Las otras crisis de Europa

Berlyamont

Sesenta años después de su nacimiento y a pesar del indiscutible éxito, el proyecto europeo vive una situación más que convulsa tras la mayor crisis económica y financiera de su historia. Los intereses de cada país vuelven a primar sobre los generales y son muchos los ciudadanos que se muestran indiferentes, cuando no hostiles, a la realidad actual de la UE.

Aunque los seísmos son inherentes al gran proyecto común iniciado en 1958, los terremotos de los últimos ocho años –crisis bancaria, crisis de deuda soberana, riesgo de ruptura del euro, desigualdades territoriales, terrorismo yihadista, crisis de refugiados, resurgir de los nacionalismos- han sumido a la vieja Europa en un entorno difícil de digerir, y de gobernar.

La crisis no ha terminado

«La crisis no ha terminado y no debe haber complacencia», acaba de asegurar el presidente de la Comisión Europea. Pero incluso con la ayuda del Banco Central Europeo, como pronostica Jean-Claude Juncker, el futuro de Europa a partir del 2016 dependerá de la nueva estrategia de reformas, inversión y finanzas públicas a aplicar, entre las que se encuentran de manera prioritaria el gasto público y social.

Analistas y responsables de las principales instituciones mundiales pronostican un año convulso –Lagarde lo vislumbra ‘decepcionante’-, lastrado por la desaceleración de las potencias emergentes, como China e India, que ya sufrieron una fuerte contracción del PIB en 2015. La Unión Europea no es ajena a este escenario global, pendiente de la evolución de una inflación bajo mínimos y de los tipos de interés tras el alza en EE.UU., el referéndum del Reino Unido sobre su salida del club, lo que tendría importantes repercusiones económicas, mas la división interna en la propia Europa.

Con semejante escenario, el crecimiento de la economía comunitaria continúa más que dispar. La Comisión ha revisado al alza sus previsiones, con solo una décima del PIB tanto para el conjunto de la UE como de la zona euro, y predice un crecimiento del 1,6% para los diecinueve y del 1,9% para el bloque comunitario.

El estancamiento se debe sobre todo a Alemania, Francia e Italia cuyas economías siguen lastradas, de momento, en contraste con países como España que lidera tanto el crecimiento del PIB -3.1%- como las tasas de paro. Que Europa está saliendo absolutamente trasformada de la crisis tanto en el ámbito económico como institucional, pocos lo dudan, pero los desafíos, desajustes y profundas desigualdades generadas en los últimos ocho años siguen siendo enormes.

La Europa financiera y social

La Europa a veintiocho todavía tiene 23,3 millones de mujeres y hombres sin empleo -5,5 menores de 25 años-, más de la mitad -17,76 millones- residen en la Eurozona -los 19 países que comparten la moneda única-. España y Grecia –con el 21,6% y 24,6% de paro- multiplican por cuatro la situación de Alemania y la República Checa como países con menor desempleo -4,7% y 4,9% respectivamente-.

Las condiciones de vida de los jóvenes y de los mayores han divergido de manera sustancial durante la crisis. Los indicadores de pobreza reflejan que los jóvenes han sido los mayores afectados por una recesión con efectos negativos de las tasas de fecundidad y demografía. Ello, tras la mayor incertidumbre sobre unos salarios mermados y la precariedad de los contratos que influye en la decisión de retrasar la formación de una familia.

Los rescates

Las instituciones europeas, junto al FMI, rescataron de manera total o parcial a cinco países, Irlanda, Portugal, Chipre, Grecia y España, en nuestro caso para salvar al sector bancario. La receta no fue otra que la aplicación de políticas de recorte y austeridad a cambio de ayuda y préstamos económicos. Hoy el balance es tremendamente desigual e incierto con la mayoría de los estados endeudados por encima de su PIB: Grecia (174%), Italia (135%), Portugal (132%), Irlanda (123%), Chipre (112%), Bélgica (105%) y España (100%).

