Vamos de torrijas o de tontadicas

Desde el Miércoles de Ceniza hasta la hora nona del Jueves Santo, será Cuaresma. Después de la hora nona, es la pasión. O sea, tiempo de ayuno y prohibición de carne, días de depuración que la muy santa y católica iglesia nos viene ofreciendo desde el siglo IV. Pero debo decir que no sólo de depurar el cuerpo vive el ser humano.

Llagadas estas fechas, siempre recuerdo a mi señora abuela, que descansa en paz hace décadas, que era señora de armas tomar, literalmente. Llegaba el último día del cole, que en mi época era la mañana del Jueves Santo, se ponía en medio del salón, brazos en jarra y preguntaba: ¿Vamos de torrijas o de tontadicas?

Naturalmente, la infantil muchachada, alineada cual ejército o fila de nazarenos, afirmaba la vía de las torrijas: en Aragón, la “tontadica” es una acción que tiene efectos imprevisibles e indeseados, como la política del gobierno, para que me entiendan, que acaba perjudicando a los que quiere defender.

Ella sabía que alguna “tontadica” caería y su mirada y silencio anticipaba la venganza.

Quería decir mi señora abuela que quizá no son tiempos para cosas penosas de esas que llenan los periódicos, radios y televisiones todos los días. Por eso, mientras llegaba la tontadica, nos hinchábamos a pan frito dulce o potajes de toda naturaleza.

Así que, señoras y señores, les hago la misma pregunta de mi señora abuela: ¿estos días, vamos de torrijas o de tontadicas? En la confianza de que las procesiones y vacaciones pongan al Gobierno en modo descanso y a la oposición en modo vamos de pulpo, por si cuenta para las listas, quizá podamos liberarnos de las habituales amenazas.

No; no nos interesa el infierno fiscal catalán, ni la procesión que montará Puigdemont para volver, ni especular sobre si Catalunya será gobernable o los vascos se pasarán al lado oscuro. Tampoco el tuit de los trenes y las groserías machistas de Oscar Puente o las chuladas de Bolaños. Del ministro del Interior ni hablamos.

Deseemos, por una vez, que el Falcon vuele, lejos, muy lejos, y que las plazas que vacía la “blanca paloma”, a la sazón vicepresidenta (8.179 votos votos en las primarias es para salirse), se llenen de terracitas donde corra el vino y la devoción, como suele. La vicepresidenta debiera viajar a Roma, se ha ganado un Vía Crucis con Francisco con su actito de entronización.

Eso sí, señoras de los señores y “señoros” de las señoras: si ustedes tropiezan, por casualidad, como de soslayo, en su garaje, con un Maserati o un Porsche, preguntan, pregunten, que la señora Montero, de los Montero de Hacienda y sus múltiples agencias, primero dispara y luego pregunta.

Que la paz llegue a Ayuso, desmintamos que haga de mujer apedreada en las representaciones de la pasión, aunque parece que a Pedro es lo único que le preocupa: que Berni se encargue de la primera piedra.

Mientras, su novio se pasará el día removiendo papeles en el despacho para hacer los pertinentes cálculos con su amigo abogado, que no tropieza con coches, pero si con pisos, como si fueran Koldo y Ábalos o Berni y Rubiales, amigos del progresismo global donde cosas feas no ocurren, naturalmente. Hay que ver cuánto nazareno sufriente.

No, nada de tontadicas esta semana, el cronista promete no hacerlo, pase lo que pase, antes el silencio de la torrija que la crónica sesuda, que mi señora abuela es capaz de salir de su tumba. Fíjense que hoy lunes es, ni más ni menos, que el día Podemita de la Semana Santa, se lo contaré mañana, aunque como no han leído el asunto han cerrado las tabernas y no han hecho su procesión. Días de torrija ya les digo.

La torrija es, además, cosa moderna y feminista, era la droga de las parturientas, desde tiempos de los romanos y el gourmet Apicio, en el siglo I, para recuperar energía.

Hasta Juan de la Encina, poeta y cura castellano, se la propuso a la Virgen, para que se curara de haber parido al redentor. En la época sólo eran gestantes las señoras. Menos mal que la señora se recuperó del virginal parto, porque luego sufrió un poco.

Pero ya se sabe que era señora empoderada y se marchó donde los turcos, después de que su hijo decidiera irse con su padre. Eso sí, se llevó a Juan que, al parecer, hacía buenas torrijas. Son días, como saben, “para mirar el lado brillante de la vida”, ya lo cantaba Brian en la cruz y no es situación para llevarle la contraria a nadie.

Las torrijas y potajes, alguna lectura y algún paseo procesional son esfuerzos que deberán compensar con adecuada hidratación: añadan al caldo del potaje algún vinito de los que funcionan en las terracitas, últimamente con precio desacorde a su calidad, todo hay que decirlo, pero les he prometido que esta semana no es para cosas sesudas.

Al tiempo que somos cada vez más laicos y menos reflexivos y ya no prestamos atención a casi nada que no sea la fiesta, afirmemos que más gastronomía y menos reflexión será cosa adecuada.

Esto le permitirá estimado y estimada lectora, huir de la polarización que nos invade y el populista griterío que le acompaña. No deberán ustedes posicionarse a uno u otro lado de la barrera: torrijas o potaje. Son compatibles.

 

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