El pianista y el portero: venganza en el burdel

Juan Luis Cebrián, el pianista en el burdel, según el mismo le confesó a su madre, ha sido expulsado de la mancebía. El asunto se ha transformado en una notable disputa con el portero del prostíbulo y, aún más, su traslado inmediato a la “fachosfera”.

¿Cómo el príncipe de la independencia periodística, del periodismo global y del progresismo planetario, sucesivamente, ha acabado así? Al parecer, la culpa es, primero de Zapatero, que le dejó sin negocio, con la ayuda de Telefónica y de Amber, y luego de Sánchez que a través de notables intermediarios Oughourlian y las dueñas de la redacción, le han prohibido escribir en su periódico, como a otros, por cierto.

Una vez le leí a Walter Pincus que el narcisismo había matado al periodismo: “nuestra búsqueda de la gloria nos alejó de los lectores”, escribió.

La cuestión no es que los antaño poseedores de la verdad verdadera, como las y los de hoy, sea en el periódico o la radio de la gloria antaña, persistan. Es que han de matar a los viejos portadores de la verdad. Porque no son ellas y ellos los que han cambiado hacia las orillas del radicalismo; lo que ha cambiado, afirman, es la verdad que solo ellas (casi todas) y ellos poseen: ya se sabe que canto que fue valiente requiere canción nueva. Trinos de Moncloa, incluidos.

Las cosas que interesan a los lectores suceden, por desgracia, al margen de los periódicos. Ahora, los editores se encuentran con un problema de credibilidad: cuando pillan a un inmoral no es porque hagan su trabajo, sino porque un funcionario venal les pasa un dossier; hablan de salvar el periodismo y despiden periodistas; critican el paraguas del Estado al que se acogen los mortales y ellos reclaman intervención para salvar su causa.

Fue el propio Cebrián quien inventó el traslado del capitalismo de amiguetes a los medios. Al endeudamiento narcisista le acompañaron los Eres, la venta de patrimonio y el destrozo financiero de una de las familias más poderosas del periodismo español.

Pero qué vamos a hacerle. La culpa es del portero del prostíbulo y sus afamados jefes. Sostiene el exprócer que nuestra democracia está amenazada, la libertad de prensa está en su peor momento, la polarización amenaza la convivencia y que el gobierno falsifica la memoria histórica.

Nunca es tarde enterarse si la noticia te alcanza. La pena es que el medio y grupo en el que era presidente de honor hasta que ha sido expulsado a la “fachosfera” no nos ha dado cuenta de ello. Lo hemos adivinado sin su compañía. Vaya, qué pena. Tampoco es que esperemos que su herencia reviva en otras plumas y otras direcciones, eso ya no depende de accionistas, Consejos Editores, responsables de dirección y cosas de esas: es la Moncloa, amigos y amigas, es la Moncloa.

Otro jarrón chino se añade a la colección, mientras los jefes del portero del prostíbulo pasan factura.

De la socialdemocracia al podemismo es el camino que aquí les dije había recorrido nuestro periodismo antaño progresista. Y ese camino tiene algo que el pianista en el burdel acaba de conocer: la verdad pertenece al machote o machota (que de todo hay).

Y los machotes son los porteros del prostíbulo que cuentan con la venia del poderoso para pasearse por aeropuertos, comisionistas o vendedores de mascarillas, por un poner.

Los medios, incluidos los que Cebrián creó y la Moncloa interviene, son industrias editoriales que se dirigen a un público objetivo. Es decir, seleccionan sus valores ideológicos.

Los periodistas solían creer que los hechos son incontrovertibles y la opinión libre. Los buenos medios de comunicación solían separar la información de la opinión, editorial o en columna. Pero ahora no: hay que ser periodista de barricada, alinearse con la verdad única, la bandera que nos dirigirá a mundos notables.

En el jardín de los egos y los jarrones chinos no faltará la puntillosa opinión de Juan Luis Cebrián, expulsado de la mancebía por el capitalismo de amiguetes. Una mancebía donde no se habla del portero sino del novio de una señora que, al parecer, es más malvada que otras finas señoras acostumbradas al patrocinio y cosas de esas.

Lo siento por el pianista, pero me temo que el gremio de los porteros de prostíbulo se ha vengado.

 

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