No son sólo ellos, los terroristas, los que quieren destruir la Europa actual con sus instituciones comunitarias. Ellos, los terroristas, pretenden hacerlo de manera violenta, sangrienta, brutal. Pero también desde dentro crece el número de quienes no se sienten partícipes de esta Europa.
¿Tan mal les va a unos y a otros en el que resulta ser el continente democrático por excelencia?
Los terroristas lo odian precisamente por eso: por las libertades de que disfrutan sus ciudadanos, por su bienestar económico y por la paz de la que gozan, en contraste con los valores de sumisión, fanatismo y exclusión que ellos pregonan.
Pero esta Europa de concordia, tolerancia y libertad apenas tiene 70 años de existencia. Menos, aún, si tomamos el Tratado de Roma de 1957 como punto de partida. Hasta entonces, Europa había sido el continente con más guerras, más epidemias devastadoras y más millones de muertos dejados en los campos de batalla y en la retaguardia de las contiendas bélicas.
¿Es aquella alternativa terrible la que muchos echan de menos?
Si no lo es, por supuesto, a veces lo parece. Día a día aumenta el número de desafectos a la Europa comunitaria actual, con movimientos centrífugos, como el Brexit, del Reino Unido, o pujantes partidos de extrema derecha en Francia, Holanda, Alemania…
A todos ellos les incomoda esta Europa cuya permisividad, según ellos, propicia la invasión de foráneos que llegan para destruir sus valores tradicionales.
En el extremo opuesto, crece también el número de ciudadanos que protestan por los presuntos recortes institucionales a sus libertades y por el egoísmo de una Unión que cierra fronteras a inmigrantes que vienen en busca de refugio y de legítimo bienestar.
En medio de estas dos visiones contradictorias del mismo fenómeno, la enorme burocracia comunitaria sólo parece sestear mientras adopta intrascendentes regulaciones sobre el tamaño de los tetrabriks o sobre el cultivo de la avena y se muestra incapaz, en cambio, de avanzar hacia una mayor integración europea.
Entre todos, entre los de fuera y los de dentro, entre los de derechas y los de izquierdas, corremos el riesgo de dinamitar el proyecto común que soñaron en su día los supervivientes de la última gran guerra europea. Si esto llegase a suceder, unos y otros, es decir, todos, acabaríamos por echar de menos una malograda Unión Europea que es lo mejor que nos ha sucedido en toda nuestra Historia.