Un agosto sin corbata (21): un mes de sed y fuego

Se acaba la tortura: un mes de agosto sin corbata y, por supuesto, sin panamá; la elegancia en el chiringuito obliga a ambas prendas. Mira que suprimir la corbata el mes que más la usamos los españoles (modo ironía). Pedro, es imperdonable.

A lo largo de mis airadas crónicas, escritas en venganza de tamaña afrenta, habrán leído noticias que no son tales. Simples serpientes de verano, para ser publicadas en periódicos que no se leen o ganar votos. Pelosi, Sánchez, Calviño, Macron, el Gobierno, etcétera, han pasado por aquí, con más pena que gloria.

Ustedes me han ido leyendo. Generosos y generosas que son. Mucho ruido y pocas noticias. Pero este agosto sí ha habido una noticia seria: sequía, incendios, mares de mierda, costas que se hunden, mares que hierven…

Un cataclismo climático ha caído sobre el personal mundial en agosto. Creíamos que era el carbono, pero no: nuevas líneas de batalla se han abierto ante nosotros y nosotras.

Los ríos se secan dejando al aire ciudades romanas desaparecidas, glorias navales nazis hundidas y bagatelas del mismo tipo. Pero la sequía de un río tiene notables trascendencias: la sequía del Rin cierra una de las vías de abastecimiento más notables de Europa.

La sequía china acaba con el suministro de cereales que habría de sustituir al cereal ruso o ucraniano. Los pantanos vaciados nos condenan a la nuclear, la subida del gas o el consumo de carbón, que retrasa su desaparición.

Los incendios han arrasado Francia, en España hemos perdido una extensión similar a una provincia como Álava, el mundo no gana para bomberos.

No; no es que todo sea secano. De hecho, hay más masa boscosa que hace una década. El problema es que no limpiamos, las especies endémicas han desaparecido, los pastores no suben al monte y los cazadores tienen prohibido correr la mitad de sus sendas.

Todo el espacio protegido ha dejado de estar protegido por faenas de humanos y el sector público es incapaz de protegerlo.

Se anuncia el apocalipsis. Y, para más humillación, le va a pillar sin corbata, se lo anuncio.

Ya sea que usted sea un alarmista climático o un tranquilizador de la crisis, lo mejor es prepararse para lo peor.

El calor tórrido se ha generalizado, la sequía y los incendios forestales han mantenido el cambio climático en el ojo público, también han aumentado las tensiones entre los más pacíficos críticos, que buscan minimizar el colapso climático que se avecina, y otros, más fatalistas, que anuncian una amenaza existencial para la civilización y la humanidad misma.

El cataclismo en el ámbito climático no es nada nuevo y al observar el clima extremo que asoló gran parte del mundo este verano es fácil entender por qué muchos de nosotros podríamos estar asustados por el futuro.

Pero los sentimientos fatalistas no son sólo vagas intuiciones de algo desagradable al acecho. Algunos en la comunidad de la ciencia del clima también han sido condenados como catastrofistas, incluso por colegas, y sus pronósticos de un futuro sombrío y arruinado por el clima son examinados y publicados en revistas académicas.

Se sabe, desde la primera década de los dos mil, que quemar todos los combustibles fósiles provocaría un calentamiento descontrolado y severas condiciones de invernadero a las que no podríamos adaptarnos, haciendo que la mayor parte del planeta sea inhabitable.

Hay otras conclusiones menos extremas pero igualmente inquietantes que muestran que el mundo está en una trayectoria correspondiente al peor escenario del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático.

Tales llamadas son un anatema para muchos apaciguadores climáticos, quienes sienten que incluso expresar tales preocupaciones obstaculiza la acción sobre las emisiones al promover el miedo y generar la sensación de que ya es demasiado tarde para controlar el calentamiento global.

Otros apaciguadores simplemente tienen una perspectiva optimista, algunos dirían ingenua, y rebosan confianza en que la humanidad superará este problema, como ha hecho con todos los demás. Ninguna perspectiva es útil y, de hecho, cualquiera puede empeorar la situación.

Si bien sería bueno pensar que estamos exagerando la amenaza del colapso climático, seguir una línea apaciguadora, que devalúe su trascendencia, sería provocar el desastre.

Éste es particularmente el caso, ya que parece haber una propensión creciente a etiquetar casi cualquier cosa fuera del consenso actual como fatalista. Pero el consenso no equivale a tener razón.

Solo hay una forma sensata de avanzar: aquel viejo consejo que dice: esperar lo mejor, mientras se prepara para lo peor.

 

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