La vida privada de Fidel: su leche de búfala, sus vinos de Ribera del Duero, sus fincas y sus clínicas (I)

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Fidel Castro ha fallecido, y con él ha desaparecido el último gran icono vivo de la guerra fría. Unos le lloran, otros brindan, pero su muerte no deja indiferente a nadie. He aquí el perfil más humano de uno de los grandes personajes del siglo XX.

Desde el 16 de febrero de 1959, cuando Fidel Castro fue nombrado primer ministro después del triunfo de la revolución, hasta la fecha de su muerte, la familia Castro, primero con Fidel y luego con su hermano Raúl, ha dominado con mano de hierro la vida cubana. Han sido 55 años de régimen; medio siglo de una dictadura en la que los cubanos han visto de todo: desde el desembarco frustrado en Bahía de Cochinos y la crisis de los misiles, hasta el embargo norteamericano y la Ley Helms-Burton y los anteriores virajes del régimen castrista a la Unión Soviética, primero y, después de la caída del bloque soviético, a la Venezuela bolivariana.

Ahora, Fidel ha fallecido y con él ha desaparecido el último gran icono vivo de la guerra fría. Unos le lloran, otros brindan, sobre todo en Miami. Pero ¿cómo era realmente el hombre que marcó todo un continente y toda una época?

Durante todos esos años de dictadura, la obra de Fidel ha marcado para siempre la vida de varias generaciones de isleños. Se dice que en estos 55 años de dictadura unos 500.000 cubanos han pasado por campos de internamiento; se asegura que aún podría haber medio millar de presos políticos en las cárceles cubanas; se afirma que en Cuba se ha seguido fusilando hasta hace muy poco, y se calcula que hay dos millones de exiliados cubanos en el mundo. La mayor parte de estos últimos se encontrarían repartidos en Estados Unidos -especialmente en Miami-, pero también es muy numerosa la colonia en España, donde se contabilizarían unos 50.000. Si se tiene en cuenta que la población actual de Cuba es de unos once millones, nada menos que el 13,33 por ciento de los cubanos residirían fuera de su país.

Para los opositores del régimen, ése es el legado que deja el último de los grandes dictadores del siglo XX. Pero, ¿quién era realmente Fidel Castro? ¿Cuáles sus deseos, sus gustos, sus vicios o sus placeres? ¿Cómo era su vida personal una vez desenfundado de su sempiterno uniforme verdoso? Mucho se ha escrito de este personaje de leyenda que ha tenido grandes detractores y ferocísimos críticos, pero también grandes hagiógrafos. Sin embargo, poco -y muy disperso- se ha dicho de la vida cotidiana e intramuros de quien ha representado una de las jefaturas más paradigmáticas, para bien o para mal, de la segunda mitad del belicoso y revolucionario siglo XX.

“Fidel solo bebe leche de búfala, porque dicen que tiene propiedades terapéuticas contra la vejez»

Hace una docena de años, dos curiosos personajes con tintes casi barojianos, ambos pertenecientes a la contrainteligencia cubana se escaparon -literalmente- de la isla y recalaron en Madrid. Pude conocerlos entonces y en muchas horas de grabaciones contaron numerosos detalles -pequeños y grandes- de la vida del hombre que tuvo el coraje de enfrentarse al gigante norteamericano desde su propia puerta trasera, pero también el estigma de dirigir a su pueblo como un señor de horca y cuchillo y de conducirlo -con la inestimable ayuda del embargo norteamericano- hacia la escasez y la pobreza. Lo que sigue son partes del hombre, gustos y miserias de ese ser llamado Fidel, contadas por dos exespías del Departamento 11 de la contrainteligencia cubana.

“Fidel sólo bebe leche de búfala, porque dicen que tiene propiedades terapéuticas contra la vejez. De hecho, importó varios ejemplares de búfala desde Canadá y solo algunos privilegiados pertenecientes a su staff pueden recoger cada día unos litros de leche».

La leche de búfala era uno de los grandes placeres de Fidel, según confirmaban entonces los exespías del Departamento 11. Pero no era el único placer del Comandante en Jefe: los vinos Vega Sicilia y Ribera del Duero eran otra de sus grandes pasiones, de esos fervores que le convertían, quisiera o no, en un ser humano como otro cualquiera.

“Poseía decenas de cabezas de reses de carne roja, porque era la única carne que le gustaba comer”

En realidad, Fidel era muy estricto con su alimentación. Por ejemplo, en la hacienda de Tallavito, en la provincia de Camagüey, también poseía decenas de cabezas de reses de carne roja, porque era la única carne que le gustaba comer. Y con los vinos era igual de especial y muy sibarita: prefería el Ribera del Duero y el Vega Sicilia que le enviaban desde España. Y, naturalmente, como descendiente de españoles, también era muy aficionado a los jamones de Jabugo, la cecina de res, los chorizos y los quesos.

Lo de la leche de búfala no era un simple capricho: fue uno de sus médicos particulares el que le recomendó el consumo de ese exótico producto porque decía que la leche y el queso de búfala tenían propiedades terapéuticas contra la vejez (sic). No hizo falta más: Castro ordenó que le trajeran un rebaño desde Canadá para su consumo personal y el de sus más fieles seguidores; un rebaño que criaba en su finca de Jaimanitas.

El régimen no pagaba ni un sólo peso por esos productos: eran regalos de distintos empresarios de todo el mundo que querían hacer negocios en Cuba -especialmente de españoles productores de vinos de Ribera del Duero-; estos empresarios esperaban -y recibían- un tratamiento especial por parte del Gobierno cubano. Por ejemplo, cuando viajaban a Cuba, les obsequiaban con casas de protocolo y eran recibidos en el aeropuerto según el protocolo de Estado, lo que significaba que no existía frontera ni control de su equipaje ni a la entrada ni a la salida de Cuba.

Lea mañana la Segunda Parte de esta entrega.

 

 

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