Un gobierno malo es como los malos toreros o los malos amantes: estropean todas las faenas, llegando a causar traumas irreparables en quienes los sufren. Esto es lo que le está ocurriendo a España con el gobierno actual. Queda claro que sus socios se lo van a hacer pasar mal por todos lados, saben que Sánchez está con la poltrona como un niño con zapatos nuevos y le van a hacer pagar caro el capricho, aunque su legislatura esté más que acabada. Pues quiera o no quiera, ha perdido la mayoría.
Por mucho indulto que, contra la voluntad popular, se les conceda a los golpistas catalanes, no van a renunciar a sus pretensiones separatistas. Por más que en su fuero interno ya hayan dado por perdida la apuesta, han de mantener su discurso para mantener la cantera de votantes, y lo que es más importante, la piel -el independentismo ha tomado tanto copero que sus instigadores temen las reacciones de sus huestes cuando se caigan del caballo y comprueben que todo era humo-.
Es evidente que no hay riesgo de una moción de censura, sus acreedores saben que la única forma de seguir esquilmando al Estado es manteniendo al gobierno actual, y no van a matar la gallina de los huevos de oro. Poco más se puede esperar ya de las Cortes actuales.
Pero el motivo por el que hoy les escribo no es ése; hoy quería hablarles del Sahara, de Marruecos y de nuestra metedura de pata en política internacional, donde los errores se pagan muy caros. Los de dentro son más llevaderos, la masa votante lo asume todo, es más elástica, pero ahí fuera hay que andar con pies de plomo.
Todas las tropelías del exvicepresidente y ahora excoletero las vamos a pagar caras. Su discurso incendiario contra Marruecos y a favor del Sahara Occidental, tan solo sofocado por las buenas artes de la marroquí Dina Bousselham, aquella a la que le robaron una tarjeta del teléfono móvil que, misteriosamente, apareció en manos de Iglesias, y a quien los servicios secretos del rey Mohamed VI de Marruecos tuvieron la habilidad de colocar en el epicentro del terremoto para, si no apaciguarlo, al menos prevenirlo.
Y es que nuestros vecinos, intuyendo que el PSOE le abriría la puerta a Podemos si Pedro Sánchez lo necesitaba para llegar a la Moncloa, y conociendo la posición de su líder al respecto de la antigua colonia española, tomaron sus medidas a tiempo e introdujeron a una mujer en sus filas que pronto llegaría a la cúpula -la querencia del insurrecto a las faldas no es ya un factor sorpresa para nadie-.
La crisis comenzó con la declaración del estado de guerra del Polisario, rompiendo la tregua de treinta años -cabría pensar que tras haberse descubierto los verdaderos motivos de Dina Bousselham, y haber sido esta despechada por el macho alfa al tiempo que éste ocupaba la Vicepresidencia del Gobierno y un puesto privilegiado en el CNI, los independentistas saharauis aprovecharon la ocasión-.
Por otro lado, y al unísono, otro incendiario, Donald Trump -sus servicios secretos no son de juguete, y sabían que España había cambiado de posición- reconocía desde los Estados Unidos los derechos de Marruecos sobre el territorio, momento que nuestro locuaz vicepresidente -ahora ex en nombre de nuestro Estado, aprovechando que Sánchez volaba en su Falcon hacia Argentina, hizo unas declaraciones en favor de un referéndum de autodeterminación en el Sáhara.
Aquí nos tomábamos a risa las cosas de Trump, pero si algo envidio de los Estados Unidos es que su política exterior no cambia, aunque lo haga el gobierno. ¿Y qué ha ocurrido después? Que no contentos con la afrenta a la primera potencia del mundo y la escalada de las tensiones diplomáticas con Marruecos, nuestro gobierno ha traído a España al histórico dirigente del Frente Polisario, Brahim Ghali, a curarse de Covid-19. Lo ha hecho con premeditación, pues le ha facilitado una personalidad falsa o, cuando poco, ha admitido como válida la que éste le presentaba -y es que a Pedro Sánchez le ponen los terroristas y los golpistas más que a un legionario una saeta-.
El hecho en sí no sólo ofende a Marruecos, a media Europa y a Estados Unidos -el personaje que la izquierda española ensalza como un héroe, es también aliado de los palestinos y calla ante las tropelías de Hamás, que tan mal se lo hacen pasar a Israel, país que cuenta con el apoyo alauita en sus cuestiones con los otros musulmanes-.
Todo ello ha colmado la paciencia de Mohamed VI, un individuo que tampoco es un dechado de moralidad, ejemplo de lo que digo es que para presionar la política exterior de España ha utilizado la inmigración, decisión que Bruselas le ha reprochado fehacientemente y que le ha hecho corregir su actitud.
Sin embargo, España no ha hecho nada por calmar la situación y ha favorecido la llegada de un avión desde Argelia para llevarse a Brahim Ghali. Sé que hay una decisión judicial que avala lo sucedido, pero no dejo de pensar en el error de coordinación, pues el avión estuvo a punto de llegar a Logroño antes de que el juez de la Audiencia Nacional firmara su auto.
En fin… Tal y como dijo Paco Rabal, nuestro ilustre paisano, interpretando a Juncal: las prisas son para los ladrones y los malos toreros, y desde hoy –añado- para los malos políticos.