Vacances catalanes (2023): regreso al chiringuito de antaño

“Bon dia, bona tarda, bona nit”, vaya usted a saber a qué hora leen esto en plena canícula, si es que leen. O sea, buenos días, buenas tardes, buenas noches.

Lo digo en catalán para que se vayan acostumbrando. Ustedes no se preocupen que, guiado por su vocación de servicio público, el cronista les irá poniendo al día de lo básico en materia de nuevas lenguas. Quizá opinen que el título de esta columnita tiene más de un sentido, pero eso es culpa de su maldad y no del cronista.

Si les digo que he venido a un sitio donde el personal desciende de los pelosos, pasado el Río Grande y debajo de grandes montañas grises, creerán ustedes que estoy en territorio de Hobbits, esperando épicas batallas para conquistar el anillo que les dominará a todos; o sea, en La Comarca. Pues se equivocan… o quizá no…

El caso es que pasado el Gran Río (El Ebro) y bajo Los Pirineos, hay una gente que afirma descender de “Guifré el Pilós” (Wilfredo el Velloso) y a La Comarca le llaman Catalunya. Debe ser pura coincidencia.

El caso es que después de mucho tiempo he “retornat a la meu guingueta favorit”, he vuelto al chiringuito mediterráneo, cerca de Sitges, donde antaño les envié crónicas en el momento de los hiperventilados, las esteladas, las quemas de contenedores y la construcción de la república que no existe.

Debo reconocer que la parte catalana del chiringuito anda menos exaltada que entonces. De hecho, actualmente el “botifler”, el traidor, no es el constitucionalista, sino Dembelé que, por “la mare de Deu”, se ha ido del Barça, después de lo que han hecho por él; o sea, cumplir el contrato. Cierto que cumplir contratos no se estila mucho últimamente.

Se ven menos balcones estelados y allí donde alguna bandera de los hiperventilados tiempos queda andan desvaídas. Eso sí, en la esquina del chiringuito que guardan los vigilantes de la república que no existe susurran que se las harán pasar canutas a Pedro, cosa que el resto del personal observa con cierto escepticismo.

En fin que los próximos diez días cumpliré mi segunda parte de parada biológica, en plan “vacances catalanes”, vacaciones catalanas, título que medio copio de Teresa Pámies (“Vacances aragoneses”), compañera de mi paisano y camarada Gregorio López Raimundo. Pámies dedicó tiempo a escudriñar las esquinas del Valle de Broto, sendero arriba, sendero abajo.

A mí me perdonarán, pero no soy de senderos, sino de hidratación y en el chiringuito ofrecen estupendas alternativas, desde el vino blanco a ciertos cócteles refrescantes. En fin, que en casi ninguna de las esquinas se habla, sorpréndanse, del Consejo del Poder Judicial, de la República ni de esas cosas que antaño polarizaban al personal.

Quiero decir, con perdón, que quienes afirman que han sido votados para influir en el gobierno sospecho que se equivocan. Otro día les cuento los números: simplemente el personal no les ha votado para otra cosa que para ser minoría.

Al parecer, en vacaciones llegan extraños rumores, debemos trocear aquello que hizo posible la creación del estado liberal español y el acceso tardío a la revolución industrial, sobre los rescoldos del carlismo y el cantonalismo: la Renfe, Correos (por no hablar de la Guardia Civil) y el Parlamento.

De paso podemos regalar la Seguridad Social a quienes tienen las pensiones más altas de España y meternos en el lío de la financiación autonómica para la que, imagino, el Gobierno y las fuerzas catalanistas (las vascas ya tienen su chiringuito) cuentan con comprar a golpe de quitas de deuda o cosas parecidas a algún barón popular.

“No daremos cheques en blanco” es la frase del verano, no me extraña está todo carísimo. En la política española nadie ha dado cheques en blanco alguna vez. Si he entendido bien tanto Puigdemont como un señor de Vizcaya de nombre impronunciable son, ahora, progresistas.

Sea, los de Bilbao no sólo nacen donde quieren, sino que ganan elecciones cuando les da la gana. Los de Waterloo son padres de la patria, que sean cobardicas huidos escondidos en un maletero es culpa de los malvados españoles, como bien se sabe.

Que la deuda pública la tienen que pagar los extremeños y andaluces va de suyo, por lo mucho, dicho sea en tono de ironía, que han robado a los herederos de los pelosos.

En fin, he “retornat a la meu guingueta favorit”, he vuelto al chiringuito mediterráneo para entenderlo todo y ya tengo la primera respuesta: maldito Dembelé.

 

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