En recuerdo a Lou Grant

A los redactores jefes que tanto sufrimos y de los que tanto aprendimos la mayoría de los periodistas del “Experience Club” no les gustarían nada los titulares que le hubiéramos propuesto tras dos encuentros informativos seguidos con políticos de relieve. Aquellos redactores jefes mezcla de Lou Grant y de sabuesos reporteros de los tiempos de la censura hubieran enarcado las cejas e hinchado la carótida y la yugular juntas al escuchar la producción informativa de la semana: “Ya sabemos que no se puede robar”, “la gente no tolera que le mientan” (Mario Garcés, secretario de Estado del PP); “hay que poner en valor que un político renuncie a su escaño por mantener sus principios” (Margarita Robles, portavoz en el Congreso del PSOE).

“¿¡Y tú te crees que eso es noticia!?”Nuestro jefe de redacción nunca hubiera comprendido que semejantes contenidos, lo más parecido al clásico axioma “perro muerde a hombre”, frase que definía por entonces lo que no es noticia, sean ahora, medio siglo y mogollón de redes sociales después, ofrezcan hoy titulares de alcance. En aquellos tiempos en los que empezábamos a curtirnos profesionalmente los ahora conspicuos miembros de este club de periodistas no parecía concebible que los políticos que empezaban a tirar del carro de la democracia dedicaran sus esfuerzos a engrosar su cuenta corriente gracias a los impuestos que los demás empezábamos a pagar. Que de eso ya sabían bastante los corruptos de la dictadura.

El “buenismo” cultivado por muchos jóvenes profesionales en aquellos tiempos de esperanza, en los que se alumbraba la transición política, impedía a nuestros cautos ojos observar grandes mentiras o falta de principios en quienes protagonizaban la construcción de un país que daba la vuelta a la esquina de la dictadura y se encaminaba hacia la avenida de Europa. La mayoría hubiéramos pensado que dudar de la integridad moral y ética de aquellos personajes solo podía ser producto de las intoxicaciones de los prebostes del viejo régimen que se atrincheraban en sus feudos con una única ideología: conservar sus privilegios.

La Constitución está a punto de soplar las 40 velas de su nuevo cumpleaños. Es nuestra gran conquista. Pero no ha funcionado nada bien como antídoto a aplicar a los políticos ladrones, mentirosos o faltos de principios. A tanto ha llegado el desencanto y la indignación del personal que constituye una buena noticia que un relevante y cultivado dirigente del partido del Gobierno como Mario Garcés haga autocrítica ante unos cuantos periodistas admitiendo lo que tantos callaban en su partido: no hay derecho a robar ni a mentir a los ciudadanos.

Al igual que resulta enternecedor que una cualificada magistrada y dirigente parlamentaria del primer partido de la oposición como Margarita Robles reivindique como mérito que Pedro Sánchez renunciara a un escaño por no traicionar la promesa que hizo a los electores de no apoyar a Mariano Rajoy como presidente del Gobierno. En su caso es hasta un lamento: sabe que, según el CIS, casi el 60 por 100 de los votantes socialistas de junio de 2016 no mantienen la confianza que depositaron entonces en su jefe. La gente ya no compra ni los golpes de pecho ni la coherencia inicial en los políticos que les han defraudado. O pasan y se desenganchan o apoyan en gran medida a los radicales y antisistemas más a mano, que muchos hay para elegir. Es casi una epidemia que se va extendiendo por toda Europa.

Creo que es cuestión de fe y seguramente de mucha ingenuidad. Sigo emperrado en que nuestros viejos Lou Grant tenían razón: no robar, no mentir, no traicionar principios nunca deberían ser noticia. Y ojalá que quienes puedan celebrar los próximos cuarenta años de ésta u otra Constitución española no vuelvan a leer semejantes titulares. Garcés y Robles nos han dejado en el “Experience Club” un principio de hoja de ruta para políticos. Que vayan aprendiendo los nuevos.

 

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