Valdimir Putin ve la posibilidad de que Siria se convierta en un Estado fallido como una extraordinaria oportunidad para incrementar la presencia e influencia de Rusia en la región, dado que el objetivo principal de Rusia es la lucha contra el Estado Islámico, para impedir su extensión hacia el Cáucaso, ya que de ello depende su seguridad territorial. Eso es lo que mantiene la experta en Relaciones Internacionales, Mira Milosevich, quien sostiene que desde el comienzo de la guerra civil siria, Rusia no ha cambiado los objetivos de su seguridad nacional ni de su política exterior. Algo que, sin embargo, no ha ocurrido con Occidente, que se debate en una absoluta ambigüedad.
Mira Milosevich ejerce como analista de la Fundación FAES, la misma que preside José María Aznar, quien apoyó la guerra contra Irak, que significó para muchos el inicio remoto de esta gran crisis. Pero la ponencia que sobre Siria y Rusia ha desarrollado esta experta en Relaciones Internacionales no tiene nada de regresivo, como cabría esperarse, sino que contiene un análisis realista sobre Oriente Próximo y las políticas ambiguas llevadas a cabo por Occidente, así como la agresiva política rusa para acrecentar su posición en el entorno.
Según esta analista, a diferencia de los titubeantes occidentales que ahora, por la presión migratoria, se ven obligados a improvisar, Vladimir Putin tiene un plan, «lo que no significa que consiga cumplirlo». Milosevich explica que la guerra de Siria no es sólo un conflicto por el control del territorio y de los recursos en un Estado fallido, sino que supone choques entre el nacionalismo árabe y el integrismo musulmán, entre las dos ramas mayores del Islam (suní y chií), entre Rusia y Occidente, amén de la ruptura interna del yihadismo y de un proceso de cambio del equilibrio del poder en la región. Pero añade que, en todo caso, Rusia se prepara para cualquier escenario futuro porque su intención es no abandonar su influencia en Oriente Medio.
Rusia se apresta a defender sus intereses en la zona
Para esta analista de FAES, las imágenes de satélite (publicadas por Stratfor), que han revelado que Rusia está construyendo una base de operaciones en el aeropuerto Bashar al Assad de Latakia, así como el incremento de su apoyo militar al régimen sirio, son pruebas de que Rusia está dispuesta a defender sus intereses en la zona. Pero cree que los políticos occidentales han malinterpretado la estrategia rusa, pues los contactos de Moscú tanto con la oposición siria como con Estados Unidos, Francia, Irán, Arabia Saudí, Turquía, Jordania, Egipto y Qatar les habían llevado a inferir que Rusia retiraría su apoyo a la debilitada dictadura de Al Assad.
En ese sentido, el presidente Obama, en sus discursos de los pasados 6 y 14 de julio, dijo que “quizá Rusia juegue un papel positivo en Siria”. Pero la reciente petición de EE.UU. a Grecia y Bulgaria –que prohíban el uso del espacio aéreo a los aviones rusos que transportan ayuda militar a Siria– es una clara señal de que Obama no cree ya en el papel pacificador y constructivo de los rusos.
Sin embargo, lo cierto es que, desde el comienzo de la guerra civil siria, Rusia no ha cambiado los objetivos de su seguridad nacional ni de su política exterior. El mantenimiento del apoyo del Kremlin a Al Assad se debe a que considera que no está acabado (si bien reconoce que ha perdido el control de la mayor parte del territorio, aunque todavía conserve el de la zona más poblada).
Algunos expertos analizan, como Milosevich, que Putin ve el hecho de que Siria se convierta en un Estado fallido como una extraordinaria oportunidad para incrementar la presencia e influencia de Rusia en la región. Por otra parte, Moscú quiere reiterar su desacuerdo con la estrategia de EE.UU. en la lucha contra el terrorismo, considerando que consiste básicamente en el cambio de regímenes. La protección de su única salida al Mediterráneo, la base naval de Tartu, tampoco carece de relevancia; pero su objetivo principal es la lucha contra el Estado Islámico, para impedir su extensión hacia el Cáucaso, ya que de ello depende su seguridad territorial. Los motivos geopolíticos de su política exterior son muy complejos, dada la volatilidad de la zona y el número de actores que participan directa o indirectamente en el conflicto sirio.
Liderar una coalición contra el Estado Islámico
En ese sentido, se analiza que la actividad diplomática de Moscú no supuso la retirada del apoyo a Al Assad, sino el intento de crear y liderar una coalición contra el Estado Islámico y una transición pacífica en Siria para, de este modo, fortalecer su imagen internacional (muy dañada en el conflicto de Ucrania). Y, de paso, seguirá con su habitual fórmula de la “diplomacia a través de las armas” (como proveedor de armamento a todos los bandos en conflicto).
Así, Milosevich cree que hay también otros objetivos no menos importantes: conservar su imagen tradicional de protector leal de sus clientes y aliados (en contraste con los EE.UU., que debilitaron su alianza con Arabia Saudí por el acuerdo nuclear con Irán). Cree que desde la guerra de Yom Kipur (1973), en la que la coalición de Egipto, Siria y Jordania apoyada por la Unión Soviética fue derrotada y humillada por los israelíes con la ayuda de los Estados Unidos, todos los líderes rusos han estado obsesionados por recuperar la influencia en Oriente Medio, y que, dado el aislamiento actual de Rusia y el cambio de alianzas de Estados Unidos, Putin no perderá la oportunidad de intentar convertirse en el árbitro de los conflictos de la región.
En ese contexto, y a diferencia de los titubeantes occidentales (las líneas rojas de Obama respecto al uso de armamento químico se han convertido en líneas rosas) que, ahora, por la presión migratoria, se ven obligados a improvisar, Putin tendría un plan, y de momento ha fortalecido sus alianzas con los países de mayoría suní, que se ven abandonados por los norteamericanos tras el acuerdo de Obama con Irán.
En todo caso, se cree que el mayor obstáculo para las ambiciones de Putin es el número de actores involucrados: Estados Unidos, Al Assad, la dividida oposición siria, el Estado Islámico, Arabia Saudí, diversas organizaciones terroristas entre las que destacan Hézbola y al-Qaeda, Turquía, Irak e Irán. «Conseguir una coalición contra el Estado Islámico es un propósito lógico (por tenerlo todos como enemigo común) pero difícil de conseguir entre tantos actores con intereses contrapuestos», asegura Milosevich.
Llegados a este punto, algunas analistas creen ya que la guerra de Siria no es sólo un conflicto por el control del territorio y de los recursos en lo podría ser un Estado fallido, sino que supone, además, choques entre el nacionalismo árabe y el integrismo musulmán, entre las dos ramas mayores del Islam (suní y chií), entre Rusia y Occidente, amén de la ruptura interna del yihadismo (entre el Estado Islámico y otros grupos terroristas como Al-Qaeda) y de un proceso de cambio del equilibrio del poder en la región.
En todo caso, Rusia se prepara para cualquier escenario futuro porque su intención es no abandonar su influencia en Oriente Medio.