La construcción de un hombre superfluo

Sánchez empezó siendo un “insensato ambicioso”; para que no cupiera duda, hizo cesar al osado director de periódico (Caño) y a su equipo (Alandete, Maite Rico…), paso previo a que mesnadas sectarias acabaran con los restos de los columnistas críticos que quedaban (pocos). Convino con los editores un alivio en el pasivo del balance a cambio de algunos puestecillos en el Consejo de Administración, logrando que el medio se convirtiera en portavoz del progresismo global y hoja parroquial del gobierno.

Posteriormente, quiso ser líder también global, sus encantos y posibilidades fueron desvaneciéndose a medida que sus peticiones de excepciones de compromisos económicos y políticos se hicieron más elevadas que sus compromisos de solidaridad con los socios. Ayudó poco ponerse a pedir el voto en contra de un candidato que acabó ganando en Estados Unidos.

La España del cohete no ha podido presidir el Eurogrupo (Consejo de ministros de economía europeo, a pesar de intentarlo tres veces) y corre el riesgo evidente de perder la representación en el Banco Central Europeo (no solo la Vicepresidencia). La egolatría de su exvicepresidenta de Economía, reconociendo algún asuntillo de manipulación estadística, no ayudará. Tampoco la servil persistencia de Albares.

Quedan páginas de prensa internacional (la española, o son amigos o fachosfera o máquina de fango) que recuerdan a dos secretarios de Organización de su partido en la cárcel, los problemas de “su entorno”, las continuas y asfixiantes sugerencias que por verosímiles son peligrosas, la desaparecida legitimidad de mayoría de gobierno. El persistente deterioro de la marca España.

Resistirá, sin duda, nadie sabe hasta cuando, pero así se construye “un hombre superfluo”. Un hombre que está de más, que sobra, que no es necesario. ¿Cómo te verá la historia, Pedro?

Pedro ya había sido inventado. Recuerden aquel Bartleby, personaje de Melville, que a los pedidos de su jefe o de quien le solicitara que hiciera algo respondía “preferiría que no” (I would prefer not too, una de las frases más celebres y cortas de la literatura universal). El resultado de la historia es una metáfora del camino que lleva nuestro país: casa derruida, negocio arruinado, gente abandonando.

Hay en la literatura, especialmente en la rusa, igual pueden adivinar algunas querencias populistas en esa dirección, muchas historias sobre hombres superfluos. Pueden rastrearse desde Gogol o Pechorín, encontrarse sugerencias concretas en el Diario de un hombre superfluo (Turgenev), en que se le compara con una ardilla dando vueltas en la misma rueda permanentemente, o quizá aquel Oblómov (Goncharov), que los mayores del lugar pudimos ver en Estudio 1 (Rafael Arcos, protagonista, cito de memoria), cuya ambición era permanecer ocioso en un diván, como quien dice en La Moncloa.

Pedro sabe, en la academia de magia Howarth saben, en la filarmónica de Viena saben, en su partido saben que Pedro ya ha alcanzado el nivel de “hombre superfluo”. Un exministro de su partido (Jordi Sevilla, el que enseñó en dos tardes economía a ZP y no pudo pasar de la lección del lobista, le encantó por lo visto) ha declarado: “Pasamos página de Felipe González, pasamos página de Zapatero, debemos pensar si pasamos página de Pedro Sánchez”.

Ésa es, probablemente, la sensación de una parte del partido y de sus votantes. Lo del fiscal general fue un golpe difícil, no sé por qué inesperado, francamente, además de ser una hoguera organizada por el propio Sánchez. Y lo de la banda del Peugeot no estaba amortizado. Ellos se van a encargar de hacer ruido.

Ni siquiera tiene a mano, no hay mayorías para ello, las posibilidades de hacer electoralismo. Lo de buscarse un cantante que solo escuchan los pijiprogres, canturrear a Rosalía o hacer incomprensibles TikToks no cuenta. Lo grueso no cabe, las reformas no son posibles y los costes de cualquier acuerdo con los exsocios, si es que alguno estuviera por la labor, solo precipitarían la ira social, ya abundante. Acaba la faena, solo queda la pereza.

Las direcciones del populismo sanchista están convenientemente alineadas, pero la sombra de la duda se cierne sobre la militancia y los votantes. Empieza a verse una división, aquí ya anunciada: los que abandonan el barco o los que se convierten en “Orquesta del Titanic”.

Esto no preocupa mucho a Pedro. Quizá debiera preocuparle la gente de izquierda que no ha sido sanchista, empujada a la “fachosfera”, han sido más de los que parece, y que empiezan a percibir, casi un 20% de los votantes, que el grado de debilitamiento de la democracia es serio y bastante insostenible.

En ese contexto de preocupación democrática. Sánchez ha ido construyendo notables hitos que, ahora, se le vuelven en contra. Él último, el del paseo mediático de la banda del Peugeot: el problema no es si dicen la verdad, o si la sostendrán ante un jurado. El problema es que, visto lo visto, su venganza es verosímil y el problema es que, visto lo visto, tenemos lo peor que puede pasar en democracia: un gobierno presionable política y mediáticamente.

Pedro ha levantado tantos muros que le persigue la rabia. Si hubiera reconocido algo a la cultura de derecha democrática, si no hubiera tratado de hacer tabla rasa de todo, si no se hubiera emborrachado de woke, si no se hubiera empecinado en utilizar electoralmente a la extrema derecha, no tendría ahora sobre la mesa un problema: el antisistema es VOX y Él ya no es el muro.

La construcción de un hombre superfluo no es compleja, crece con los errores propios, el primero la soberbia y el segundo la egolatría. Resistirá, sin duda, pero ya será inútil, es un hombre al que la historia recordará con agobio. ¿Hasta cuándo aguantará? Ya lo decía Edmundo Dantès, el Conde de Montecristo: “Toda la sabiduría humana estará en estas dos palabras: ¡Esperar y aguardar! Hay quien cree que no tenemos tiempo, pero la democracia es paciente.

 

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