La semana ha sido larga y bastante monotemática. Pero ha dado de sí: indultos que juntan a presos, obispos y empresarios. Precios de luz que rebajan IVA. Y cosas así que dan para análisis sesudos. Pero hoy es viernes y como llevan con el cronista más viernes que con sus mascarillas sabrán que el jefe de la Clicktertulia, Don Juan Ignacio Ocaña, nos tiene dicho que los viernes de cosas sesudas poco. Los CEO de la radio están de acuerdo y prometen pago, aunque sea en especie (no; ya sé que no).
Así pues, el cronista se tendrá que buscar la vida por caminos inexplorados. Estimados y estimadas: tengo para ustedes una buena y una mala noticia.
Empecemos por la buena: la Señora Darias, que propuesta tiene varias, ha propuesto al Consejo de Ministros y éste ha aceptado el indulto de nuestros labios. No será necesario usar la mascarilla en el exterior.
La mala es que, tras año y medio, tendrá usted que saludar de nuevo a ese vecino que le cae mal o detenerse en la calle cuando se cruza con un conocido. Ya no cuela el rollito “con la máscara es que no conozco a nadie”.
No obstante, la ministra asegura que la máscara deberá llevarla usted en el bolsillo.
Debo indicarle que, del mismo modo que llevar elegantemente en el codo la mascarilla no ha curado su codo de tenista, que llevarla en el cuello no ha mejorado sus anginas y que llevarla en la muñeca no ha mejorado su saque de pádel, su bolsillo no mejorará sino solo llenará de polvo la máscara.
Busque, hombre o mujer del dios en el que crea, un sobrecito, cosa que harán los señores, o una cajita mona, cosa que harán las señoras, para llevarla, preparada para las zonas interiores y cuando se produzcan en el exterior aglomeraciones, que se producirán.
¿Es pronto, es tarde? Pues el cronista no puede responderle a la pregunta.
Depende del experto de cada televisión: tenemos los que apuntan grandes calamidades y quienes dicen que, en realidad, nunca sirvió para mucho.
Lo cierto es que hasta agosto no estaba previsto que nos convirtiéramos en rebaño, me refiero a un 70% de vacunación e inmunización.
Pero cree el gobierno que si se indultan presos catalanes y obispos y empresarios están de acuerdo, algo de rebaño sí que hay. En consecuencia, quedan indultados nuestros labios, a ver quién se atreve a protestar.
Debe decirse, igualmente, que la tasa de incidencia parece resistirse estos últimos días y, también, que la variante delta o delta plus -o sea, la que procede de la India, que los de la OMS no gustan de señalar, para que nos enteremos- es especialmente contagiosa, aunque menos letal.
Deberíamos, en consecuencia, estar atentos observando si mejoran nuestros niveles de vacunación y cómo responde la nueva cepa a las distintas vacunas.
Dicho esto, sean prudentes, y si la llevan, que obligatorio no es, pero razonable quizá, no pasará nada. Por supuesto, no se pasen y cumplan las normas, para no caer en mi enojado reproche.
Eso sí, sepan que quitarse las mascarillas produce, ya lo han dicho otros expertos, que aquí tenemos expertos para todo, un alto grado de estrés.
Es sabido que quienes participamos en conversaciones a través de pantallas sufrimos el síndrome del espejo. Nos tocamos mucho para parecer más monos y monas en la imagen.
Es sabido que existe el síndrome de la Moncloa, el de tener sobrada cara.
Cuando estamos a punto de quitarnos la máscara, ustedes tienen el “síndrome de la cara vacía”. Que lo sepan.
Al parecer, este síndrome surge al mostrarnos en público con la cara descubierta, tras meses de ocultarnos. La nueva sensación que experimentamos, después de meses con la cara tapada, genera ansiedad, estrés e incluso agorafobia, fíjense, con las ganas que ustedes tienen de irse de terracitas.
Tenemos, dicen los expertos que “reconectar con nuestras facciones”. No tengo ni idea de lo que puede significar eso, pero pónganse a reconectar ya mismo.
No se inquieten, ustedes han llegado ya a la conclusión certera: son los expertos los que son feos; nosotros y nosotras estamos fantásticos: quién dijo que no tenemos autoestima para salir sin máscara a la calle.
Mientras los expertos recorren las televisiones explicando cómo debemos quitarnos las mascarillas, ustedes hagan ese grácil gesto suyo, ofrezcan, con prudencia, labios a los besos y mantengan la actitud de ‘el mundo es mío’, que es la buena contra cualquier síndrome.
Quitarse la máscara tiene otro problema del que ya nos habló Oscar Wilde: “El ser humano es más sincero cuando habla por cuenta propia; dadle una máscara y os dirá la verdad”. Tengan cuidado: los gobiernos sin máscara pueden ser terribles.
Mis queridos y queridas exenmascarados, como llevan con este cronista más viernes que con la mascarilla, háganme caso: llévenla con ustedes, ya es de la familia, úsenla en lugares interiores, alguna vez en el exterior si no ven distancia y recuerden que el virus sigue ahí.
Eso sí: aproveche para ocupar, la cara al aire, esas alamedas que los hombres y mujeres libres gustamos de pasear.