El villano y nuestro miedo

Van ya tres viernes que no estoy para crónica de risas. Es la guerra; la guerra de Putin. Hoy, una encuesta afirma que los europeos temen una guerra nuclear. Hemos vuelto a la casilla de salida. “The Wall”, el miedo, los bloques…

Putin es lo que es, pero nuestros miedos lo hacen parecer más fuerte de lo que es. El villano de las películas de acción, al que el sátrapa se parece físicamente, no comete errores durante la primera mitad y durante gran parte de la segunda. Solo lo estropea al final.

En cambio, Putin se ha estado equivocando desde el comienzo de la guerra. La ganará, dice él, pero ha perdido casi todas las batallas relevantes, en términos éticos, morales, e incluso bélicos.

Pensó que sería bienvenido como libertador y no fue así. Estaba convencido de que los militares ucranianos le ofrecerían la cabeza de Zelensky y en cambio Zelensky sigue ahí, moderno héroe, ganando crédito en Ucrania, arengando a los europeos con citas de Shakespeare y a los americanos con citas de Martin Luther King.

Había apostado por la división de Occidente y la gloriosa unanimidad patriótica de frente interno, pero Occidente y Europa están unidos como hace tiempo que no sucedía y el frente interno está lleno de agujeros, como lo revelan las protestas en las calles, los refunfuños de los oligarcas y la facilidad con la que una manifestante logró colarse en el telediario ruso con máxima audiencia.

Si, por un momento, ignoramos la emotividad o la emoción que produce el persistente drama humano, el horror de todas las guerras, puede suponerse que, con ayuda externa, Ucrania puede frenar o al menos contener en el tiempo a Putin, aunque el alargamiento es derrota, pero también sufrimiento.

Es dueño de la bomba atómica y, de hecho, la mayor angustia europea es que el miedo a perder la cara le haga perder la cabeza. Pero sus códigos no son suficientes para detonar la bomba. También necesita las del general Valerij Gerasimov, que parece tener todo lo putiniano, menos la pinta de un loco suicida.

Ante el asunto, lo honesto es tener miedo. La victoria del sátrapa es que logre cambiar nuestra vida y nuestros valores. Así pues; tengan miedo, pero vivan como siempre, aunque más caro, por supuesto. Es mi consejo estratégico.

No nos pongamos exquisitos con nuestro pánico. Cada generación ha tenido su amenaza: desde las epidemias mortales al holocausto nuclear. No tengamos la vanidad histórica de creer que el mundo que vivimos es distinto. Que la fría tecnología de la bomba nuclear se sustituya por la fósil técnica del bombardeo o el modernísimo dron no hace diferente el temor ni el horror.

Admitir al miedo ayudará a nuestra seguridad. Ahora, evitemos las trampas. Europa puede convertirse en una fortaleza o reafirmar los valores de la apertura, la tolerancia, la igualdad, al mismo tiempo que protege a su ciudadanía. Para eso necesitamos más Europa; no menos. Abandonemos definitivamente, pues, el euroescepticismo y el pacifismo de salón.

Si algo molesta de los ataques a Ucrania es que castigan los valores seculares más progresivos. El invasor no vencerá estos valores nunca; otros lo intentaron antes y fracasaron. Seremos nosotros y nosotras quienes fracasaremos si renunciamos a ellos.

En resumen, tenemos buenas razones para tener miedo, pero tenemos mejores razones para tener coraje. Nos conformaríamos con la mitad de lo que muestran los ucranianos, que también están bajo las bombas y no, como nosotros, frente a una pantalla y un supermercado carísimo de la muerte.

Por cierto, no he escuchado opinión del ministro de Consumo sobre el asunto. Al parecer, el Gobierno ha encargado al dueño de Mercadona que nos tranquilice.

Estimadas y estimados, ustedes que ya son expertos en tener malos días y, a pesar de eso, mantienen algunas de sus sonrisas, háganle una peineta a Putin y sus oligarcas. Tengan miedo, vivan como siempre. Traten de buscar un poco de felicidad, mientras los bárbaros hacen de las suyas.

 

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