Era temprano en el estado fallido digital en el que reina el señor de la guerra: no podía lanzar su aullido de ardor fanático, sin despertar a sus seguidores. El señor de la guerra deja de pensar en los trenes que tanto le ocupan y dedica a la fiesta nacional un gran bostezo.
La profunda y lenta inspiración con las fauces abiertas ni por asombro empañó la prístina belleza del señor de la guerra, ministro de los trenes, que aquí siempre es ponderada, para evitar que algún celoso funcionario cierre el blog.
Tiene el cronista diversas opciones para el análisis. De creer a los neurólogos, no estaba aburrido, estaba “enfriando el cerebro”. Antonio Machado, quizá, se hubiera hecho las preguntas adecuadas: “¿Es hambre? ¿Sueño? ¿Hastío? Doctor ¿tendrá el estómago vacío? El vacío es más bien de la cabeza”. Es por ello que, bajo el sol de otoño, debía enfriarla o quizá debió pasarse, en la fiesta nacional, a “la España que bosteza”.
La fiesta nacional estaba llena ayer de señores de la guerra y ninguno vestía de militar. Óscar Puente tenía en el barrio a otro macarra preparado: el señor Abascal. Ambos decidieron ofrecer a la ciudadanía un minuto de gloria. Abascal decidió insultar con su presencia a Blas de Lezo, frente al que hizo su deposición y Óscar Puente a quienes asistieron a Palacio, tras el desfile. Pedro se había ido, él no habla con nadie, no sea que le silben o afeen algo.
Una fiesta nacional sin consensos básicos. A golpe de silbidos, de rabia anticonstitucional, de ausencia de los obligados y obligadas a estar, de padres de pequeñas patrias que odian a España, pero maman de España. La Constitución arrasada, la bandera recibida con un bostezo: ésa es la metáfora del día nacional.
¿Qué podemos hacer los demás entre un bostezo y banderas absurdas y anticonstitucionales ondeando? ¿Qué espacio nos dejan los que desprecian nuestra historia en Hispanoamérica? ¿Muy especialmente, que espacio nos dejan los que nos convocan a despreciar una parte sustancial de nuestra Constitución?
Estando tan preocupados de la Inteligencia Artificial, nos hemos olvidado de la estupidez natural. Entre bostezos y banderas anticonstitucionales pretenden arrojarnos a la ausencia de conversación, a ese mundo que nos organizan en las fracturas que nos dividen: terreno de extremismos y ambientes caldeados de insultos y desprecios.
Los que no vivimos ni en las alfombras de amaranto ni en el mundo de los señores de la guerra solo tenemos un recurso para comunicarnos: el respeto. Por eso recelamos tanto del bostezo como del tuteo despreciativo.
Las fuentes de la falta de respeto son un anuncio de futuras desigualdades y autoritarismo. No podemos dialogar frente a quien bosteza, mantener nuestra conversación ante los que viven del ruido.
Resulta para el personal de izquierda doloroso observar que Óscar Puente se ha colocado a la altura de Abascal. Pero es lo que hay: si pones el país en manos de un fanático, acabas fanatizado.
Existen montón de países en cuya historia se cruzan minutos de catástrofe y gloria, que aspiran a compartir comunidad. Es cierto que los mundos de las naciones han cambiado mucho, que valores antiguos pueden perder peso en nuevas generaciones, ante nuevas costumbres y convivencias.
Sin embargo, dudo que las diferencias de percepción sobre la identidad legitimen faltas de respeto. Hay países que han cambiado profundamente, que sufren severas crisis, pero las mayorías sociales se encuentran, sea en tono festivo o identitario, de vez en cuando.
No deja de ser patrimonio de la estupidez natural que un tipo ironice sobre la cabra que desfila por Madrid, cuando como patriota catalán desfila en la diada, cual conocido somatén lleno de “rauxa”.
Nuestra vivencia no muy lejana aún de un estado totalitario, cada vez menos entendido, porque durante muchos años el socialismo realmente existente no quiso ejercer la memoria y tuvo a sus estudiantes subrayando palabras en la EGB, ha dificultado, sin duda, la creación de consenso respecto a los símbolos de la nación.
Podríamos habernos ajustado a la convocatoria constitucional. Pero también de eso hemos dimitido. Un video institucional de la fiesta nacional sin bandera, por ejemplo, regala la identidad constitucional a una parte e identifica a la otra con el rechazo.
Los símbolos de una comunidad no son inútiles, procuran la cohesión social, legitiman las instituciones y socializan un comportamiento compartido. Puede haber algo de mitológico en recordar el descubrimiento del continente americano o en recordar la construcción de un nuevo estado nación, pero a más de esa herencia en la que muchos compatriotas se reconocen, tenemos la propia mitología constitucional que escudos, banderas e instituciones heredan en la celebración.
La belleza de un bostezo es una ficción de la estupidez natural que adorna al socialismo realmente existente y a la izquierda de verdad verdadera. Solo ellos creen en la belleza del bostezo que el resto del personal entiende como una falta de respeto. El bostezo ante las banderas y el viva la muerte viven de la misma vitamina. Yo sí fui de los que ponían la bandera en el escenario: no molestaba al espectáculo político, ni empeoraba el relato.