Hemos sido “okupados”. ¿Es una brigada “woke” en busca de roqueros antisánchez? ¿Son alemanes huidos de Mallorca? No; son los domingueros. Avisen a Ruiz y Cintora, de los incompatibles de pasta gansa a la hora, que nos expliquen las consecuencias de las políticas veraniegas de Feijòo… porque él es el culpable, como bien explicarán sus plurales contertulios que ponderarán, además, los altos crecimientos de renta hispana que permiten tal consumo veraniego, naturalmente.
Llegaron en secreto el viernes por la noche, tras cenar en un restaurante aparente y hacer fotos de los manjares, pasar la noche en la discoteca, han aparecido a la hora en que los guiris se han ido a comer. Han llenado sobradamente el espacio libre. Ellas, generalmente dos, se han tumbado a dormir embadurnadas en crema. Ellos, han ocupado una mesa del chiringuito en la que estarán todo el día.
Un ligero rumor ha llenado la playa: “fuck dominguers”.
El dominguero fue, antaño, un personaje venerable. Un coche de barrio obrero, a veces, una furgoneta los favorecidos, aparcaban en una esquina de la playa. Primero, se vaciaba de exploradores enanos, luego se colocaba inútilmente, en un lugar apartado, a la suegra. Digo inútilmente, porque la suegra, inmediatamente, ocupaba el centro de las operaciones: “Este hombre no sabe hacer nada”, era su grito de guerra.
Nada de innovación e improvisación, todo planificado. Las mamás domingueras fueron las primeras en hacer “batch cooking”, aunque no sabían que era eso. Toda clase de tortillas, ensaladas, pollos. salazones y embutidos y, naturalmente, los correspondientes licores, se ubicaban en coquetas mesas superpobladas.
Entre los bañistas y turistas, había un acuerdo tácito para dejarles un lugar. De hecho, se hacían grandes amistades de un domingo a otro, se pedían sal, cambiaban viandas llegadas de pueblos ignotos y cosas de esas.
El histórico dominguero no perdonaba un solo domingo, hubiera o no mal tiempo, no tenía miedo alguno a hacer el ridículo y no se le caía la baba ni sentía envidia por cosas modernas e innovaciones tecnológicas que iban apareciendo en la arena. Sombrilla de toda la vida, nada de pareos y de cremitas, las justas.
El dominguero de manual está en peligro de extinción. El ocio urbano, los centros comerciales, el cambio en las familias y las normas de tráfico impiden la existencia del auténtico dominguero. Antes en un coche podían ir tantas personas como cupieran, sin que las autoridades pudieran poner pegas. En el asiento de atrás un mínimo de 5 y delante 3. Ahora nada de nada.
Pero eso ya no se estila. Ahora, el “dominguero común” ha dado paso a otra especie “el dominguero pijiprogre”. Ese que no va a pasar el día, sino a vivir una “experiencia”. Traslada a la playa la agresividad urbanita, típica del pijiprogre. Por eso, en algunos sitios el grito es “bobós go home”.
Bobó (bourgeois boheme), del francés, hace referencia al “pijiproge” que entiende la playa lo mismo que la montaña en el invierno. Un lugar “cool”, pero para consumir lo que en la ciudad es austeridad, porque todo está imposible, en el que “tiktokear e instagramear” y gastar: ellos y ellas tienen que demostrar que no son tan cutres como los guiris y los otros, esos que toman el sol o, pásmense, leen en la playa una novelita o juegan con sus hijos y no con sus perros o gatos, qué barbaridad.
Lucen gimnasio y palmito, mientras malusan el agua, ensucian la arena y cosas de esas. ¡Ah, aquellos domingueros que ponían al escuadrón de exploradores a limpiar la arena manchada!
En el caso español, el dominguero ha pasado de ser un padre de familia que conducía un Seat 124 para ir a hacer un picnic junto a su familia, a un urbanita. En su mayoría viven en la “urba” de papá, están siempre dispuestos y dispuestas a colonizar espacios naturales, eso sí, recomendados por los “influencers” de confianza.
Son, en realidad, de la familia “Quechua” o “Amazon”. Marcas económicas, algunas baratísimas de la muerte, algunas que puede incendiar una colilla, tipo Shein, ya me entienden, nacidas para democratizar el hábito del consumo y que duran lo que tarda en llegar el otoño.
Cuando el personal se vaya, ellos abandonarán, brevemente, el chiringuito, dejando una toalla, para seguir ocupando la mesa. Ellas abrirán, discretamente, una misteriosa caja azul y sacarán el táper. Una vez comidos, irán al chiringuito a tomar el helado o las hierbas.
Toda clase de actividad que permita una foto, desde los falsos “surfing” de alquiler a las motos acuáticas, también de alquiler, y todo los que de notable pueda hacerse en la arena, excepto descansar, es hecho. No, no hay palas de arena en la playa, eso es antiguo, jugamos al pádel en la “urba” de papá.
Lo sorprendente es que a los del lugar les molestan los guiris y, a algunos, los de Madrid, que son los que se dejan la pasta, pero no los “dominguers”. Cabe deducir que la identidad territorial no produce sentido de pertenencia, sino de propiedad.
Los legisladores ya se han puesto sobre el asunto: los ecologistas reclaman una regulación del dominguero, estropea el medio ambiente. Los concejales de Hacienda piden “tasas para todos”. Los comerciantes y hosteleros piden que se prohíba comer en la playa y se multe a los vendedores que asolan la arena.
Los del lugar, defienden a los “dominguers”. Lo que no saben es que ésta es una “okupación efímera”, que mañana volverán a vivir de los turistas de toda la vida y de los madrileños. Es lo que hay.
- https://peregrinomundo1.webnode.es/l/sin-noticias-8-la-okupacion-efimera-els-dominguers/
- Música: El dominguero. Los cantores de Quila Huasi