Con un millar de políticos imputados por corrupción, el decir que en España no existe tanto cohecho ni tanta depravación económica como creemos puede parecer un cruel sarcasmo; pero es así.
Lo que sucede hoy día es que tenemos tal sensibilidad hacia la corrupción, hacia las tropelías financieras que cometen los poderosos -sólo las de ellos, claro, pues las nuestras nos las perdonamos, como si fueran simples métodos ingeniosos de supervivencia económica- que da la impresión de que todos los políticos españoles son unos sinvergüenzas de tomo y lomo.
La verdad es que ni lo son más que los ciudadanos que los votan, ni más que los políticos de otros países, ni hay más corrupción ahora que en momentos pasados de la historia de España.
He aquí ejemplos de cada una de estas afirmaciones.
De la primera: mientras subsista un 20% de economía sumergida, sigamos sin pagar el IVA en cantidad de operaciones comerciales, busquemos enchufes para nuestros allegados, copiemos en los exámenes, engañemos a Hacienda… no somos mejores que nadie; simplemente no tenemos la posibilidad de dar un pelotazo a lo grande y debemos conformarnos con minucias.
Por otra parte, los políticos españoles, al lado de los de otros países, son unos pardillos. Desde Berlusconi a Dilma Rousseff, sí que se lo han llevado crudo. Y no digamos nada de la época de François Mitterrand en Francia, donde desde su ministro Roland Dumas hasta el último funcionario esquilmaron sistemáticamente al Estado.
La última afirmación: cualquier tiempo pasado fue peor. Sin hablar de la caída del ministro republicano Alejandro Lerroux por el estraperlo, basta leer La forja de un rebelde, del extraordinario escritor exiliado Arturo Barea. En ella se describe cómo el ejército colonial de Marruecos era saqueado cada día por todos los militares, desde el general en jefe hasta el cabo furriel, robando a los indefensos soldados conscriptos comida, armas, medicinas… y contribuyendo así a su exterminio.
Ya ven.
Ahora, en cambio, tenemos a docenas y docenas de políticos en la cárcel, bastantes de ellos con gruesas condenas. Y los que les seguirán. Algunos, incluso, llevan más de un año detenidos preventivamente, sin juicio alguno y sin haberse demostrado aún su culpabilidad.
¿Tan mal estamos, pues, o es que verdaderamente nos hallamos ante el comienzo de una deseada y deseable regeneración colectiva?