La utopía de nuestro tiempo no se construye sobre cenizas: la trampa de la nueva creatividad

Esta ha sido una semana intensa. Empezamos con las “tontadicas” de Otegui sobre ETA, para seguir sobre las cosas serias sobre el asunto. La hemos acabado con un acuerdo entre PP y PSOE sobre unas cuantas instituciones. Cosas que dan para sesudos análisis.

Pero hoy es viernes y como llevan con el cronista más viernes que con el nuevo Defensor del Pueblo, socialdemócrata de toda la vida, por cierto, sabrán que el jefe de la Clicktertulia, Don Juan Ignacio Ocaña, nos tiene dicho que de cosas sesudas nada. Los CEO de la radio gustan del asunto y prometen prima (no; colar, no cuela).

En fin, sepan, entonces, que este cronista participa en una radio innovadora y de la tertulia de los viernes, ni les cuento. Los departamentos de I + D funcionan a destajo.

Aquí en la radio se ha propuesto ponerle trufa a la tortilla de patata y, por supuesto, con razón.

Tengan en cuenta que, en el siglo XII, una ordenanza de Sevilla, la 114, disponía: “No se venderán trufas en torno a la Mezquita Mayor al ser un fruto buscado por libertinos”. Oyentes, lectores y lectoras ya saben de quién hablo: no voy a hablar mal de mi CEO radiofónico y chef favorito.

Y eso es la innovación de nuestro tiempo. Es esa libertad creativa la que ha llevado, por ejemplo, a nuestra intrépida buscadora tertuliana de lugares exóticos a proponernos un cocido tipo “ramen”.

Y tiene razón. Quién no ha soñado nunca con sustituir el repollo por una col china; cómo no soñar con macerar el “soso” tocino en salsa de soja o echar esa bolsita de especias picantes que aquel amigo perdido nos trajo de oriente. Pero, sobre todo, quién no ha soñado con rematar un cocido con un huevo escalfado, macerado en miri y sake.

Creatividad, señores y señoras míos, creatividad. Entenderán que, en este contexto, el cronista deba sumarse impetuosamente a la corriente de cambios creativos que nos invade.

Qué hermoso ver que 007 ya no lo toma ni removido ni agitado y que, como Ronaldo, ha abandonado las bebidas azucaradas o derrama lágrimas de dolor ante el sufrimiento de una niña.

Cómo no aplaudir que Superman sea, ahora bixesual. Quizá esto sea menos práctico: si tardó quince años en invitar a una copita a Louis Lane, imaginen para tener una cita con el malvado Luthor.

Pero si hay algo enternecedor, que cambia el curso de la historia, es que tres machotes, para sacarle a Planeta un millón de euros, se hayan puesto como seudónimo un nombre de mujer. Sí; Carmen Mola eran tres tíos. ¡Cómo mola!

Todo hay que acomodarlo por el bien de la modernización de los consumidores y su comodidad afectiva.

Imaginen ustedes, el shock que un joven de nuestro tiempo sufrirá al leer: “Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, encontrose en su cama convertido en un monstruoso insecto”.

Cuánto mejor, escribir, Gregorio, paseaba por el monte, una mañana de primavera, y vio una mariquita. No pasará a la historia del relato, como en el caso de Kafka, pero no producirá efectos irreparables en las adolescentes mentes.

Cómo va a recordar, por Dios, el coronel Aureliano Buendía, la tarde remota en que su padre le llevó a conocer el hielo ante un pelotón de fusilamiento. Esto es intolerable.

El coronel debería encontrarse, reescribamos a García Márquez, viendo, como corresponde a un progresista, una serie de Netflix sobre héroes medievales, que solo violan una vez por capítulo. Mucho más sano mentalmente que “cien años de soledad”, dónde va a parar.

Hay quien cree, y no ando lejos de pensar cosas parecidas, que convertir en un moñas a 007 o cambiar la orientación sexual de Superman es un modo de violar la forma en la que el autor concibió a sus personajes. Lo que es lo mismo, borrar el contexto histórico, la situación o el mensaje que el autor quiso transmitir.

El cronista piensa, tonterías de diletante, que Mary Evans (George Eliot), Amartine Dupin (George Sand), Matilde Cherner (Rafael Luna), las hermanas Brönte, Caterina Albert, Cecilia Böhl de Faber (Fernán Caballero), Karen Bixen (Isak Danisen) y tantas otras mujeres que debieron escribir con nombre de varón merecerían cierto respeto de los guionistas machotes y las editoriales que conceden premios millonarios.

Este cronista también ha pensado que una época que cambia no debe quemar las viejas historias, sino crear sus propios cuentos, aunque eso da más trabajo que hacerle apaños a los libros que antes otros escribieron.

Pero no. Amigas y amigos: la innovación empuja al cambio del relato. Se empieza defendiendo que Otegui es un hombre de paz y se acaba creyendo que un huevo escalfado es parte de un buen cocido.

Háganme caso, amigas y amigos, la libertad no es cambiar las viejas historias sino construir un nuevo sueño. La utopía de nuestro tiempo no se construye sobre cenizas de pasados versos sino sobre poemas nuevos.

 

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