Martes y miércoles son los días tontos de la Semana Santa. Y en esa zona de los montes de Judea, los días ociosos son mala cosa y peores consejeros. Siempre hay alguien maquinando alguna tontuna. No se hacen una idea de las tragedias que se acumulan en estos días históricos en los que ustedes no van a la playa o incluso nieva.
Todo el año sin gota de agua y ahora a cántaros que llueve y le pilla a usted de vacaciones. Elijan: nos pasa por pecadores y descreídos o por el cambio climático. La ciencia es lo que tiene: resolver arduas cuestiones sin pasar por la teología. Es lo mismo que el martes antes de la pasión: el hijo de Dios no leyó las escrituras, solo adivinó.
Pero volviendo a lo que nos ha traído aquí, que no es otra cosa que las torrijas y la profunda reflexión histórica y espiritual, resulta que el martes, el hijo de Dios reunió a sus amigotes y ya que estaban aburridos y Lázaro ponía mesa y mantel, Lázaro era un resucitado agradecido, les propuso una cenita para el jueves. Los chicos que no tenían plan decidieron aceptar la propuesta.
Para ser hijo de Dios, no tuvo un momento inteligente. Una cena de trece amigotes, comiendo y bebiendo sin tasa y solo tíos, no podía acabar bien. El alcohol y la carne, por mucho que sea la sangre y el cuerpo de Dios, un poco antropófago el discurso para qué engañarse, son muy pesados por la noche, lleva a malos comportamientos.
Pero ahí quedó la cosa y como seguían aburridos, los muchachos se pusieron a jugar al juego ése de verdad o reto. Todos, que eran muy colegas, eligieron verdad. Él lo sabía y sabía que, siendo hijo del que lo sabe todo, tenía ventaja. A veces hasta los hijos de los dioses se portan como las ministras de Hacienda.
Así que, cuando le tocó turno, afirmó que Pedro mentiría o le negaría tres veces. A lo que Pedro respondió que él, ni por asomo, negaría la verdad.
Paremos un momento. Que el heredero del báculo del poder, guardián de las llaves de todos los cofres y agencias, piedra indispensable de todo progreso de la adecuada doctrina en el orbe, afirme que nunca negará la verdad, es probable que a ustedes le suene a alguien conocido.
Pero es que quizá ustedes estén interpretando mal la historia. No, Pedro no niega la verdad jamás, son ustedes los mal pensados. Pedro sólo cambió de opinión tres veces. Y qué son tres veces en la inmensidad de las decisiones que el dueño de las llaves, piedra fundacional de la correcta doctrina, debe tomar. Nada, ustedes es que son unos maledicientes.
Siguió la muchachada apostólica y romana el juego y pasaron a un juego raro que se llama la búsqueda del traidor. Fue en ese momento en que Judas, ante la aviesa mirada del hijo de Dios, que lo sabe todo, pretextó que tenía que ir a la ciudad.
Al parecer, según confusa explicación, había quedado con un amigo que conoció en la puerta del prostíbulo de Éfeso y que ahora trabajaba para un ministro del Sanedrín. Al parecer tenían pendiente un asunto de monedillas o eso.
Pues nada, que el amiguete de Efeso le dijo al tal Judas que no se preocupara, que el ministro, Caifás, estaba en ello y que contara con treinta moneditas de plata, siempre y cuando pusiera al hijo de la fachosfera a disposición de los soldados del ministro y llevara unas maletitas y unos paquetitos de un lado a otro.
Vamos a ver. El castigado y silente pueblo judío no es culpable de nada. Pero sus ministros soltando a Barrabás, en una amnistía rarita, mientras condenaban al hijo de Dios, dejando que Pilatos se lavara las manos, pagando traidores para que delaten, cual fiscal del Estado, y colocando unos ladronzuelos en condición de susto o muerte a pocos metros de la Cisjordania… Luego dirán que la fama que les persigue viene de lejos. Hay pueblos que sufren y no se merecen sus ministros, se lo digo yo.
Ven ustedes como no deberían fiarse de días tontos y menos en Judea: planificar una cena de incalculables consecuencias, descubrir una mentira o una traición, negociar un soborno… Por Dios, cuídense de los días tontos.
