Me llamo Enrique y soy una víctima del micromachismo. Ese trascendental descubrimiento se lo debo a una concejala de Unidas Podemos que acusó a su consistorio de poner el aire acondicionado demasiado fuerte en un pleno municipal como acto de micromachismo.
Acabáramos. Eso mismo me pasa a mí, que me muero de frío en los grandes almacenes o cuando voy al cine refrigerado de verano, al que tengo que acudir con un jersey para no quedarme helado como un pajarito. Ya barruntaba yo algo, pero la avispada concejala ha acabado por abrirme los ojos. Lo que me pasa a mí es que usan el aire acondicionado a tope los machistas micro —imagínense como deben ser los machistas macro— para fastidiarme, en una acción sexista propia del patriarcado dominante. Y eso que soy varón y heterosexual; pues aun así me acosan sexualmente, aunque sea en plan micro y no con un iglú o una cámara refrigerada, que sería la versión más bestia.
Y es que el machismo aprovecha cualquier cosa, hasta el aire acondicionado, para hacer de las suyas. Ahora, gracias, a la explicación de la concejala de marras, entiendo muchas cosas que me pasan y que no me atrevía ni a confesar. Por ejemplo, cuando voy a comprar al mercado y la pescadera me dice “¿qué deseas?, rey”, o la verdulera me pregunta “cariño, ¿qué te pongo”.
¿Observan lo insidioso del tratamiento, sutilmente machista y presuntamente micro, porque a mi edad no estoy ya para grandes cosas?
Hasta ahora resultaba más pérfido si cabe lo del micromachismo por su capacidad de simulación y hasta ocultamiento en un aparato de aire acondicionado. Por suerte, insisto, una concejala valiente y decidida ha puesto los puntos sobre las íes y ha desvelado que todo es machismo, aunque no lo parezca, y aunque se disfrace de acondicionador de aire para ser así más malévolo y traicionero que el tradicional y repulsivo machismo a secas.