A cambio de una factura global de 500.000 millones de euros, el 5,1% del PIB de todo el periodo de la Eurozona, Europa cuenta hoy con un fondo permanente de rescate -Mede-, una unión bancaria fortalecida y reformada, un Europarlamento del euro con mayor poder, y un Banco central -BCE- que ha revolucionado la política monetaria, a pesar de Alemania. El quebradero de cabeza sigue siendo el incumplimiento del Pacto de Estabilidad, que algunos socios como Francia o Italia siguen saltándose a la torera en el caso del déficit.

Superar con éxito esta ‘tormenta perfecta’, como recuerda José Manuel González Paramo, ex consejero de la institución, ha sido posible gracias a que «el BCE ha afianzado su rol monetario tradicional como garante de la estabilidad de precios y a la asunción de nuevas responsabilidades». Su mentor no es otro que Mario Draghi, cuya determinación y firmeza han servido entre otras muchas medidas para inyectar 60.000 millones de euros mensuales al sistema para la compra de activos, como ya hizo EE.UU.

Voladura de Schengen

Capítulo aparte merece la mayor crisis de refugiados sufrida por el continente que consiguió poner en solfa los mismísimos cimientos institucionales de la Unión. El bochornoso espectáculo entre los dirigentes nacionales, enfrentados con Bruselas por su realojo, ha provocado el rebrote del racismo y otros demonios de peligroso recuerdo. El cierre de fronteras decretado tras la llegada de más de un millón de expatriados, huyendo de Siria y los países en guerra, ha supuesto la suspensión -aunque solo sea temporal- de la histórica conquista que permitió la libre circulación de ciudadanos, en una especie de efecto dominó y en distintos puntos de Europa, lo que no tiene precedentes.

El levantamiento de muros, vallas y otros controles fronterizos en Hungría, Chequia, Austria, Eslovaquia y Holanda empieza a arrojar dudas sobre el futuro del espacio Schengen. La incapacidad de líderes e instituciones para responder de modo unitario y coordinado a esta crisis humanitaria han puesto en evidencia las políticas sociales de la Unión.

Este espacio de libre circulación está en el momento más crítico de sus 31 años de historia. Dinamarca ya generó la controversia con Bruselas tras restablecer de manera unilateral sus propios controles junto a Suecia, Finlandia y Alemania. Hungría representa la cara más extremista y radical tras la imposición de penas de cárcel a los refugiados que tratan de entrar en el país de forma ilegal.

Terrorismo yihadista

Con todo, es quizás el terrorismo yihadista generado en las dos últimas décadas el que ha sobresaltado de manera brutal los cimientos de la convivencia interior. Europa estrena el nuevo año con un blindaje sin precedentes para hacer frente a esta atrocidad global tras los atentados de Paris. Es un reto al que ha tenido que responder de manera tardía tras los cometidos en Nueva York (2001), Madrid (2004), Londres (2005), Holanda, Bélgica, Suecia, Túnez, Egipto, Libia, Irak, Kuwait, Afganistán…

La seguridad se ha convertido en la primera prioridad de los gobiernos de Europa tras sufrir en sus propias carnes el germen de la barbarie y el fanatismo intransigente. Sin embargo, ha bastado la necesaria invocación a la solidaridad militar con Francia como país agredido, para que afloren de manera inmediata las diferencias que nos separan. La aplicación del artículo 42.7 del Tratado de la Unión que respalda la ayuda mutua en caso de ataque exterior, fue recibida con recelos e insolidaridad por algunos países, lo que no augura nada bueno para la defensa de la democracia y la libertad.

Como se ve, no soplan buenos vientos para la nueva Europa. La economía, su sociedad, las instituciones y los mismos gobiernos que las representan estamos en una etapa complicada y de convulsión. Los nuevos retos y las políticas a aplicar han encendido el populismo ultraderechista más radical, lo que ha conseguido avivar el euroescepticismo.

Junto a los relevantes elementos positivos y los pasos firmes dados para combatir la recesión, los dirigentes de la Unión tienen el deber de hacer esfuerzos redoblados para evitar un nuevo paso atrás de la Europa que representa el 27% de la riqueza mundial, un tercio del comercio global y el 35% de las inversiones directas de capital.

 

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