¿Por qué no estamos informados?

No estamos informados porque la información es poder y los poderosos no quieren compartirla con el común de la gente. La información pública, también, es un índice de la salud democrática de una sociedad y nosotros, por fortuna, aún nos mantenemos en el puesto 22 de la lista que confecciona el semanario The Economist. Claro que hemos perdido seis puestos respecto al anterior listado y no por las razones antidemocráticas que esgrime Pablo Iglesias, sino justamente por lo contrario.

La razón de ese retroceso es el secuestro de la información plural, la permanente demonización de hechos y opiniones que no se ajustan al credo de quien manda y el endémico intento de subvertir el Código Penal, para hacer justo lo injusto y al revés. Eso es lo que erosiona poco a poco nuestras libertades, bien robustas hasta hace bien poco.

Además, nosotros contribuimos a ello dando más importancia a lo insustancial que a lo que tiene fundamento, mientras que, a su vez, la globalización y multiplicación de fuentes de información en lugar de ampliar nuestros horizontes vitales banaliza los contenidos que recibimos.

La falsa solución para aislarnos de la hojarasca informativa que nos acecha y nos perturba es que acabemos siguiendo sólo a quienes opinan como nosotros, documentándonos a través de los medios afines con nuestras ideas, viviendo en mundos cada vez más alejados de quienes ven la realidad de manera diferente a nosotros. Nos dejamos embaucar por las falsedades que nos gustan, esas fake news que ni siquiera sabemos denominar en castellano como lo que son: paparruchas, es decir, “noticias falsas y desatinadas de un suceso, esparcidas entre el vulgo”.

Para tener perspectiva, para no aumentar nuestra creciente desinformación, debemos hacer lo contrario: asomarnos a otros medios, contrastar las noticias, multiplicar nuestros puntos de vista, desconfiar de la información oficial.

Es verdad que en un mundo en el que la comunicación cada vez es más gratuita en apariencia —en realidad no lo es, por los intereses y los beneficios subconscientes que reciben quienes nos la proporcionan— todo puede parecer igualmente válido, pero no es así. La verdad en general no resulta gratis, ni la información tampoco: si el dinero sirve para medir el valor de las cosas, es mucho mejor pagar las noticias de forma clara y manifiesta que dejarnos engañar por su aparente inocencia bienintencionada y bobaliconamente gratuita.

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