Cuando el mal viene de la Casa Blanca a todos alcanza. (Parafraseo un mantra “indepe” en víspera de la Díada. Ver nota final). Los datos son los que son: si usted hubiera querido comprar ayer sábado una onza de oro hubiera pagado el doble que hace dos años y el más caro de la historia. Por su parte, los rendimientos (intereses de la deuda, su coste para el endeudado) no han dejado de crecer en todos los países desarrollados y los europeos en particular.
La conclusión de ambos datos es que el dólar podría estar dejando de ser una moneda refugio y que los inversores dudan de que puedan sostenerse sus rendimientos. Hay diversas formas de impago (el modelo Sánchez–Illa, el impago sin castigo no existe), la primera que temen los tenedores de deuda es la inflación o ciertas técnicas de la llamada represión financiera (colocarte deuda aunque no quieras).
Tanto Trump como la izquierda más populista (Sanders, Corbyn, populismo español, junto a otros) coinciden en dos cuestiones dudosas: que los tipos de interés pueden ser tan bajos como lo fueron a principios de la década anterior y que la caída de tipos producirá crecimiento sin inflación. Ambas cosas son improbables.
El precio del oro alcanzó un nuevo récord el pasado martes (justo por debajo de los 3.500 dólares). La incertidumbre sobre la dirección del sistema financiero internacional y el papel del dólar también se reflejan en las previsiones de futuro.
El precio del oro casi se ha duplicado desde principios de 2023, en gran parte por la creciente compra de los bancos centrales. A finales del año pasado, el oro superó al euro como el segundo mayor componente de las reservas de los bancos centrales, después del dólar, y ahora representa alrededor del 20 por ciento de estos activos.
Estados Unidos es, ahora, el país más endeudado de la historia (la deuda neta ronda por arriba el 100% de su PIB) y asciende a 37 billones de dólares. Una subida de un 1% en el interés supone 370 mil millones de intereses. En 2024, EE.UU. pagó 880 mil millones de intereses, 850 mil millones en defensa – así entenderá la obsesión por el gasto militar de Trump-. Existe una percepción en los inversores y países que tienen deuda americana de que la política fiscal de Trump está caminando a un profundo desequilibrio.
Una forma de no pagar la deuda es la inflación (los acreedores pierden el poder de compra de sus intereses). Eso es lo que pretende exigiendo a la Reserva Federal que baje los tipos y, también, con los efectos internos de los aranceles.
Esto se produjo en la reacción a los anuncios de aranceles del “día de liberación”, a principios de abril, cuando las tasas de interés en los mercados de bonos se dispararon y, contrariamente a lo que suele ocurrir en tiempos de crisis, el dólar se devaluó.
La bolsa de valores no ha reaccionado. En el lado de los economistas liberales, Paul Krugman decía la semana pasada que los mercados solo reaccionan a una crisis en los últimos minutos. Recuerden que en la crisis inmobiliaria española los valores bursátiles se mantuvieran hasta el final, más allá de lo razonable.
En el lado de los analistas conservadores también comparten esa “complacencia del mercado”. Ray Dalio señaló que los inversores internacionales han comenzado a cambiar de los bonos del Tesoro hacia el oro. Ha comparado la evolución de la deuda con la acumulación de colesterol, preparando un ataque cardiaco.
Los mercados pueden, al menos por ahora, ignorar las señales de advertencia, pero los gobiernos e inversores no lo hacen. Reclaman más intereses. La posibilidad de inflación o medidas de represión financiera norteamericanas tienden a retirar al dólar como moneda refugio y a aumentar a futuro el tipo de interés.
No es solo el caso de Estados Unidos, aunque éste es el más importante. Todos los países del G-7 están en niveles altos de endeudamiento. En proporción del PIB, Japón está en 239%, Italia está en 137,9; Francia 114,1; Canadá 113, Reino Unido en el 104. Alemania, 65.
Ante estas señales de alarma, deuda soberana alta o valoraciones de activos infladas (como ocurre con ciertos sectores tecnológicos), el oro sigue subiendo, impulsado por las expectativas de recortes de tipos de la Fed para septiembre, presionada por Trump y el mal desempeño de la economía norteamericana (caída del empleo y de la producción industrial –costes energéticos y aranceles-). El dólar ya no es percibido como refugio universal.
Después de años de imprimir dinero como si no hubiera un mañana, los bancos centrales compran oro para blindarse contra las consecuencias de su política monetaria. Rusia, India, China y los 20 países que acompañan siguen acaparando oro. ¿Estará China pensando en vender la deuda norteamericana que acumula, para crear un orden mundial desdolarizado?
Hay algo que no nos están contando. Entre otras cosas que las razones del crecimiento del endeudamiento persistirán: crisis demográfica (pensiones y reducción de ingresos), consecuencias del cambio climático, costes de la Inteligencia Artificial (energía y agua), populismos varios.
No está el cronista para ejercer de profeta ni anunciar crisis. En realidad, la economía no va de eso, ni las crisis de deuda se producen anunciándose. Sí que podríamos darle un vistazo a lo que nos rodea y, muy especialmente, llamar a abandonar esa actitud de que la deuda no existe y todo el dinero es falso que anima al populismo de todo tipo, incluido el que nos gobierna.
La deuda española no se reduce, tan solo baja su proporción del PIB. De hecho, este año aumentará. La mayor parte (45%) está en manos de tenedores extranjeros muy vigilantes y, ahora, sensibles. El interés que pagamos, aunque levemente, está subiendo. Nuestra Seguridad social empieza a ser voraz y nuestra deuda, a ocho años de media, creará un peso para futuras legislaturas y una brecha generacional. Hay algo que no nos cuentan. El cronista les vigila, debieran ustedes hacer lo mismo.
[Nota final: “Cuando el mal viene de Almansa a todos alcanza”. Se refiere a la derrota del reaccionario carlismo foralista a manos del primer Borbón. Expresión que justifica literariamente la reacción independentista].