Un agosto sin corbata (16): No hay noticias, la verdad reside en los cofres del Gobierno

El día que les escribí sobre Salman Rushdie les dije, perdonen que me cite a mí mismo, hablando de la libertad de opinión, que “hay palabras viles que pueden y deben ser rechazadas, insultos que deben ser contestados. No propongo proteger la vileza, ni siquiera la de las expresiones de los autócratas; es de las amenazas de los matones de las que necesitamos protección”.

Sin embargo, en tiempos de la política de la ira es la escritura y la voz del matón, amparada y amplificada en las redes sociales, la que tiende a sustituir a la libertad de expresión. El viejo periodismo (“lo he oído en la radio”, “lo he leído en la prensa”) está siendo derrotado.

La crisis del modelo de negocio, muchas veces producto de megalomanías inauditas, el exceso de becarios y becarias que han ocupado el espacio producido por el despido y consiguiente reclusión de los periodistas de raza en blogs o medios de menor relevancia, han debilitado la influencia de los medios, que han sucumbido a la polarización política y al alineamiento ideológico.

La consecuencia ha sido evidente no solo en España, sino en todas partes, la noticia se crea en la red, no hace falta que sea verdad, solo verosímil.

Los periódicos han pasado a formar parte de los expertos, científicos y enemigos del pueblo, parte de las élites. La gente abandona las noticias, los medios se hacen débiles y los gobiernos y los grupos de presión pueden manipular la gestión de la libertad de expresión.

Don Juan Ignacio Ocaña, presidente de la Federación de Radio y Televisión, ha calificado la regulación de la información que prepara el gobierno como de “involución democrática”.

La nueva Ley de Secretos Oficiales extiende la potestad de ocultar documentos hasta una veintena de cargos y recoge un severo régimen sancionador, con multas de hasta tres millones de euros para los casos “muy graves”. En este contexto, cualquier ministro tendrá «potestad sancionadora» para imponer multas de hasta un millón de euros a quién revele información que previamente se haya clasificado como “confidencial”.

Según Juan Ignacio Ocaña, se trata de un “intento de recortar el derecho a la información… y la obligación de los profesionales de los medios de comunicación de contar lo que pasa. Por lo tanto, esta Ley provoca tensiones innecesarias, una involución democrática preocupante y según algún magistrado… estaría rozando la inconstitucionalidad”.

Si la verdad debe ser encerrada en un cofre, para qué queremos periódicos o radios. Simplemente, entre la presión populista, el deterioro de los medios y las regulaciones gubernativas, la respuesta ciudadana es evidente: dejar de leer noticias.

Varios medios y periodistas han citado estos días el informe sobre la industria periodística que editan el Instituto Reuters y la Universidad de Oxford.

El informe documenta la desconexión creciente entre el periodismo y el público con fenómenos como una caída en la confianza, un declive en el interés por las noticias y un aumento de quienes las evitan a propósito. Además, explora la polarización de las audiencias y el modo en que los jóvenes consumen información.

Los resultados son especialmente pesimistas en todo el mundo, pero déjenme decirles que son, en España, algo aterradores. Vaya, no vivimos en el paraíso de la libertad.

El derrumbe de la confianza en los medios en España es terrible. Hace siete años, el 85% de las personas encuestadas se consideraban muy interesadas en la actualidad, un porcentaje que hoy registra una caída de 30 puntos. En ninguna parte del mundo hay tan poco interés.

Los motivos son un exceso de política, el impacto negativo de las noticias en los estados de ánimo y el sesgo que se imprime a la información, la falta de lo que se considera objetividad.

La suma de la política de la rabia, el alineamiento ideológico y la polarización vacían los periódicos y ponen la comunicación en manos de las redes sociales y las “fake news”. Los salvadores de la verdad que salen en los medios a desmentir la información falsa acaban teniendo menos credibilidad que los propagadores de bulos. (“Lo han dicho en internet, y punto pelota”).

Si no me creen y opinan que esto es una “fake”, pueden recurrir al CIS, al fin y al cabo es un sitio amigo de la izquierda de verdad verdadera y no un nido de liberales como esos que regenta don Juan Ignacio Ocaña.

A principios de los dos mil, dice el CIS, un 62% de los españoles declaraban tener “mucha o alguna” confianza. La última vez que se hizo la pregunta, Tezanos no es muy favorable a repetirla con frecuencia, el porcentaje era menor del 40%.

Desengáñense, la verdad ya no está en los periódicos, en la radio o en las teles. No hay noticias; la verdad reside en los cofres del Gobierno. Es para temblar. Ánimo periodistas, que no decaiga.

 

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