 93 el año pasado), probablemente, y la aportación al PIB alcanzará nueva altura. Pero si a los turistas extranjeros les sale más barato el norte de África y a los nacionales les cuesta lo mismo ir al Caribe que a Denia, el sector tiene un problema, para alegría de la “turismofobia”.

A los gestores de hoteles se les ha ido la mano y a los de la hostelería. Cuestión que ha afectado, especialmente, al turismo nacional, pero también –junto algunos aspectos reputacionales- al extranjero. Problema estratégico que puede acabar con los huevos de oro y enfermar a la gallina. Es esto, y nada más,

 

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