Decían ser feministas, porque eran sanchistas. Falso, las piezas angulares del sanchismo eran puteros y acosadores sexuales. Él no conocía su vida privada, naturalmente, así que seguro que más de uno sigue habiendo. Hay mujeres que callan, que otorgan, en el sanchismo, desde las que ya no conocen al abusador y afirman que es vomitivo, pero compartían mesa, mantel y parador con este personal; a la ministra de Igualdad que aún no ha dicho buenos días ni por esta pandilla, ni por las pulseras, ni por nada.
Las mujeres socialistas eran las feministas. Las que, con otras de otros partidos y con igual merecimiento, construyeron, cuando nadie hablaba de ello una cultura de igualdad. Aquellas asociaciones de pueblo, de barrio o de salud o gastronómicas que, en silencio, navegaron desde el mundo de las cuotas a romper el techo de cristal. Esas que, ahora, se ven conminadas al silencio por la burocracia y el aparato sanchista.
Dos secretarios de Organización y medio, porque Salazar iba para ello, son suficientes piezas para denotar un patrón: el dejar hacer, si me conviene, que ya pondré tu cabeza al fuego o dejaré de conocerte. Salazar fue, sí, despedido, pero cobraba de una institución sin trabajar y era un consultor de la Moncloa, no sé si sigue siendo. Un socialista, al parecer, ejemplar.
Hagamos caso al gobierno. Acatemos todos la ley. “Hermanas, yo sí os creo”. Ese socialista bueno para todo, el de las actitudes “vomitivas”, es un delincuente, según la Ley del sí es sí. Ha sido denunciado por abuso; debe mostrar su inocencia, es lo que decidisteis. Ya dimitió porque no podía mostrarla: ¿Por qué no ha sido expulsado; por qué no ha circulado su expediente; por qué no se ha ido a la fiscalía; por qué no es el único?
A la hora que esto se escribe, 16 horas del jueves 4, nadie ha llevado a la fiscalía al abusador, a pesar de las peticiones de muchas militantes socialistas. No me cabe duda de que acabará allí, no por deseo del partido sino por escándalo, denunciado por alguien, con abogado pagado por el partido. Y sin explicaciones de quienes han presionado a las víctimas (algunas mujeres entre ellas).
Dos cuestiones, más allá de lo escandaloso, son relevantes en este punto. Desde la legislación radical populista a las pulseras, desde los puteros al acosador, el granero de voto de las mujeres estaba en peligro. El PSOE se ha lanzado a pedir perdón con la boca pequeña, no hemos oído a Sánchez, las felonías se cometían al lado de su despacho, pedir disculpas.
Sí sabemos que los expedientes se perdieron y que las denunciantes fueron presionadas. Sí sabemos que dentro del partido las mujeres ven desvanecerse su esfuerzo por defender al gobierno. Sí sabemos que hay una responsabilidad política. “Sí es sí”, o no, quien sabe, el sanchismo es el partido de la contundencia, es conocido.
¿De verdad creemos que son ésas prácticas y ése discurso las que permitirán recuperar el voto de las mujeres? Nos pasa como con los jóvenes, ¿de verdad creemos que, con una visita a la radio, hablando de Rosalía o con un tiktok semanal haremos que los jóvenes olviden el asunto de la vivienda y cosas de esas?
También se cumplen cincuenta años de otra cosa no especialmente celebrable: la publicación en España de un libro de Pasolini titulado Escritos Corsarios. En él se contenía un ensayo titulado “el fascismo de los antifascistas” que se puede encontrar suelto, publicado en España. (Pasolini, PP. El fascismo de los antifascistas. 2021 Galaxia Gutenberg).
A más de otras cosas de las que tengo pensado escribirles, para celebrar el aniversario, uno celebra lo que quiere como Sánchez, Pasolini señalaba: “Cuando una causa se siente moralmente superior, puede caer en la misma lógica que pretende combatir… la democracia exige reglas, límites, humildad”. Aquí está todo lo que le sobra y todo lo que le falta al sanchismo.
El asunto de su falso feminismo es solo el epítome de un comportamiento hipócrita, de una cultura de apropiación, de la mentira como forma de resistencia.
El asunto del feminismo es solo un resumen de una práctica que se ha extendido a otros campos: por ejemplo, el del pacifismo. Ahí tienen a nuestro héroe poniéndose en las esquinas de la foto porque él es distinto, negándose a aumentar los gastos militares, incendiando las calles con Palestina. También pura hipocresía.
La ejecución presupuestaria del Estado que edita esa máquina del fango que es la Intervención General del Estado sostiene que los 10 mil millones que Sánchez le ofreció a la OTAN, ya eran 12 mil en septiembre y han llegado a 19 mil en noviembre. Dice BBVA Research que se han aprobado estos dos últimos meses hasta 125 proyectos que sumarán en su conjunto un gasto de 40 mil millones. Dinero que ha salido, en ausencia de presupuesto, de transferencias en educación, salud y gasto social, lo que no se iba a tocar.
El PSOE que nos metió a destiempo en la OTAN, estaba construyendo un discurso para sacarnos a destiempo de la OTAN y acaba haciendo lo que no iba a hacer, porque es un partido que obra con contundencia.
No cabe duda que la “autonomía estratégica” de Europa exige a la izquierda que repiense, en las actuales condiciones, el concepto de seguridad. El problema no es el contenido, es el relato y, muy especialmente, la opacidad.
Forman parte de ese contexto, las relaciones diplomáticas. El encuentro con Marruecos, a puerta cerrada y sin periodistas, es otra evidencia de la falta de ética política. No se trata solo de que hemos traicionado, un poco más, a los saharauis. Es que no sabemos qué significa, en términos territoriales, un nuevo acuerdo de pesca en Canarias, tampoco en términos empresariales o laborales. No sabemos cómo se responde a las amenazas marroquíes.
Ser como los demás, pero que no lo parezca; aumentar el gasto militar, pero que no lo parezca; devolver dinero a Europa, pero que no lo parezca -no por coste sino por incumplir reformas-; ser feminista, pero que no lo parezca. Es la historia del sanchismo: en el feminismo como en el pacifismo.



