Rishi Sunak es el segundo jefe de Gobierno consecutivo, tras Liz Truss, que llega al cargo sin que lo haya elegido el voto popular. Ese vodevil político ha tenido lugar tras la dimisión de Boris Johnson, que aún tuvo el cuajo con amagar a presentarse de nuevo pese a los escándalos que recaen sobre él.
Ésa es la primera característica de esta crisis británica, que se está ventilando al margen de los electores, quienes según todas las encuestas votarían a sus rivales en las urnas. Para colmo, Sunak, elegido por sus pares, lo ha sido para llevar a cabo una política económica opuesta a la de su predecesora, también elegida sólo por la militancia conservadora.
Este carnaval político no es el único elemento original en esta crisis parlamentaria, que lleva a Carlos III a haber conocido ya a dos primeros ministros en mes y medio de su reinado. Otro distintivo de esta zarabanda es el protagonismo que han tenido en ella políticos de nueva generación, hijos o nietos de la inmigración. Es el caso del nuevo primer ministro, de origen indio, pero también de otros actores del drama, como el efímero ministro de economía de Truss, Kwasi Kwarteng, quien desató toda la crisis, con padres ghaneses, o la entonces ministra del interior, Suella Braverman, cuya dimisión forzó la salida de la premier y que es hija de padre de Kenia y madre de las Islas Mauricio.
Lo que hasta ahora era una rareza va a ir convirtiéndose en algo habitual en una Gran Bretaña multicultural y multirracial, que ya no es lo que era, y que va a tener que lidiar a la vez con una inflación desbocada, un gran déficit público, la desconfianza de los mercados y las secuelas del Brexit.