Una de las cosas que más perturbaban a los defensores de Madrid durante la Guerra Civil eran los quintacolumnistas, es decir, los facciosos emboscados entre la población que se apoyarían, llegado el caso, a los sublevados contra la República. El término lo acuñó el general Emilio Mola, al presumir de que a las cuatro columnas de tropas que comandaba se sumaría una quinta, la de sus simpatizantes madrileños que atentarían contra el régimen democrático desde dentro.
Aprovechando el símil, nuestro ministro del Interior, Fernández Díaz, insinuó que entre los millares y millares de refugiados sirios podría camuflarse algún yihadista. ¡La que se armó! Ahora, en cambio, cuando se han descubierto infiltrados llegados de Siria entre los terroristas de París, nadie parece recordar algo tan evidente.
Otro hombre tan poco simpático como él, el catalán García Albiol —los políticos del PP no solo resultan antipáticos, sino que parecen merecer cualquier palo que se les dé, para solaz del personal—, ha afirmado que los inmigrantes deberían procurar su integración y respetar las costumbres de los lugares a los que llegan. Lo menos que se le ha llamado por ello es racista o nazi, algo que no se dice, por ejemplo, de Barack Obama cuando reclama lo mismo a los incorporados a su país, quienes se naturalizan a un ritmo de un millón anual de personas, sintiéndose más patriotas y más orgullosas que nadie de su nuevo país.
Europa, en cambio, no lo ha conseguido. Mientras nuestros hombres y mujeres cuando visitan un país musulmán se cuidan muy mucho de no herir la susceptibilidad religiosa de sus huéspedes —todos recordamos a ministras españolas, desde la popular Ana de Palacio a la socialista Fernández de la Vega, cubiertas hasta las cejas con un hijab en viajes oficiales—, aquí amplias zonas urbanas han abdicado de su condición europea, como el magrebí barrio parisino de Montmartre o la bengalí calle londinense de Brick Lane.
Todo ello es natural y legítimo, por supuesto, pero también resulta entendible que los terroristas de la Yihad crean que en esos enclaves puede anidar su quinta columna revolucionaria. Por lo mismo, pretender la integración de los inmigrantes y su mejor acomodo a la cultura occidental tampoco tiene que suponer una imposición autoritaria, sino un esfuerzo generoso, solidario y compartido que redundará en beneficio de todos.